Los fundamentalistas cristianos, es decir aquellos que interpretan la Biblia de manera literal, suelen aparecer en manifestaciones, en las calles y en diferentes lugares para condenar a las profundidades del infierno a todas aquellas personas que no concuerden con sus ideas. Es tal su arrogancia y su ceguera, que ni siquiera se dan cuenta que en lugar de predicar el amor están utilizando técnicas diabólicas. Y aquí, una vez más, aclaramos que “diabólico” significa aquello que separa. Por lo tanto, cada vez que yo trazo una línea entre nosotros y los otros estamos cayendo en la trampa del Diabolos, o el diablo.
Los rostros crispados y llenos de odio de estos cristianos literalistas hablan por sí solos.
Pero, ¿qué es el infierno? En verdad, la palabra infierno viene del latín ínferus (es decir un lugar que está abajo, subterráneo, bajo el suelo) y se suele relacionar con varios conceptos antiguos como Seol (en hebreo), Hades (en griego) y también Tártaro o Gehenna.
El Hades y el Seol se entienden como el lugar o el reino de los muertos, tanto los justos como los pecadores, malos y buenos, el destino final de todas las almas. Gehenna hace referencia al «Valle de Hinnom», el vertedero de basura de Jerusalén, donde se quemaban los residuos.
Sin embargo, ninguno de estos términos habla del infierno tal como se ha entendido en el cristianismo, o en varias corrientes religiosas de la India, Persia o el Islam.
Al interpretar las escrituras de un modo bastante literal y sabiendo que el miedo y la amenaza siempre funcionan para mantener a las masas controladas, el catolicismo fue elaborando su particular idea del infierno y ante cualquier discrepancia siempre se terminaba esgrimiendo el argumento de la condenación eterna.
De acuerdo a la Filosofía Iniciática el infierno existe. Sí, existe, pero no como un lugar sino como un estado, un estado de conciencia, y no está solamente supeditado a lo que pasa después de la muerte sino que también alude a estados interiores que están aconteciendo aquí y ahora.
Santa Teresa decía que el infierno es el lugar donde no hay amor, y esto se puede aplicar a varios conceptos:
El infierno es la ausencia del cielo, o la carencia de amor.
El diablo es la ausencia de Dios.
Las tinieblas son la ausencia de la Luz.
El pecado o el vicio son la ausencia de la virtud.
El defecto es la ausencia de una cualidad positiva.
Esto se hace patente en el emblema que estamos viendo que dice: “Solo me dejo ver cuando él se esconde”, es decir cuando se va la luz aparece la oscuridad y en ella viven las criaturas de la noche, interpretadas como pensamientos y emociones negativos.
Desde la Escuela del Cuarto Camino, Maurice Nicoll declara: “El infierno es un estado de falsedad”.
Por lo tanto, todo lo malo y negativo, el infierno, las tinieblas, el pecado, el diablo, los defectos, solamente tienen cabida cuando hay ignorancia e ilusión. Son realidades, claro que sí, pero realidades interiores que -por intermedio de nuestra conciencia dormida- terminan expresándose en el exterior. Así como es afuera es adentro, así como es adentro es afuera.
En el siglo XVIII, el místico inglés William Law dijo todo esto de forma muy clara: “No hay ningún infierno que esté situado en algún lugar remoto, ningún diablo que esté separado de ti, ninguna oscuridad o dolor que no estén dentro de ti, ningún Anticristo en Roma ni en Inglaterra, ninguna bestia furiosa, ningún dragón de fuego fuera o aparte de ti, que te puedan hacer daño alguno. Es tu propio infierno, tu propio diablo, tu propia bestia, tu propio anticristo, tu propio dragón, que vive en la sangre de tu propio corazón, el que te puede lastimar y dañar”.
Un cuento corto de la tradición oriental puede servirnos para ilustrar todo esto:
“Un joven guerrero que recién había concluido su entrenamiento decidió visitar al Maestro. Tras saludarlo con respeto, lo miró con solemnidad y le preguntó: “Maestro, ¿existen el cielo y el infierno?”.
El Maestro sonrío con picardía y decidió contestarle con otra pregunta: “¿Y tú quién eres?”.
– Soy un guerrero – respondió con orgullo el muchacho.
– ¿Un guerrero? ¡Bromeas! Pero si eres tan solo un mocoso… y además estás muy flacucho… seguramente eres tan débil que ni siquiera puedes levantar tu espada. ¿quieres un vasito de leche?
El joven, molesto con las críticas del Maestro, desenvainó la espada y exclamó fuera de sí: “¿Qué no puedo ni levantar la espada? ¡Ahora verás, condenado viejo!”.
Y el Maestro, sin perder la sonrisa, le dijo: “¿Ves? Ese es el infierno”.
Perplejo por la contestación, el guerrero bajó su arma y pidió disculpas al viejo sabio.
– Y ahí está el cielo”.
En definitiva, el cielo es la presencia de Dios en nosotros, entendiendo a Dios como el Uno sin segundo y en relación a sus atributos: lo bueno, lo bello, lo justo, lo verdadero, lo luminoso, y del mismo modo el infierno es la ausencia de Dios en nuestra Alma (bueno, la ilusión de la ausencia) y en vinculación con lo malo, lo feo, lo injusto, lo falaz, lo tenebroso.
Por otro lado, y entendido este punto, el infierno es un espacio imaginal que no debe ser entendido en lo literal sino como un lugar con una potente carga simbólica al que se puede acceder mediante la facultad de la imaginación, de la vera imaginatio, no de la fantasía.
En otras palabras, podemos entender a los espacios imaginales como emplazamientos que pueden llegar a ser reales desde lo conciencial, lugares que no son lugares como el templo de Salomón, la cámara secreta de la Esfinge, las moradas de Santa Teresa, formas arquitectónicas o geográficas que pueden llegar a recorrerse con la imaginación y afectarnos profundamente, impresionarnos o incluso provocar estados de conciencia. Según Carl Gustav Jung “es real aquello que me afecta” y, en este sentido, el infierno de llamas y castigos puede llegar a convertirse en una realidad palpable para aquellos que conectan imaginalmente con ese lugar.
El viaje de Dante en “La Divina Comedia” debe entenderse como un viaje imaginal y podemos llegar a leer esta gran obra -y disfrutarla mucho más- si logramos imaginar vívidamente las experiencias de su protagonista. De hecho, este libro -lleno de símbolos esotéricos y metáforas-, al no ser entendido por los profanos, terminó por confundirlos y terminaron creyendo que los originales castigos imaginados por Dante eran los que debían esperarse entre las llamas del infierno.
Nuestras creencias, nuestros conocimientos y nuestras convicciones terminan determinando nuestra percepción. Si yo creo, me digo y me repito como un mantra “mi país es una mierda”, esta idea irá calando en nuestra mente y terminará determinando nuestra forma de percibir nuestro país, ya que tendremos puesta nuestra atención en todo lo malo e ignorando todo lo bueno. Sin embargo, si cambiamos la mirada, si ajustamos el foco, la realidad empezará a cambiar.
¿Qué quiero decir con esto? Que el cielo y el infierno son portátiles, que nos acompañan a donde vamos, pues están dentro de nosotros y todo esto depende -en gran medida- de cómo percibimos el mundo, de cómo lo entendemos, de dónde ponemos la atención. En palabras de Xavier Melloni: “Cielo o infierno no dependen más que de nuestra decisión en cada momento.”