No sabemos mucho sobre el nacimiento de Jesús el Cristo. Si nos atenemos a los pocos elementos documentales con los que contamos, no podemos determinar ni el lugar ni tampoco el año exacto en donde podemos situar el natalicio de este ser excepcional.

Si recurrimos a los evangelios, vamos a apreciar que Lucas ubica la escena de la natividad en un establo aunque la tradición cristiana de los primeros siglos habló largamente de una cueva, e incluso si recurrimos a los evangelios apócrifos encontraremos que todos los que tocan el tema de la infancia de Jesús se refieren a una caverna dentro de una montaña.

Esto es interesante porque el simbolismo tradicional entiende a la caverna y a la montaña como símbolos complementarios, femenino y masculino, lo horizontal y lo vertical, lo oculto y lo manifestado, Solve et Coagula, y esta complementariedad se suele representar con un triángulo negro dentro de un triángulo blanco.

La vida de Jesús el Cristo, como hemos explicado en otros videos, no es otra cosa que una representación arquetípica del Iniciado Perfecto, un “modelo a seguir”, una especie de mapa viviente de las etapas a recorrer para alcanzar la cristificación, es decir la realización plena de todo ser humano que logra conectar con su naturaleza divina. 

Entonces, si hacemos un repaso por la vida de Jesús vamos a encontrar varias cuevas y varias montañas. De hecho, los dos acontecimientos marcantes de su biografía, el nacimiento y la crucifixión, acontecen -respectivamente- en una cueva y en una montaña. 

Pero si profundizamos un poco más, veremos la Tradición habla de tres cuevas:

  1. La del nacimiento, una gruta o cueva natural en Belén en donde posiblemente había un establo.
  2. La de la resurrección, es decir el sepulcro esculpido en la ladera de un cerro, donde Jesús permaneció durante tres días.
  3. La de la ascensión. Se sabe que tras la muerte y resurrección de Jesús, los primeros cristianos se llegaron a reunir secretamente en una pequeña cueva en el monte de Los Olivos donde ellos ubicaban el episodio de la ascensión.

En todos los casos, las cuevas naturales o las cámaras artificiales como el sepulcro actúan como un espacio de transformación, al igual que el horno alquímico, el capullo de seda y la cámara de reflexión masónica, es decir que proveen un aislamiento necesario a fin de que se produzca una transformación, el necesario “Solve”, la disolución, la destrucción (o como se dice ahora deconstrucción) para que pueda llegar el “Coagula”, la coagulación, la reconstrucción. Muerte y Renacimiento.

Si observamos la caverna de Belén y el sepulcro de la resurrección, nos daremos cuenta que en la primera Jesús encarna, es decir “toma carne”, abandona su naturaleza divina para convertirse en humano, que es lo que todos nosotros hacemos al nacer: morir al plano espiritual para nacer en el plano material. Al mismo tiempo, en el sepulcro, Jesús deja atrás su naturaleza humana para regresar a lo divino.

De este modo, podemos ver que en Jesús el Cristo confluyen dos naturalezas: la humana y la divina, que también son las dos naturalezas que están en nosotros, entendidos como seres de dos mundos. Por eso hablamos de la vida de Jesús como un mapa, siempre teniendo en cuenta esa enseñanza tradicional que dice: “Jesús se hizo hombre para que nosotros nos hagamos dioses”.

Las cavernas están íntimamente vinculadas con lo femenino y el ingreso a cualquier hendidura, cavidad, grieta, fisura, cueva, etc., significa entrar al útero de la Madre Tierra, a un lugar oscuro e interior que nos protege de las influencias e inclemencias externas. Esto se representa en la Alquimia con el acrónimo VITRIOL, es decir Visita el Interior de la Tierra y Rectificando Hallarás la Piedra Oculta.

Las cavernas santuario fueron utilizadas por todas las corrientes mistéricas de la antigüedad y las encontramos en todas las tradiciones, tanto de Oriente como de Occidente. Incluso los primeros cristianos se refieren a ellas con los nombres de “hieron antron” (cueva sagrada), “mystikon antron” (cueva mística), “soterion antron” (cueva salvadora) y “theion antron” (cueva divina).

Si echamos un vistazo al Evangelio de Juan y leemos el episodio de la resurrección de Lázaro con otra mirada, podremos llegar a descubrir que todo ese pasaje no tiene valor histórico sino simbólico y que el mismo se está refiriendo a una iniciación ceremonial en toda regla, es decir a un ritual donde hay una muerte y un renacimiento.

El escenario del milagro de Lázaro es un sepulcro, o sea una cámara mortuoria o compartimento estanco que cumple la función de caverna, y este relato aparece únicamente en el Evangelio de Juan. Este punto llevó a Rudolf Steiner a pensar que el iniciado de este episodio no es otro que el propio Juan evangelista, el discípulo amado.

Pero volviendo al principio, ¿de veras podemos llegar a la conclusión de que Jesucristo nació en una cueva? Nunca lo sabremos y tampoco importa tanto, ya que los documentos que tenemos para profundizar en su biografía son muy escasos y es complicado determinar su fiabilidad .

Lo cierto es que en el año 150 después de Cristo, san Justino Mártir mencionó en sus obras que el nacimiento del Salvador tuvo lugar en una cueva cercana a Belén y también es verdad que, en el Israel bíblico, no era raro que existieran establos dentro de cavernas.

Este relato tradicional y simbólico del nacimiento en una cueva fue ampliamente aceptado y uno de los padres de la Iglesia (Orígenes) dijo: “En Belén se señala la cueva donde nació [Jesucristo], y el pesebre en la cueva donde fue envuelto en pañales. Y corre el rumor por aquellos lugares, y entre los extranjeros de la Fe, que en verdad nació Jesús en esta cueva, que es adorada y reverenciada por los cristianos”.

Es más, sobre el lugar señalado tradicionalmente se erigió una iglesia (Santa María de la Natividad), construida mayormente por Constantino (alrededor del año 330 d.C.) y luego por Justiniano (527-565). Debajo de ese tan antiguo monumento cristiano hay un lugar que es bien conocido por los turistas y peregrinos que acuden a Tierra Santa:  la gruta de la Natividad. 

Pero otra vez nos hacemos la pregunta: ¿De verdad es este el lugar en donde nació Jesús el Cristo? Y respondemos lo mismo: no importa. No es un elemento importante, del mismo modo que las reliquias que guardan algunas iglesias y catedrales, los clavos de la cruz, las astillas, los huesos, etc., no importa si son auténticos o no, ya que su valor reside en que son verdaderos puntos de conexión y de confluencia egregórica, es decir nodos del egrégor cristiano, pudiendo ser (y siendo) potenciadores de la energía comunitaria. Por eso, más allá de su historicidad, que la mayoría de las veces no se puede determinar, las reliquias sagradas y los lugares de poder constituyen una hierofanía, es decir “una manifestación de lo sagrado”: hieros (ἱερός) = sagrado y faneia (φαίνειν)= manifestación.

Toda hierofanía, como bien explica Mircea Eliade, al manifestar lo sagrado, “hace que un objeto cualquiera se convierta en otra cosa sin dejar de ser él mismo”, es decir que “una piedra sagrada sigue siendo una piedra [y] aparentemente nada la distingue de las demás piedras”  [pero para aquellos que logran apreciar en ella algo más] esa misma piedra es un receptáculo de una fuerza extraña que la diferencia de su medio y le confiere sentido y valor.

En este sentido, los objetos sagrados permiten una ruptura de nivel, es decir que operan como canales de comunicación entre la Tierra y el Cielo, separando al ser humano de su tiempo y espacio habituales para que pueda conectar con otros mundos y otras realidades que nunca serán perceptibles con una mirada superficial y profana.

Por ejemplo, tomemos la sábana santa de Turín. Más allá de que ese sudario haya sido -o no- el que cubrió el cuerpo de Jesús el Cristo al morir, lo que queda claro es que -desde hace siglos- muchas personas han focalizado su atención, canalizado sus energías, sus emociones, sus pensamientos, en otras palabras conectando con ese objeto, lo cual ha terminado por convertirla en un elemento de poder, en otras palabras en un talismán.

¿Y qué es un talismán? Básicamente es un objeto tangible que nos conecta con una realidad metafísica, o sea un soporte visual, material, físico, de una energía superior. 

Todo talismán, al igual que todo lugar místico o sagrado, sea natural o artificial, sirve de comunión egregórica y no conecta solamente a las personas que forman parte de la comunidad en el momento presente sino que tiene la capacidad de vincular a todo el egrégor por encima de los límites de tiempo y espacio. ¿Qué otros elementos tienen esa capacidad? El símbolo, por supuesto, y el rito, que no es otra cosa que el símbolo puesto en acción. Como ven, estamos hablando de lo mismo. De “algo” (un objeto, un símbolo, una construcción, un lugar) que tiene la virtud de oficiar de puente entre dos realidades.

Pero ingresar en este tema me desviaría completamente del propósito de este video, por lo tanto la invitación en estas fiestas solsticiales, en esta navidad, es conectar y reflexionar sobre todos estos símbolos. 

En Occidente contamos con un poderoso marco simbólico que la mayoría de las personas desconoce e incluso desprecia pero que -si podemos apreciarlo con una mirada profunda, más allá de lo evidente- puede llegar a reactivarse y liberar todo su potencial transformador.

A mi me gusta poner el ejemplo de las bombas de la segunda guerra mundial que quedaron enterradas y olvidadas. Cada tanto aparece alguna de estas bombas en Alemania, Polonia y todos los territorios donde se desarrolló el conflicto del siglo pasado, y su peligrosidad sigue vigente. Lo mismo ocurre con los símbolos. Hay muchos símbolos olvidados e incluso que han caído en desuso, pero su poder sigue latente, esperando que alguien conecte y logre liberar su energía-fuerza.