En el arcano de la torre, el confort, la seguridad, se rompe en un segundo cuando un rayo cae desde lo alto y todo aquello que parecía  tan estable, inamovible, se termina por desmoronar.

No sabemos qué va a ocurrir mañana y esa incertidumbre también es una oportunidad, un momento excelente para construir algo nuevo y mejor. 

Teniendo en cuenta que este virus Covid-19 comenzó en China, es un buen momento para recordar la definición que hacen ellos mismos de la palabra “crisis”. Según los chinos, la palabra “crisis” está compuesta por dos ideogramas: “wei” (que significa peligro) y “ji” (que es oportunidad). 

Por lo tanto, en toda crisis se esconde un maravilloso regalo: la oportunidad de mejorar, de cambiar el rumbo, de re-convertirnos. Obviamente, este regalo se puede aceptar o rechazar. Así lo estamos viendo en esta encrucijada: están aquellos que ante el virus construyen una trinchera para defender a capa y espada a su ego y sus seguridades efímeras, quejándose de todo, actuando de forma egoísta bajo el grito de “sálvese quien pueda” y están los otros que tratan de comprender el “para qué”, aprovechando esta oportunidad inédita.

En otras palabras, los primeros se apegan al pasado y muestran un intenso pánico a perder lo que tienen. Sin embargo, tenemos que tener en cuenta que todo lo que tenemos es un préstamo del universo. Nada de lo que tenemos es nuestro, nada, ni nuestro cuerpo, ni nuestra familia, ni nuestras propiedades, y como bien enseña el budismo apegarnos a ello solo nos ocasionará dolor.

Ante el coronavirus, necesitamos ser positivos. No optimistas sino positivos, y creo que es un buen momento para explicar la diferencia. 

Mientras que el optimista espera que el futuro sea mejor (adoptando una actitud pasiva, esperando que las cosas ocurran por sí mismas), el positivo no solamente espera un futuro mejor sino que sale a construirlo, adoptando una actitud activa. En otras palabras: el positivo proyecta, visualiza, confía y trabaja, haciendo todo lo necesario para “atraer todas las cosas buenas” que le permitirán llevar a cabo su proyecto de vida. 

De todas formas, siempre es mejor ser optimista que pesimista y mucho mejor positivo que negativo. Los optimistas y los pesimistas tienen algo en común: ambos se consideran a sí mismos “realistas”, cuando en verdad los verdaderos realistas, lo que ven la realidad tal como es siempre son los despiertos, aquellos que ven la realidad en su totalidad y no la percepción parcial a la que se aborda a través de los estímulos sensoriales. 

Entonces, la actitud positiva se fundamenta en reconocer siempre las lecciones detrás de los eventos, buscando siempre el lado positivo de las cosas. Eso no significa quedarse con los brazos cruzados. Claro que no, es necesario siempre pasar a la acción, pero esta acción debe ser recta, la llamada “recta acción”, no mero activismo, es decir el hacer por hacer. 

Estos días de confinamiento, de cuarentena en algunos países, son ideales para hacer un “stop”, para detenernos, para recapitular y para afilar la sierra. 

Sobre esto, hay un cuento muy interesante que dice así:

Daoiz comenzó a trabajar en una maderera y rápidamente demostró su excelente disposición. En la primera jornada, taló con su hacha quince árboles.

El jefe de la cuadrilla reconoció el empeño del joven y le dijo: “Te felicito, Daoiz. Estoy muy conforme con tu labor”.

Lleno de entusiasmo, el día siguiente trabajó aún más duramente pero –a pesar de sus esfuerzos– solamente pudo talar nueve árboles. Y el día siguiente fueron siete, y el siguiente cinco.

Perplejo por el declive de su productividad, Daoiz acudió al jefe de la cuadrilla y le explicó el problema, asegurando que su entusiasmo y sus energías no habían menguado.

– ¿Cuándo fue la última vez que afiliaste tu hacha?

– ¿Afilar el hacha? –preguntó el muchacho– En verdad, no he tenido tiempo para afilarla porque he estado demasiado atareado en el bosque… talando árboles.

¿De dónde sale esta expresión de “afilar la sierra”? Creo que el primero en usarla fue Stephen Covey y se refiere justamente a que, habitualmente, no nos damos tiempo para hacer cosas que son importantes y que dejamos de lado por estar corriendo de aquí para allá, por no establecer prioridades.

Hay una vieja excusa que he escuchado una y mil veces de los estudiantes, y que yo mismo supe esgrimir en el pasado: “No tengo tiempo”. En verdad, esta excusa de que no tenemos tiempo en muy pocas ocasiones es cierta sino que, más bien, se trata del establecimiento de prioridades. Si alguien no tiene una hora para leer pero sí dedica una hora a ver series de Netflix, está estableciendo prioridades. No estoy haciendo juicios de valor, pero queda claro que cuando alguien dice “no tengo tiempo para meditar” pero sí para ver un partido de fútbol, en verdad no tiene un interés genuino en meditar. Esto se aplica a todo.

Pues bien, la vieja excusa de “no tengo tiempo” se hace añicos frente al virus. Dicho de otro modo, este coronavirus nos está dando el tiempo.

Es momento de afilar la sierra, de aprovechar esta oportunidad.