Desde la más lejana antigüedad, en los templos iniciáticos, la dualidad del mundo manifestado fue representada de las más diversas formas. Una de ellas consistía en la colocación de un pavimento mosaico de baldosas negras y blancas en forma de damero. Esta clase de enlozados puede ser rastreada en Egipto, en Creta, en Grecia (especialmente en los misterios dionisíacos) y en el Templo de Jerusalén.

Sobre el pavimento mosaico del Templo salomónico (Lithostratos o Gábata), en el Nuevo Testamento se dice: “Entonces Pilato, oyendo esto, llevó fuera a Jesús, y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado El Enlosado, en hebreo, Gábata” (Juan 19:13 ).

Las balsosas blancas y negras, que aparecen en diversos espacios sagrados de la Tradición Iniciática, representan la dualidad que aparece en diversos aspectos del mundo de la manifestación y que los iniciados deben conocer y superar.

Por esta razón, los iniciados se desplazan sobre el pavimento mosaico, es decir que, desde una posición elevada, se pueden elevar por encima de los contrarios, del placer y del dolor, de lo bueno y lo malo, para poner el foco en lo esencial y esto es: lo Bueno, lo Bello, lo Justo y lo Verdadero.

En otras palabras, con el estado mental adecuado es posible colocarse por encima de los opuestos, superarlos y trascenderlos desde un lugar intermedio entre la materia y el espíritu, es decir el punto de observación propio del Alma que permite observar en perspectiva toda clase de oposición.

La dualidad, presente tanto en el hombre como en el mundo material, se experimenta como un “tironeo”, una verdadera cinchada dentro de nosotros mismos que aparece como un camino de dos direcciones (Arriba-Abajo, Adentro-Afuera, Centro-Periferia) y también en la forma de una guerra interior, un conflicto necesario para alcanzar la Paz Profunda (“Si quieres la Paz interna, prepárate para la Guerra interna”).

El pavimento mosaico aparece en las logias masónicas, rosacruces y en otras organizaciones de corte iniciático como los Elus Cohen. Mientras que el damero masónico posee baldosas cuadradas, en los templos rosacruces el mosaico contiene formas triangulares blancas y negras, en alusión a la dualidad pero también como recuerdo de la ley del triángulo. En la ritualística de los Elus Cohen, el suelo estaba decorado con tres colores: negro, rojo y verde que se vinculaban a la Tierra, el Fuego y el Agua.

El masón Walter Leslie Wilmshurst comenta que “las palabras “caminar sobre” (el pavimento) significan que aquel que aspira a ser señor de su destino y capitán de su alma debe caminar sobre estos opuestos en el sentido de trascenderlos y dominarlos, de pisar sobre la naturaleza sensual inferior y mantenerla bajo sus pies en sujeción y control. Debe ser capaz de elevarse sobre la mezcolanza de lo bueno y lo malo, volverse superior e indiferente a los altibajos de la fortuna, las atracciones y temores que gobiernan a los hombres ordinarios e inclinan sus acciones y pensamientos en uno u otro sentido. Su intención es desarrollar sus potencias espirituales innatas y es imposible que estas se desarrollen mientras él se halle dominado por sus tendencias materiales y las emociones fluctuantes de placer y dolor a que dan lugar. Es elevándose por encima de estas y alcanzando la serenidad espiritual y el equilibrio mental bajo cualquier circunstancia en las que pueda encontrarse, como un masón realmente camina sobre el cimiento ajedrezado de la existencia y las tendencias en conflicto de su naturaleza material” (1).  

En los tableros de ajedrez, las 64 casillas (escaques) representan una dualidad visible que oculta una unidad imperceptible dado que, al usar la reducción teosófica, el 6 y el 4 (6+4=10, 1+0=1) terminan revelando el número 1 (la unidad). Por lo tanto, terminada la partida y acabado el conflicto, las piezas blancas y negras terminan regresando a la misma caja, vuelven al mismo lugar.

En los espacios sagrados, todos los detalles nos hablan de lo mismo y todas las cosas (objetos, gestos, decoraciones) acaban conduciéndonos a un mismo punto: la Unidad en la diversidad y contándonos una misma historia: el camino de retorno a la Fuente. Por el contrario, en el mundo profano la unidad se busca imponer desde el ego como una forma de “uniformidad”, que no es otra cosa que una excusa para controlar a las masas.

Sobre este punto, Erich Fromm señala que “en la sociedad occidental contemporánea la unión con el grupo es la forma predominante de superar el estado de separación. Se trata de una unión en la que el ser individual desaparece en gran medida, y cuya finalidad es la pertenencia al rebaño. Si soy como todos los demás, si no tengo sentimientos o pensamientos que me hagan diferente, si me adapto en las costumbres, las ropas, las ideas, al patrón del grupo, estoy salvado; salvado de la temible experiencia de la soledad. Los sistemas dictatoriales utilizan amenazas y el terror para inducir esta conformidad; los países democráticos, la sugestión y la propaganda. (…)

La mayoría de las gentes ni siquiera tienen conciencia de su necesidad de conformismo. Viven con la ilusión de que son individualistas, de que han llegado a determinadas conclusiones como resultado de sus propios pensamientos –y que simplemente sucede que sus ideas son iguales que las de la mayoría–. El consenso de todos sirve como prueba de la corrección de “sus” ideas. Puesto que aún tienen necesidad de sentir alguna individualidad, tal necesidad se satisface en lo relativo a diferencias menores; las iniciales en la cartera o en la camisa, la afiliación al partido Demócrata en lugar del Republicano, a los Elks en vez de los Shriners, se convierte en la expresión de las diferencias individuales. El lema publicitario “es distinto” nos demuestra esa patética necesidad de diferencia, cuando, en realidad, casi no existe ninguna” (2).

Como siempre, es nuestra mirada –la forma en que contemplamos y sentimos el mundo– la que determina el lugar en el que estamos parados, es decir si seguimos observando la realidad desde una perspectiva profana (atrapados en una cárcel de baldosas blancas y negras) o si podemos traspasar la barrera de lo evidente para encontrar la Unidad que subyace por detrás de los eventos “casuales” y de todas las cosas agradables y desagradables que forman parte de nuestra vida.

De esta manera (y solo de esta manera) podremos ser llamados “Iniciados” con mayúscula porque habremos logrado conectar lo de Arriba con lo de Abajo para descubrir con felicidad que todo es Uno y que todo acto consciente nos acerca unos milímetros más a ese “Uno”.

Notas del texto

(1) Wilmshurst, Walter Leslie: “El significado de la Masonería”
(2) Fromm, Erich: “El arte de amar”