En un apartado pueblito, al pie de las montañas del Himalaya, vivía un niño alegre y servicial llamado Chunda. Aunque todos reconocían la bondad de Chunda, sus compañeros de la escuela se burlaban bastante de él por sus dificultades para leer y escribir.
Al excusarse ante sus padres, Chunda se lamentaba: “Por mucho que lo intento, no logro leer ni escribir”.
Su hermano mayor Raj, por el contrario, era un estudiante brillante y al cumplir los 16 años decidió abandonar el pueblo e ingresar a un antiguo monasterio que se hallaba a varios días de camino. Como Chunda amaba y admiraba a Raj, le suplicó que lo llevara con él.
Los padres dejaron la decisión en manos de Raj, quien viajó al monasterio con Chunda y consiguió que fuera admitido como auxiliar en las tareas de limpieza, ya que éste –al no saber ni leer ni escribir– no cumplía los requisitos mínimos para ingresar como aspirante.
Chunda aceptó de buena gana su trabajo de barrendero y día a día se esmeraba en barrer perfectamente todos los rincones del viejo edificio, al mismo tiempo que observaba con respeto el trabajo de los monjes.
Sin embargo, el joven estaba un poco triste por no poder formar parte de la comunidad, ya que su trabajo –aunque era necesario para el monasterio– lo mantenía al margen de las ceremonias y las prácticas de meditación.
Raj, al notar el hondo pesar de su hermano, se acercó a él y le dijo: “Chunda, tal vez tú también podrías ser un monje”.
A Chunda le brillaron los ojos por un momento, pero luego no ocultó su tristeza al declarar: “Ciertamente me gustaría ser parte de la comunidad, pero… ¿cómo podría ser un monje si no sé leer ni escribir?”
– Tal vez deberías hablar con el Maestro Superior del monasterio. Él sabrá qué decirte.
De este modo, Chunda se atrevió a hablar con el anciano Maestro, quien –al notar las buenas intenciones y el buen corazón del muchacho– le dio una frase para que memorizara: “Renuncia a las acciones negativas. Libérate de los pensamientos negativos”.
Entusiasmado por la instrucción, el joven barrendero dio gracias al Maestro, pero aún esta corta frase supuso un gran problema para él: ¡no podía recordarla!
Cabizbajo, Chunda volvió a la sala del Maestro y le contó lo sucedido.
El Maestro reflexionó unos minutos y finalmente preguntó: – Chunda, tú eres un buen barrendero, ¿cierto?
– Trato de hacerlo lo mejor posible. – respondió el joven.
– Siendo así, deseo encargarte un trabajo especial: quiero que sigas barriendo tan bien como antes, pero al mismo tiempo quiero que recites interiormente esta frase una y otra vez: “Barrer el polvo. Barrer la suciedad”. ¿Podrás recordarlo?
– ¡Claro que sí! ¡es muy fácil! “Barrer el polvo. Barrer la suciedad.”
Y así fue que Chunda ejecutó a la perfección el encargo, limpiando con esmero los pasillos, los salones y el gran templo con un solo pensamiento en la mente: “Barrer el polvo. Barrer la suciedad”. Por su dedicación, muy pronto fue conocido en el monasterio como “el monje de la escoba”.
Pasó un año y Chunda seguía repitiendo las palabras encomendadas, hasta que un día el Maestro Superior se acercó al barrendero y le preguntó: “¿Cómo va todo, Chunda?”
– Muy bien. Me siento en paz al recitar mentalmente la frase que usted me ha encomendado, pero no he recibido más instrucciones. ¿Ya no hay más lecciones para mí?
– Veo que has progresado mucho. Te sientes en paz porque vives el “aquí y ahora”. Ahora quiero que pienses esto: cada vez que barres, también debes barrer de tu mente todo lo que te ensucie interiormente.
– Pero, ¿qué significa exactamente eso?
– Significa que el polvo y la suciedad contaminan lo que es bello y bueno. Por eso debes barrer adentro y afuera. Barrer el polvo. Barrer la suciedad.
Tras una breve pausa, el Maestro Superior continuó: “Ahora quiero encomendarte algo nuevo. Ahora trata de relacionar lo que te he dicho con la primera frase que te entregué: “Renuncia a las acciones negativas. Libérate de los pensamientos negativos”. Eso también es barrer. Practícalo”.
Chunda se fue reflexionando sobre estas enseñanzas, pudo recordarlas al vincularlas con su trabajo y no le fue difícil llevarlas a la práctica.
En una ocasión, al observar a los monjes, se dijo para sí: “Me gustaría sentarme con ellos, pero no sé leer ni escribir. Se burlarían de mí”. Enseguida notó como su mente estaba siendo contaminada por pensamientos negativos y lo entendió: “Barrer el polvo. Barrer la suciedad”.
Otro día, se observó a sí mismo pensando: “Si yo fuera más instruido, entonces…” ¡Más basura para eliminar! “Barrer el polvo. Barrer la suciedad”.
Feliz por el nuevo aprendizaje que daba un nuevo significado a su humilde tarea de barrendero, Chunda fue a la sala del Maestro y le agradeció por sus enseñanzas.
El viejito sonrió y comentó: “Has podido comprobar la importancia de barrer el polvo y la suciedad exterior e interior. Ahora simplemente debes contemplar con atención la limpieza y el orden que son la consecuencia de un trabajo bien hecho”.
Chunda volvió a su trabajo, barriendo y limpiando todos los rincones del viejo monasterio, pasando a ser respetado por todos los monjes, quienes empezaron a llamarlo “el Maestro de la escoba”.
Y así, el humilde barrendero –sin haber leído ni una sola línea de las sagradas escrituras del budismo– alcanzó la Iluminación.
[Adaptación de cuento tibetano clásico. Fuentes: Conover, Sarah, “The Broom Master” in “Kindness: A Treasury of Buddhist Wisdom for Children and Parents” y Lama Surya Das, “Greatness of Heart is What Counts,” in The Snow Lion’s Turquoise Mane”]