“Nosotros somos como barcos / que chocan entre sí. / Tenemos los ojos ciegos, aunque / flotamos sobre un mar de luz”. (Rumi)
Despertar, iniciación, expansión de la conciencia. Términos distintos que intentan definir una experiencia única e inefable, el momento cumbre de todo el proceso iniciático: la Iluminación.
Cuando aludimos en forma metafórica a un “sendero” que lleva de la oscuridad a la luz, del sueño a la vigilia, de la ignorancia a la sabiduría, estamos hablando –en verdad– de un viaje, de un proceso paulatino en pos de la recuperación de un estado primordial que nos permita contemplar el mundo tal como es y no a través del filtro de los sentidos. Por esto, este desarrollo de una percepción supra-sensorial también es contemplado como un recorrido desde el intelecto a la intuición.
Esta nueva forma de percepción superior está relacionada a un órgano interno que el rosacruz Eckhartshausen llamó “sensorium interior” y que en muchas escuelas –atendiendo a su función de contemplar la realidad– ha sido asociado con un “ojo”: ojo del Alma en Platón, ojo del corazón (oculus cordis para los latinos y ‘ayn al-qalb para los musulmanes), ojos de fuego y también tercer ojo.
Fue San Agustín quien dijo que “el propósito de la vida es restaurar la salud del ojo del corazón, por el cual vemos a Dios” (1). Esta idea, retomada y desarrollada en el siglo XII por los victorinos, postulaba que el hombre primordial (Adán para judíos y cristianos) contaba con tres ojos: uno del cuerpo (oculus carni), otro racional (oculus rationis) y el tercero de contemplación (oculus fidei). Según estos filósofos, la caída y la expulsión del Edén supuso un debilitamiento del primer ojo, una alteración del segundo y un completo cierre del tercero, por lo cual el regreso al Paraíso (es decir, la reintegración a la divinidad) está supeditada a la recuperación de la visión perdida.
Los ojos de fuego de los ángeles bíblicos son otra forma de referirse a esta mirada flamígera que puede traspasar la literalidad y contemplar una realidad invisible. Por ejemplo, leemos en Daniel 10:6: “Vi ante mí a un hombre vestido de lino, con un cinturón del oro más refinado. Su cuerpo brillaba como el topacio, y su rostro resplandecía como el relámpago; sus ojos eran dos antorchas encendidas…”.
Los ojos de carne solamente pueden observar la superficie de las cosas, el pequeño mundo de las apariencias, la punta del iceberg. No más. No obstante, esta visión superficial es la que engaña a los profanos, haciéndoles creer que existen dos mundos irreconciliables: uno inanimado y mecánico que está “afuera” y otro interior (supeditado a un “yo”) que está “adentro”. Esta discriminación es el origen de la llamada “herejía de la separatividad”, la cual parte de la base de que todos los seres vivos son entidades separadas entre sí y que –tal como proponían los sofistas– “el hombre es la medida de todas las cosas” (“Homo omnium rerum mensura est”). (2)
Allí donde el ojo de carne percibe la diversidad, el ojo del corazón detecta la unidad ya que solamente la visión interior tiene la posibilidad de traspasar la superficie y conocer la esencia de todas las cosas. En palabras del poeta Rumi: “El movimiento de las olas, día y noche, viene del mar, tú ves las olas, pero, ¡qué extraño! no ves el mar”.
La visión del ojo del corazón está ligada a lo que los griegos llamaban “aesthesis” que significa sensibilidad, entendimiento, percepción, mientras que su ceguera implica una an-aesthesis (anestesia), es decir una inconsciencia, narcosis, pérdida de sensibilidad o –como le llamaba Robert J. Liftton– “entumecimiento psíquico” que coincide con el sueño de la conciencia del que hablan los espiritualistas de las escuelas orientales y occidentales. (3)
Los indos denominan a este órgano interno “tercer ojo” y lo relacionan con el chakra del entrecejo (ajna) por lo cual la práctica de ciertos ejercicios introspectivos focalizados en este punto podrían generar condiciones propicias para el despertar de la mirada interior. (4)
Esta concepción alentó a muchos esoteristas ingenuos que vieron en el despertar del tercer ojo una forma de desarrollar sus poderes psíquicos y convertirse en clarividentes, a fin de poder observar auras, canalizar energías y entrar en contacto con seres invisibles (5). Sin embargo, esa clarividencia superficial no es la misma de la que hablan los místicos e iniciados, que la entienden como una percepción integral del mundo, la contemplación de la unidad subyacente a todas las cosas en función de un estado de conciencia superior. (6)
En la cotidianidad, todos tenemos momentos de lucidez, chispazos efímeros que pueden llegar a impulsarnos a buscar la luz de las luces, la llamada “Luz Mayor” (7). Este proceso de exploración puede entenderse mejor con una metáfora. Imaginémonos en un enorme palacio que no conocemos, solos y en una completa oscuridad. Al principio podremos orientarnos un poco auxiliándonos con el sentido del tacto, pero si logramos hallar un pedernal estaremos en condiciones de generar chispas que nos permitirán reconocer formas y cosas en la oscuridad para poder movernos lentamente. Tal vez en esta exploración hallemos una caja de fósforos, tras lo cual nos convenceremos que es posible prescindir del pedernal. Más tarde, si encontramos una vela, podremos dejar de lado los fósforos y, si tenemos la fortuna de encontrar un farol a mantilla ya no necesitaremos de la vela. Sin embargo, todas estas fuentes de luz dejarán de ser de utilidad cuando encontremos la llave general de la electricidad, con la que podremos obtener una luz más fuerte y permanente que nos permita iluminarlo todo.
Adentrarse en el camino iniciático es buscar con ahínco el camino a esa llave maestra que enciende todas las luces, erradicando las tinieblas y contemplando la unidad en la diversidad.
Testimonios de la visión interior
“Dios te hizo a ti, oh hombre, a su imagen. Dándote con qué ver el sol que él hizo, ¿no te iba a dar con qué ver a quien te hizo, habiéndote hecho a su imagen? También te dio esto; te dio lo uno y lo otro. Porque si mucho es lo que amas estos ojos exteriores, mucho también lo que descuidas aquel interior; lo llevas cansado y herido. Si quien te fabricó quisiera mostrársete, te causaría dolor; es un tormento para tu ojo, antes de ser sanado y curado”. (San Agustín)
“Este órgano interno es el sentido intuitivo del mundo trascendental, y, antes de que este sentido de la intuición esté abierto en nosotros, no podemos tener ninguna certeza objetiva de la verdad más elevada. Este órgano ha sido cerrado a causa de la caída que arrojó al hombre al mundo de los sentidos. La materia grosera, que envuelve este sensorium, es una nube que cubre el ojo interior e incapacita al ojo exterior para la visión del mundo espiritual. Esta misma materia ensordece nuestro oído interior, de modo que ya no oímos los sonidos del mundo metafísico, y paraliza nuestra lengua interior de manera que tampoco podemos ni balbucear las palabras de fuerza del espíritu que pronunciábamos en otro tiempo; por las que dominábamos la naturaleza exterior y los elementos. En la apertura de este sensorium espiritual está el misterio del Hombre Nuevo, el misterio de la Regeneración y de la unión más íntima del hombre con Dios”. (Karl von Eckhartshausen)
“Para poder comprender la realidad en su totalidad, necesitamos la dimensión contemplativa que nos abre el tercer ojo”. (Raimon Panikkar)
“El hombre tiene dos opciones: ver sólo con su mirada ordinaria y terrestre, o bien, mirar también desde la altura, desde el “promontorio interior” que le permite percibir en simultaneidad los términos de toda dualidad y captar su unidad secreta. Mirar desde la altura es mirar con los ojos del Testigo, del Logos. (…) Mirar con los ojos del Logos es mirar la realidad desde su propia perspectiva: ver las cosas tal como son y dejarlas ser lo que son. Mirar con los ojos de la mente es trazar cuadrículas, establecer fronteras, dividir y acotar las cosas y los pensamientos para poder operar con ellos, controlarlos y manejarlos. Con los ojos de la mente, tras situarnos frente a las cosas y enfrentarlas mutuamente entre sí, nos adueñamos del mundo. Con el tercer ojo, sabemos que, más allá y más acá de esa relación de enfrentamiento, el mundo es uno, y el ser humano, uno con él”. (Mónica Cavallé)
“Cuando me expreso, de acuerdo a la forma convencional de hablar, tengo que decir que es necesario un tercer ojo, pero, de hecho, este tercer ojo es de otra naturaleza que los dos que ya tenemos”. (D.T. Suzuki)
Notas del texto
(1) San Agustín: Sermón 88. Esto coincide con las palabras del poeta persa Hatif: “Abre el ojo del corazón para que puedas ver el espíritu y alcanzar la visión de lo que es invisible.”
(2) Véase el capítulo de Protágoras en “Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres” de Diógenes Laercio.
(3) Para los profanos, estar despierto es tener los ojos abiertos y poder moverse, mientras que los iniciados aseguran que mientras no esté abierto el ojo del corazón no puede hablarse de auténtica vigilia.
(4) En esta categoría se destacan las prácticas con espejos o aquellas que se basan en la visualización del tercer ojo en relación a un mantram específico.
(5) Los libros de Lobsang Rampa (que se presentan como autobiográficos pero que son solamente relatos de ficción) contribuyeron mucho a esta confusión y afición al psiquismo característico de las últimas décadas del siglo XX, en especial en las corrientes vinculadas a la “New Age”. En su primer obra, Rampa afirmó que su tercer ojo fue abierto mediante una operación quirúrgica en su cabeza, lo cual le permitió observar las auras. Véase: “El Tercer Ojo”, cap. VII, de Martes Lobsang Rampa.
(6) Esto es el cuarto estado de conciencia.
(7) La “Luz Mayor” es otra forma de referirnos a nuestra naturaleza divina o “Dios en nosotros”, la cual hemos olvidado.