En el Kybalión podemos leer la siguiente afirmación: “Toda causa tiene su efecto; todo efecto tiene su causa; todo sucede de acuerdo a la ley; la suerte no es más que el nombre que se le da a la ley no reconocida; hay muchos planos de causalidad, pero nada escapa a la Ley”. 

Esta Ley Universal conocida en Oriente como Karma, es llamada en los ámbitos esotéricos occidentales Causa y Efecto, entendiendo que nada es casual sino causal, todo tiene una causa, y esta idea se conecta con la interpretación de la vida como una escuela es fundamental, ya que las lecciones existenciales están determinadas por nuestras acciones pasadas.

Dicho de otro modo: la persona que somos actualmente es el producto de una serie de decisiones que hemos tomado en el pasado, en esta y en otras vidas. Todas nuestras vivencias responden a una causa, que es una compensación. 

En la naturaleza existe una tendencia al restablecimiento del equilibrio y esto, de acuerdo a las leyes de la mecánica se enuncia de esta manera: “A toda acción se opone una reacción igual y de sentido opuesto”. 

Quienes malinterpretan esta enseñanza concluyen que el karma es una especie de castigo, y dicen “¡qué karma que tengo!”, pero en verdad debemos sacarnos de la cabeza esa idea infantil de un Dios castigador sino que deberíamos entender que todo lo que nos ocurre es parte de un aprendizaje existencial. 

Por lo tanto, el karma no es otra cosa que una herramienta pedagógica del Universo para que el Alma pueda desarrollarse, recordar. En este sentido hay que decir que este aprendizaje es para el Alma, para nuestro ser interno, no para el ego. Por eso, cuando el ego se hace la pregunta: ¿por qué me pasan todas estas cosas? ¿por qué a mi? ¿qué hice yo para merecer esto?, en verdad no está pudiendo captar el panorama general sino simplemente las consecuencias, mientras que las causas no son tan evidentes..

Cuando alguien dice: “¡qué injusta es la vida!” en verdad está posando su mirada en los efectos, pero -como dijimos- todo en el Universo tiende a la compensación y las vivencias agradables y desagradables están subordinadas al merecimiento.

En el cristianismo exotérico (no esotérico) está compensación siempre fue entendida como un castigo en función del pecado pero es preciso recordar que “pecado” en griego era “hamartia”, que significa “no dar en el blanco”, por lo cual “pecar” no nos está hablando de una condenación eterna sino que simplemente quiere decir “errar”, haber malgastado las energías en algo que no logró su objetivo.

Para los materialistas, la vida es una línea recta, donde nacemos, vivimos y morimos, y nada más, eso es todo, todo desaparece al momento del fallecimiento, en una existencia casual en un universo de azar y casualidad.

Para las religiones establecidas en Occidente, al menos desde lo exotérico, la vida también es una línea recta, una sola vida, pero dependiendo si fuimos buenos o malos, de acuerdo a nuestros actos, iremos al cielo o al infierno. 

Sin embargo, esta idea no explica muchas cosas. ¿Cómo puede entenderse que un niño muera a los siete años de edad, que otros nazcan con enfermedades incurables, cómo pueden entenderse las almas que no llegan a nacer, como es posible que unos nazcan en cuna de oro y que otros estén condenados desde su más tierna infancia? Una perspectiva así es absurda y no podría hablarse de ningún tipo de justicia divina. 

Para el esoterismo la vida no es una línea recta sino un círculo o más bien un espiral ascendente, donde nacemos, vivimos y morimos, y volvemos a renacer una y otra vez para seguir aprendiendo en diferentes circunstancias, con diversos cuerpos y a través de múltiples experiencias. 

En Oriente se habla de la Rueda de Samsara y el combustible que hace posible que esta rueda gire y siga girando es el karma. Pero si miramos una rueda girando, observaremos que hay un punto donde no hay giro. Es el centro. Y desde lo simbólico, ese punto es la fuente, donde podemos liberarnos del karma y del ciclo de nacimientos y muertes. 

Por eso, el camino espiritual es un periplo hacia el centro. Esto puede observarse bien en el símbolo del laberinto, pero en todos los casos la salida de este ciclo es como la graduación. Cuando ya no quedan lecciones que aprender, cuando el karma ha sido agotado, es posible pasar a otro nivel, a un punto central donde hay una re-conexión con la Fuente Primordial. 

En la periferia hay diversidad, separación, dualidad, movimiento. En el centro hay unidad, integración, quietud, paz.

En el mundo manifestado, nada escapa a la acción, por eso podemos decir que nada escapa de la ley del karma. Sin embargo, esta acción puede ser recta y consciente, o bien desviada e inconsciente. La acción consciente es la que está ligada a nuestro propósito existencial, es decir hacer lo que tenemos que hacer, y esto se llama Dharma, mientras que la acción inconsciente es A-dharma.

Por esta razón la Filosofía Iniciática enseña que la única forma de dejar de generar Karma es ir descubriendo nuestro propósito y, entonces, vivir en conexión a nuestro Dharma.

En el día a día realizamos actos dhármicos, es decir conscientes y en conexión con nuestro propósito, actos adhármicos, aquellos que nos desvían de nuestro propósito y algunos dhármicos-adhármicos, es decir neutros. 

Vivir conscientemente significa encontrar todas aquellas cosas que nos permitan cumplir con el Dharma y que -al mismo tiempo- nos ayuden a consumir nuestro Karma.

Del Dharma estaremos hablando en un próximo artículo de esta Aula Abierta.