Hace algunas décadas atrás, yo estaba en una organización espiritual que impartía sus enseñanzas por correspondencia y se contaba una historia (que no pude constatar si era cierta o no, seguramente fuera una leyenda urbana) sobre un cartero que -antes de entregar las lecciones al destinatario- violaba la correspondencia. Esto es, abría cuidadosamente las cartas, estudiaba su contenido, tomaba sus apuntes y luego -también con mucho cuidado- volvía a cerrar los sobres, entregándolos sin generar sospechas.

El problema es que este cartero también se había convertido en un estudiante dedicado de esa Fraternidad, y sin pagar las cuotas, tenía un santuario personal en su casa donde había pasado una a una las ceremonias de iniciación.

Esta historia llevaba a la siguiente pregunta: aunque este cartero no era estudiante “oficial” de la Orden y como había pasado una a una las iniciaciones, ¿podía considerarse un iniciado? El cuento lo escuché varias veces en diferentes versiones, pero lo más jugoso era sin duda la pregunta final.

Para hablar de auto-iniciación es preciso entender primero qué es la Iniciación y en nuestra Orden la definimos exactamente como un estado de conciencia, el punto de conexión entre lo alto y lo bajo, entre la materia y el espíritu, un hito de ampliación de la conciencia que nos permite captar la realidad en su totalidad, y que a veces recibe el nombre de “iluminación”. 

Como la Iniciación no se alcanza rápidamente, es usual que hablemos de un proceso iniciático que es equiparado a un sendero y por eso hablamos también de un “camino iniciático”.

Un buen ejemplo de esto es el del agua hirviendo. El agua necesita 100º para hervir. No 98º, no 99º, sino 100º y para que se alcance el hervor es preciso un proceso de calentamiento, donde primeramente hay que encender un fuego, regularlo, colocar un contenedor con agua y esperar.

Como dije antes, la Iniciación es un estado de conciencia. La pregunta es: ¿cómo se alcanza? ¿Solo? ¿Con el auxilio de otras personas? ¿Con un maestro? 

Las órdenes y fraternidades iniciáticas tienen un único cometido: generar un ámbito adecuado, un marco propicio para que se produzca ese proceso interior a fin de que se alcance la Iniciación con mayúsculas, la iniciación efectiva. A través de estos grupos, el candidato o recipiendario recibe una influencia, una transmisión, es decir que hay una corriente metafísica que se transmite a través del ritual y que precisa de personas, de seres de carne y hueso trabajando en un entorno simbólico donde se libera una energía-fuerza que impregna a todos los presentes y en especial al candidato.

Sin embargo, en estas iniciaciones ceremoniales simplemente se entrega una semilla. Del propio iniciado depende que esa semilla se coloque en tierra fértil, se riegue, se cuide, para que de ella nazca el fruto.

Por eso decía Oswald Wirth, en su obra “El ideal iniciático”: “Saber morir: aquí está el gran secreto que no se puede enseñar. Debéis dar con él, de lo contrario, vuestra iniciación no pasará de ficticia, como desgraciadamente sucede la mayor de las veces. […] No consiste la Iniciación en un espectáculo dramático ni aparatoso, sino que su acción profunda transmuta íntegramente al individuo. […] ¿Quién será lo bastante crédulo para que tal milagro pueda tener lugar por la virtud de un apropiado ceremonial? Los ritos de Iniciación son tan sólo símbolos que traducen en objetos visibles ciertas manifestaciones internas de nuestra voluntad. […] Preparáos a esta muerte si queréis ser iniciados; de otro modo, el sólo rito tradicional de por sí, nada podrá dar puesto que no será más que la forma hueca y engañosa de la superstición”. 

Las órdenes iniciáticas transmiten “algo” que han recibido y cuyo origen se remonta a tiempos pretéritos. Sin embargo, ¿qué tipo de transmisión es esta? ¿es espiritual, es decir que nos conecta directamente con la Fuente? ¿O bien es anímica y nos conecta con una fraternidad de almas y ésta de forma indirecta con la Fuente? Algunos podrán decir que es simplemente emocional o incluso meramente mental, por lo tanto es necesario determinar de qué influencia estamos hablando.

De acuerdo al fundamentalismo guenoniano, solamente puede existir una transmisión válida en ciertas organizaciones, que René Guénon solamente reduce a dos: la Masonería y el Compañerazgo, pero luego el propio Guénon advierte que tanto la Masonería como el Compañerazgo están en decadencia, por lo tanto la posibilidad de iniciarse en Occidente (según decía este autor) era casi imposible, despreciando a todas las órdenes y fraternidades que no entraban en esa categoría: todas las agrupaciones rosacruces, hermetistas, martinistas, gnósticas, etc, etc.

Lo cierto es que Guénon, que era un excelente autor pero también muy pedante y altanero, postula un enigma imposible de resolver: nos dice que para pasar al otro lado hay dos puertas (la Masonería y el Compañerazgo) pero también nos dice que estas dos puertas están tapiadas, cerradas a cal y canto. Ciertamente, según los postulados guenonianos no queda otra que quedarnos quietos y ponernos a llorar.

Esta postura de Guénon se parece bastante a la paradoja que estableció en tono humorístico Groucho Marx, que decía: “Nunca pertenecería a un club que admitiera como miembro a alguien como yo”.

Otro tanto se podría decir de la posición de Guénon y de los guenonianos con respecto a la iniciación femenino, ya que advierte que la mujer (y casi habla como si estuviera hablando de marcianos) podría estar calificada para la Iniciación pero las dos opciones que él considera válidas en Occidente (la Masonería y el Compañerazgo) están destinadas solamente a hombres y, además, están en condiciones penosas. O sea, esta postura es tan ridícula como aquel cartel que aparecía en algunos negocios de Montevideo hace algunos años atrás: “Se fía a mayores de 99 años acompañados de sus padres”, o sea se podría pero no se puede. 

Para colmo de males, Guénon al asociar la iniciación con los oficios y dice: “Desde el punto de vista tradicional, los oficios femeninos deben normalmente ejercerse en casa, y no como en el caso de los masculinos, fuera de ella”. Y, después, al intentar aclarar esto, comenta Guénon: “No hay duda alguna que hay oficios femeninos perfectamente susceptibles de servir de soporte para una iniciación. Por ejemplo, el tejido, este oficio es además de los que pueden ejercerse a la vez por hombres y por mujeres; como ejemplo de un oficio más exclusivamente femenino, citaremos el bordado, al que se refieren directamente las consideraciones sobre el simbolismo de la aguja”.

Bueno, confinar la iniciación de las mujeres al corte y confección no es una postura tradicional sino totalmente anacrónica. Tradición es “traer”, pero no traer la forma sino la esencia. No podemos traer las formas medievales al día de hoy, por más peleados que estemos con la modernidad y por más que creamos que el mundo actual se aleje día a día de la Fuente Primordial.

No es nuestra intención criticar a Guénon porque creemos que tiene obras notables, pero lo cierto es que muchos guenonianos y tradicionalistas suelen repetir como loros lo que dice su Maestro sin ponerse a reflexionar sobre algunas de sus ideas.

En este sentido, algunos escritores guenonianos como Roland Goffin -ante este panorama desolador de puertas cerradas y tapiadas- han contemplado la iniciación solitaria, es decir al márgen de las organizaciones de corte iniciático.

Dice Goffin en su artículo “Para nosotros, René Guénon”: “La fase iniciática propiamente dicha, salvo raras excepciones, está cerrada o en vía de estarlo”. O sea, como decía antes, según las enseñanzas de Guénon la puerta iniciática -en este Kali-yuga o edad de hierro- está cerrada.

Pero agrega luego este autor: “Subsiste para algunos la posibilidad excepcional de obtener, sin vinculación a una organización iniciática, la «influencia espiritual» transmitida directamente por un maestro; para otros más escasos aún, esta «influencia espiritual» será obtenida y operará sin mediador exterior”.

En este último párrafo se deja la puerta abierta de recibir la influencia espiritual sin organizaciones y maestros. No sabemos que diría Guénon de todo esto.

Federico González Frías, se preguntó lo mismo, siempre partiendo del pesimismo guenoniano: “Dado que esta sombría situación […] es la realidad presente, conviene preguntarse qué otras posibilidades tiene el Hombre actual de encontrar su verdadera identidad y efectivizar su realización intelectual-espiritual en los tiempos que corren. 

En estas circunstancias y teniendo en cuenta los escollos que la jalonan […] no es extraño que se produzcan hoy iniciaciones solitarias, es decir sin el apoyo de un maestro vivo, incluso en tradiciones arcaicas o aparentemente muertas, teniendo en cuenta que estos casos, otrora extraños, han de ser cada vez más frecuentes dada la imposibilidad de poder conectarse con aquéllos capaces de ir guiándonos en nuestro sendero o la de tener acceso a grupos esotéricos tradicionales, tal el caso de ciertas logias masónicas”.  

Entonces, en el caso de estas “iniciaciones solitarias”, ¿estaríamos hablando de formas de auto-iniciación? Yo creo que la palabra “auto-iniciación” no es afortunada y siempre es mejor hablar de Iniciación, aunque sí es cierto que todo, absolutamente todo lo externo, tendrá validez sí y solo sí actúa como desencadenante de ese proceso. El fuego calienta el agua, los grados de ésta aumentando y al final, ésta termina hirviendo. No podemos hablar de un auto-hervor, hay simplemente un hervor que ha sido provocado por las circunstancias externas.

Entonces, un ritual no puede generar nada por sí solo, es preciso que el candidato conecte con una energía fuerza y es muy poco probable (tanto en lo presencial como en lo virtual) que alguien sin experiencia pueda experimentar eso de buenas a primeras.

Según el investigador Schwaller de Lubicz, “el objetivo de todas las instituciones iniciáticas es proporcionar a quien los pidiese los medios de auto-iniciación”, y de acuerdo con Ouspensky: “La idea de una iniciación que dependa de otra persona distinta no tiene sitio en este sistema de ninguna manera [está hablando del sistema de Gurdjieff]. Únicamente existe la auto-iniciación, es decir, el crecimiento interior”. 

En otras palabras, debemos entender a la Iniciación como un proceso interior y, si seguimos este razonamiento, todos los elementos externos (órdenes, rituales, maestros, instructores, intermediarios) son de gran ayuda pero no pueden ser nunca determinantes porque la Iniciación no es otra cosa que una conexión directa de nuestro corazón con el corazón de Dios y mediante la verdadera Iniciación descubrimos que nuestro corazón y el corazón de Dios son la misma cosa. 

De acuerdo a las enseñanzas de la Rosacruz Iniciática, en las iniciaciones simbólicas, es decir en las que se otorgan en las órdenes y hermandades iniciáticas se transmite una influencia anímica (vinculada al ánima, al alma) la cual es “activada” con la iniciación efectiva. Es el ejemplo que pusimos antes de la semilla que debe ser plantada, o sea pasar a la acción.

En un artículo anterior pusimos como ejemplo a la Orden Maya. Es evidente que esta orden era una organización meramente comercial, con falsos maestros y con una enseñanza inventada que era un collage de diferentes corrientes, pero aún así debemos entender algo: aún los maestros falsos tienen algo que enseñarnos. 

En otras palabras, todo maestro, todo instructor, toda doctrina siempre llega a nosotros no por casualidad sino por causalidad. En todos los casos hay una necesidad interior que debe ser saciada, y esto se aplica tanto a la Orden Maya como a la Gnosis de Samael Aun Weor, la escuela de Osho, la Masonería, la Iglesia de Jesucristo de los santos de los últimos días y hasta la Secta Moon. Los maestros verdaderos y los maestros falsos tienen un cometido, y -si vamos al fondo del asunto-queda claro que el único maestro es el maestro interior, aquel que reside en el centro del corazón y que nos conecta directamente, sin intermediarios, con la Fuente Divina.

¿Cuál es el cometido de un maestro verdadero? Hacer que descubramos esa verdad. ¿Cuál es el cometido de un maestro falso? Decepcionarnos, desencantarnos y -de rebote, si se quiere- hacer que terminemos descubriendo esa verdad.

Los orientales lo saben bien y diferenciar al Upaguru del Satguru. Upaguru es todo maestro exterior, sea cual sea su naturaleza, desde nuestros padres, hasta la maestra de primer grado, el cura de la parroquia, el jefe que nos grita, el venerable maestro de la logia, la suegra y hasta mi perrito. Todos ellos nos enseñan algo, pero todos ellos son falibles, no son perfectos. Por otro lado está el único maestro, el Satguru, el único que nos puede iniciar.

En este sentido, todos los Upaguru, todos los ritos, todas las órdenes iniciáticas, todos los sucesos exteriores tienen como único cometido despertar a ese maestro interior.

Todas las enseñanzas y todos los elementos exteriores nos ayudan, nos movilizan, actúan como un despertador de la conciencia, pero la Iniciación siempre es un proceso interior. 

Bueno, y después de tanto palabrerío, algunos dirán: pero no contestó la pregunta: ¿existe o no existe la auto-iniciación? 

Existe la Iniciación. Existe un proceso interior que depende de circunstancias, eventos y personas exteriores. Un fuego interno y un fuego externo, como decían los alquimistas, y en palabras de D’Espagnet: “El fuego interno tiene necesidad del externo”.

La vía iniciática no es solitaria, es comunitaria, y tiene una enorme ventaja sobre lo individual: se fundamenta en la sinergia, que -según define la Real Academia- es la “acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales”, es decir la actividad coordinada de varios individuos para alcanzar una meta en común, en beneficio de todos.

Por lo tanto, aunque el proceso interior siempre es individual- los hombres y las mujeres que participan en órdenes y fraternidades no solamente conectan con un egrégor que les brinda cobijo y que les impregna con energía-fuerza sino que pueden convertir la fortaleza grupal en fortaleza individual.

En otras palabras: “Uno para todos y todos para Uno”.

La invitación a todos aquellos que están leyendo este artículo es que participen y que formen parte de una Fraternidad, puede ser nuestra Orden Rosacruz Iniciática, puede ser otra, no importa, lo que importa es que en estos momentos difíciles de la humanidad necesitamos implicarnos, involucrarnos, pasar a la acción.

“¡Oh, no dejes morir la llama! Custodiada generación tras generación en oscuras cavernas y en templos sagrados sustentada. Alimentada por sacerdotes puros de amor, por favor, ¡no dejes morir la llama!” (Edward Carpenter)