En un artículo anterior hablamos del Frater Sincerus Renatus y del eslabón perdido entre la Rosacruz original de los manifiestos de principios del siglo XVII y la Rosacruz de Oro del Antiguo Sistema, una organización iniciática de mediados y finales del siglo XVIII.
La labor de Samuel Richter (este era el verdadero nombre de Sincerus Renatus) fue retomada algunos años después por Hermann Fictuld.
Al iniciar el estudio de “Hermann Fictuld” debemos entender que este es un nombre simbólico y esto ya lo advierte en su primer libro de 1731 que fue firmado por “Annagrama [y pone esta palabra: anagrama] Hermann Fictuld”.
Pues bien, una de las propuestas para resolver este anagrama es con dos palabras: “Lichtfreund” que quiere decir “amigo de la luz” y “Man” que es un pronombre indefinido (en alemán “Mann” con dos enes es “hombre” pero con una sola ene se usa para personas, gente en general, hombres y mujeres en el sentido de “se” o “uno”). Yo no veo esta resolución como concluyente, pero quizás sea la más aproximada, ya que otra que se ha sugerido es que el nombre de Hermann Fictuld esconde el año 1656. Bueno, nadie ha sabido explicar por qué y para qué este año y qué hacemos con las letras sobrantes, y entonces, tampoco puede considerarse una solucion definitiva.
Lo cierto es que este anagrama no resuelve nada acerca de la identidad de Fictuld y a lo largo de la historia se han propuesto algunos nombres. El primero ha sido Johann Heinrich Schmidt von Sonnenberg pero si prestamos atención a la página final de una de sus obras (titulada Azoth et Ignis) encontraremos un texto cifrado donde podría estar la clave de este misterio.
Frente a este cifrado de sustitución, tenemos simplemente que sustituir cada letra por la anterior, para encontrar que Efs Zwups es Der Author o sea “El autor” y así con cada letra hasta llegar a este mensaje en alemán:
“Der Autor, Johan Ferdinant von Meim-Stooff [sic], Herr von Meim-Stooff und Saltz-Stein, Besitzer der gottlichen und hermetische Arcanen, dermallen sich auff-haltet in dem Zollerischen Hauss, wie in dem Pro-Pier Stein erster auss gab zu ersechen».
Que al ser traducido dice:
«El autor, Johann Ferdinand von Meimstooff, señor de Meimstooff y Saltzstein, poseedor de los arcanos espirituales y herméticos, se encuentra actualmente en la corte de [Hohen] Zollern, como se reveló por primera vez en [su libro]»
Por lo tanto, si este cifrado está diciendo la verdad (y esto nunca se sabe) el verdadero autor de estas obras, el ser amigo de la luz era Johann Ferdinand von Meimstooff, que habría vivido entre 1700 y 1777. De acuerdo a los pocos datos biográficos con los que contamos, el joven Johann a los 16 años de edad se convirtió en ayudante de un cirujano militar en Temesvar (Hungría) y recibió sus primeras instrucciones en el arte alquímico. Ávido de conocimiento, siguió perfeccionando su saber acerca de la Gran Obra y en la ciudad de Innsbruck (Austria) fue instruido por el barón Prugg von Pruggenheim, quien puede considerarse el mentor de Fictuld y el enlace con los Hermanos Mayores de la Rosacruz.
Sus obras tratan principalmente de Alquimia, Hermetismo, Esoterismo cristiano, Magia y Cábala y lamentablemente no hay ni una sola traducida al castellano pero tampoco al inglés, por lo cual nos sumamos al lamento del investigador Antoine Faivre cuando dijo que “las obras [de Fictuld] no merecen el olvido en el que han caído”, tanto de los académicos como de los esoteristas y especialmente de las hermandades rosacruces.
Fue muy crítico con los alquimistas que se obsesionaban en la búsqueda del oro físico, recordando siempre la máxima hermética “Aurum Nostrum Non Est Aurum Vulgi” (Nuestro oro no es el oro vulgar) y en una de sus obras, de 1753, atacó especialmente a la alquimista Dorothea Juliana Wallich, que firmaba sus obras como DIW (en latín la I y la J se escriben igual).
Para la Rosacruz, sobre todo desde lo histórico, su principal obra es Aureum Vellus (es decir, El vellocino de oro) aparecida en 1749 y donde Fictuld asevera que la Orden de la Rosacruz de Oro es la heredera de la Orden del Toisón de Oro, una institución nobiliaria fundada en Brujas en el año 1429 por Felipe II el Bueno, duque de Borgoña. De acuerdo con este autor, esta Orden tuvo un origen iniciático vinculado a la Alquimia, pero tras la muerte del duque Carlos de Borgoña, los nobles se focalizaron en el ceremonial, en los grados y los honores para simplemente olvidarse del sentido profundo de la organización.
Ciertamente es extraño que una institución de nobles cristianos haya adoptado un nombre totalmente vinculado a la tradición pagana: el Toisón de Oro o vellocino de oro, la recompensa final del viaje de Jasón y los argonautas. No obstante, es cierto que en la tradición alquímica se encuentran muchas referencias a este toisón de oro vinculado a la Gran Obra.
En 1598, Salomon Trismosin publicó un libro titulado justamente “Aurum Vellum” traducido al francés en 1612 como “La Toyson d’Or” y donde aparecen los principales símbolos de la Alquimia conectados por el vellocino de oro. Poco tiempo después, más precisamente en 1616, Jean D´Espagnet en su trabajo “La obra secreta de la filosofía de Hermes” retoma el leit-motiv del toisón de oro y dice (por ejemplo):
“Al igual que quienes navegan entre Escila y Caribdis se arriesgan al naufragio, no están amenazados de un menor peligro aquéllos que, aspirando a la conquista del Toisón de Oro, flotan entre los equívocos del Azufre y del Mercurio de los Filósofos. […] Un dragón de tres cabezas guarda este Toisón de Oro. La primera cabeza ha salido de las aguas; la segunda de la tierra; la tercera, del aire. Sin embargo es necesario que estas tres cabezas no conformen más que una sola, muy poderosa, que devorará a todos los otros dragones; entonces tendrás franco el camino para acceder al Toisón de Oro”.
Dom Pernety, ya a mediados del siglo XVIII se ocupará un poco más de este tema en su obra “Fábulas egipcias y griegas” donde advierte que “las aventuras de Jasón son una alegoría de las operaciones y signos requeridos para alcanzar su perfección y el toisón de oro conquistado es el polvo de proyección y medicina universal”.
Encontraremos más referencias en Irineo Filaleteo (“La entrada abierta al palacio cerrado del rey”) y otros conocidos autores pero para quienes se interesen en este tema recomendamos la obra “Arcana Arcanissima” del rosacruz y alquimista Michael Maier y el ya citado trabajo de Pernety sobre “Fábulas egipcias y griegas” donde se hace un repaso de varios temas mitológicos de la antigüedad desde una visión alquímica.
No podemos olvidar en esta reseña al tercer manifiesto de la Rosacruz, la obra titulada “Las bodas químicas de Christian Rosenkreutz” donde luego de pasar una de las tantas pruebas de su viaje iniciático, el peregrino Rosenkreutz recibió un “toisón de oro”, es decir una piel de cordero dorada que nos recuerda los delantales que son bien conocidos en las órdenes iniciáticas. En ese momento, Christian Rosenkreutz, el padre fundador de la Rosacruz, fue nombrado “Caballero de la Piedra de Oro” (“Eques aurei Lapidis”).
Como decía antes, Hermann Fictuld veía en la Orden del Toisón de Oro a una organización en decadencia y se lamentaba del rumbo que había tomado la misma bajo la influencia de los Habsburgo, con una evidente traición al propósito original. Por lo tanto, lo que este autor estaba planteando a través de su obra “Aurum Vellus” era la regeneración de esta Orden por medio de aquellos que conocían los verdaderos secretos del vellocino de oro, en otras palabras los rosacruces.
En este punto, entre 1747 y 1750, Hermann Fictuld intentó dar coherencia a todas las iniciativas de formación de logias y cofradías que estaban inspiradas en la “Rosacruz de Oro”, tanto a través de los manifiestos fundacionales como mediante el trabajo que había realizado Sincerus Renatus unos años antes y que vimos en un video anterior.
De este impulso finalmente se consolidó la Rosacruz de Oro del Antiguo Sistema, aunque no estamos seguros si el objetivo de Fictuld era conformar una organización de esas características. Lo cierto es que -entre 1775 y 1790- las obras de Hermann Fictuld fueron de lectura casi obligada para los integrantes de las logias de la Rosacruz de Oro.
Con el tiempo, y especialmente después de 1777, la Rosacruz de Oro fue menguando y lentamente desapareciendo, al mismo tiempo que la Masonería iba creciendo en toda Europa. De acuerdo con René Le Forestier: “Los rosacruces de oro fueron ciertamente mucho menos numerosos que los masones alemanes, pero la profundidad de sus ideales, el ardor de su celo y una especial erudición adquirida a través de la investigación profunda, les dieron un gran prestigio entre los Hermanos iniciados”.