“Toda luz viene de oriente, toda iniciación proviene de Egipto”. Esta es una frase muy conocida en los ámbitos iniciáticos y que se atribuye a Cagliostro. Esto significa que en el este, en Oriente, en el punto cardinal donde asciende el sol por la mañana, el origen de la luz, es donde buscan inspiración los místicos e iniciados de todos los tiempos.

Pero esta máxima tiene un corolario que dice: “toda iniciación viene de Egipto”, haciéndose eco de la atracción irresistible por los misterios de Egipto que sienten muchos buscadores, rosacruces, esoteristas, teósofos, masones, etc.

Es bien sabido que Pitágoras, Tales de Mileto, Plutarco y Platón fueron iniciados en las escuelas de misterio egipcias, y en varias obras clásicas se brindan algunas referencias acerca de las prácticas rituales de los sacerdotes de la tierra de Khem.

En fin, Egipto siempre atrajo a los pensadores y filósofos de Grecia y Roma, pero con la llegada del medioevo las tierras de Nilo cayeron en el olvido. Con el Renacimiento, especialmente en el siglo XV en la Academia Platónica de Florencia, la pasión por todo lo egipcio vuelve a resurgir de la mano de Marsilio Ficino, que dedicó gran parte de su energía a la traducción de la obra de Hermes Trimegisto, el llamado Corpus Hermeticum, que fue publicado finalmente en 1471 y a través del cual el público culto europeo descubrió las enseñanzas del hermetismo alejandrino.

Ficino consideraba a Hermes Trimegisto como uno de los “primitivos teólogos” de una Sabiduría Primigenia (la Prisca Theologia) vinculandolo con el dios egipcio Thoth y al mismo tiempo consideraba que “los jeroglíficos egipcios eran símbolos de naturaleza divina que sólo podían ser comprendidos por iniciados”.

Más tarde, el jesuita Athanasius Kircher intentó adentrarse en la sabiduría de los egipcios y buscó la forma de descifrar los jeroglíficos, pero sin ningún punto de referencia, sin ninguna piedra Rosetta que le sirviera de guía, sus estudios no llegaron a buen puerto.

En 1731 se publicó en Francia una novela interesante titulada “La vida de Sethos, Tomada de las Memorias privadas de los antiguos egipcios”, donde el autor (el abate Jean Terrasson) describe las pruebas iniciáticas de un joven llamado Seti en los templos de Memphis y en el interior de la Gran Pirámide.

Aunque esta era una obra de ficción, se supone que su autor basó su relato en dos fuentes principales: por un lado un historiador griego del siglo I a. C., Diodoro de Sicilia, que el propio Terrasson tradujo al francés y por otro lado fuentes esotéricas, es decir grupos secretos que le describieron con lujo de detalles algunas prácticas ritualisticas que se habrían preservado desde la caída del imperio romano y cuyo origen se remontaría al antiguo Egipto.

Lo cierto es que las aventuras de Sethos (ficticias o no)  inspiraron a algunas logias masónicas de la Francia del siglo XVIII, las cuales fueron incorporando elementos egipcios a sus prácticas y rituales.

Esta fascinación por todo lo egipcio suele llamarse “egiptomanía” y sin duda se disparó con la expedición de Napoleón Bonaparte a Egipto entre los años 1798 y 1799, cuando los mejores científicos y artistas de Francia acompañaron al célebre corso para conocer más a fondo esa fascinante cultura olvidada y cuando se descubrió la famosa piedra Rosetta esto permitió conocer más a fondo los secretos que escondían los jeroglíficos.

Según se cuenta, en un episodio realmente memorable, Napoleón decidió pasar una noche entera, solo, en el interior de la Cámara del Rey de la Gran Pirámide.  Mucho se ha escrito sobre este evento y su verdadero significado. Al parecer, con esta acción, Napoleón quiso imitar a Alejandro Magno y a Julio César, los cuales también habrían pernoctado en ese lugar.

En su controvertido libro “Mémoires historiques et secrets de l’impératrice Joséphine”, escrita 6 años después de la muerte de Josefina, Marie-Anne Adelaïde Lenormand aseguró que Napoleón le confesó a su esposa lo siguiente: “He consumido mi vida en una sucesión de movimientos continuos que no me han permitido cumplir con mis obligaciones de iniciado de la Secta de los Egipcios”. Esta frase ha intrigado a muchos investigadores y según la propia Lenormard, Napoleón habría sido iniciado en El Cairo en un rito iniciático egipcio.

En este sentido, bien vale recordar que unos pocos años antes de la expedición napoleónica a Egipto (exactamente en 1784), el esoterista Alessandro Cagliostro ya había constituido un rito masónico de inspiración egipcia llamado “Rito de la masonería egipcia Superior” y que poseía tres grados simbólicos: Aprendiz Egipcio, Compañero Egipcio y Maestro Egipcio.

También de las épocas pre-napoleónicas es el interesante “Rito de los Arquitectos Africanos”, creado en Berlín en el año 1767 por Friedrich von Kóppen, que escribió junto a J. W. B von Hymnen una obra titulada “Crata Repoa”, que intentaba emular la iniciación sagrada de los antiguos misterios egipcios.

El “Crata Repoa” describía siete grados de adelanto:

1º Pastophoro

2º Neocoris

3º Melanophoris

4º Cristophoris

5º Balahate

6º Astrónomo

7º Profeta,

los cuales fueron adaptados para el trabajo del Rito de los Arquitectos Africanos en un sistema de ocho grados y con los siguientes nombres:

1º Aprendiz

2º Compañero

3º Maestro

4º Discípulo de los Egipcios

5º Iniciado de los Misterios Egeos

6º Cosmopolita

7º Filósofo Cristiano

8º Caballero del Silencio

El viaje de Napoleón supuso una auténtica revolución en los ambientes ocultistas de la época, y muy pronto aparecieron en Europa otros ritos masónicos de inspiración egipcia como la Orden Sagrada de los Sofisianos que trabajaba “bajo los auspicios de Horus” (1801), el rito Oriental del abate d’Alés de Bermont d’Anduze (1807), el Rito de los Amigos del Desierto de Alexandre Dumége, el rito de Misraim de los hermanos Belarride (1810) o el rito de Memphis (1815). Estos dos últimos fueron fusionados por Giusseppe Garibaldi en el año 1881 bajo el nombre de “Rito Antiguo y Primitivo de Memphis y Misraím” y aún siguen trabajando en nuestros días “a la gloria del sublime arquitecto de los mundos”.

Por otro lado, las corrientes rosacruces que tenían una inspiración alquímica y crística, también fueron recibiendo influencia egipcia, adoptando prácticas y símbolos que siempre habían sido ajenos a la tradición rosacruz. A lo largo del siglo XIX esta influencia fue creciendo hasta la aparición de la Orden de la Aurora Dorada (Golden Dawn), cuyos rituales tenían muchos elementos de origen e  inspiración egipcia, y más acá en el tiempo la Antigua y Mística Orden Rosae Crucis (AMORC), fundada en 1915 por Harvey Spencer Lewis donde la estética egipcia aparece tanto en las indumentarias de los oficiales, como en la decoración de los templos, en la simbología y también en un supuesto origen egipcio de l rosacruz, más precisamente en tiempos de Akhenatón.

Es verdad que la Rosacruz –como todas las corrientes iniciáticas de occidente– puede declararse heredera del conocimiento egipcio, pero si somos estrictos esta influencia procede más bien de ese caldo de cultivo que se llamó Alejandría que del egipto faraónico.

El vínculo más claro del rosacrucismo con Egipto y que aparece desde los manifiestos, es un pasaje de la Fama Fraternitatis, donde se dice que Christian Rosenkreutz estuvo en Egipto y que allí “perfeccionó sus observaciones de la flora y de las criaturas”, lo cual no tiene nada que ver con botánica y zoología sino que significa –en lenguaje velado– que el fundador de la Hermandad Rosacruz conoció los secretos de la Rosa y de las divinidades de Egipto, en otras palabras que fue iniciado en los templos del nilo.

La egiptomanía y esta fascinación por la estética egipcia no se limitó a Europa sino que en América del Norte y del sur pueden observarse muchos edificios de estilo neoegipcio, donde aparecen cornisas, columnas y otros motivos decorativos basados en la antigua civilización del Nilo. Si paseamos por los viejos cementerios de Iberoamérica, seguramente podremos encontrar muchos panteones, tumbas y otros elementos funerarios impregnados de detalles egipcios. Y en los Estados Unidos, hay cines y teatros con fachadas e interiores donde se incluyen esfinges, relieves y jeroglíficos. También podemos encontrar varios templos masónicos, que contienen salones egipcios en los que se realizan ceremonias especiales.