“El mundo está ligado por la acción, menos por las que se cumplen por dharma. Así, ¡oh hijo de Kunti!, ejecuta tus acciones con este intento, desembarazado de todo apego”. (Bhagavad Gita)

Como vimos en artículos anteriores, a través de la ley del karma, las acciones pasadas terminan determinando las condiciones presentes de nuestra existencia. Dicho de otra manera, el ambiente en que vivimos, nuestros afectos, tendencias, aversiones y muchos de los acontecimientos de nuestra vida pueden explicarse a través de la comprensión de este principio universal de la “Causa y Efecto”. Acción y reacción.

Etimológicamente, la palabra “karma” significa “acción” y esta acción se reduce a tres dimensiones fundamentales: obra, palabra y pensamiento. De este modo, se hace necesario hablar de “buenas obras”, “buenas palabras” y “buenos pensamientos”, los tres elementos claves para escapar del ciclo de nacimientos y muertes, aunque -si lo vemos desde una perspectiva iniciática- deberíamos hablar mejor de obras conscientes, palabras conscientes y pensamientos conscientes, ya que el punto clave aquí es la conciencia más que la bondad, que muchas veces es mal entendida.

En nuestro planeta hay mucha gente “buena”. Sin embargo, para que la humanidad encuentre su propósito y pueda construir una sociedad con parámetros trascendentes se necesitan seres humanos que –además de buenos– sean conscientes.

Una persona “buena” que no hace el bien no es tan “buena”, porque la pasividad y la apatía son las herramientas más efectivas de las potencias tenebrosas. En verdad, toda acción (o inacción) que coopere en la perpetuación de este modelo insano debe ser considerada como un freno y un estorbo para la transformación humana.

Edmund Burke dijo una vez: “Lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada”. Aquellos que guardan silencio ante la iniquidad, prefiriendo mantenerse neutrales ante el avance de la corrupción y el desastre ambiental son cómplices de las fuerzas destructivas, aunque en su vida cotidiana mantengan una fachada de bondad y una actitud santurrona.

El mayor peligro de la “bondad” es que ésta fácilmente se convierta en mera conformidad y que acepte como “normales” cosas que no lo son. Los prisioneros del relato platónico de la caverna no parecen ser malos, pero su inacción e inconsciencia son las que mantienen el “statu quo”, avalando con su tibieza el poder de los amos de la caverna.

Conozco muchas personas “buenas” (entre comillas), que paradójicamente son racistas, homofóbicas, nacionalistas o que contaminan el medio ambiente, contradiciendo con sus acciones inconscientes la ley más importante: la Fraternidad Universal, que ha sido enunciada por los antiguos como “Todos somos Uno”.

Pero volvamos al punto anterior: el Karma.

La Filosofía Iniciática señala que toda acción generada con deseo (apego) genera Karma, por lo cual se hace necesario realizar acciones dhármicas donde no haya un encadenamiento causal entre el actor y el producto de la acción. Toda acción, aún las más triviales (comer, jugar, trabajar, caminar, etc.), pueden servir para la perpetuación de nuestra condición de prisioneros o –por el contrario– servirnos de trampolín para impulsarnos hacia la liberación.

La acción realizada de acuerdo a este modelo se denomina “recta acción” y la ausencia del elemento egoico (el “yo”) es el que permite que toda la acción sea “recta” y que el “trabajo” sea sagrado (sacro oficio). Esta desaparición del encadenamiento egoico recibe el nombre de “Dharma”.

Toda acción tiene una manera correcta de llevarse a cabo, de forma pura, correcta y recta. Por esta razón, señala Antonio Medrano que “hasta el más ínfimo de nuestros actos de la vida cotidiana debería acomodarse al arquetipo modélico de la recta acción. (…) Ya se trate de pensar sobre algo, de decir alguna cosa –de palabra, por escrito e incluso por gestos– o de hacer algún trabajo, tenemos que asegurarnos de que eso que estamos haciendo o que vamos a hacer se hace de la manera correcta”. 

Un dicho popular señala que “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones” y esto es absolutamente cierto, ya que el hombre dormido muchas veces hace el mal intentando hacer el bien ya que carece de una visión clara y diáfana que le permita ver más allá de lo evidente. Como primera condición para ser un verdadero canal del “Bien”, el hombre debe despertar. Y así pueden entenderse las palabras de San Pablo: “Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero”. 

La única acción que no genera karma es la “recta acción” donde no existe una intencionalidad y donde se busca hacer lo justo, en el momento preciso y de la manera correcta. La acción incorrecta está viciada de torpeza y miopía, mientras que la acción recta es transparente, armónica y –sobre todo– liberadora.

Ciertamente, la mayoría de las veces no es fácil reconocer cuál es el camino correcto y cuál el incorrecto, y de ahí la importancia de auto-observarnos en todas las etapas de nuestro desarrollo. Esto significa detectar que existen dentro de nosotros dos fuerzas en pugna: una ascendente o concéntrica (espiritual) y otra descendente o excéntrica (material), para alcanzar la aceptación consciente de que somos «seres de dos mundos» y que nuestro propósito está ligado al descubrimiento de una vía media, un equilibrio entre lo de adentro y lo de afuera, lo de arriba y lo de abajo.

Una sociedad nueva y mejor solamente podrá abrirse camino y emerger a través de la acción consciente, desinteresada y amorosa de hombres y mujeres, los seres humanos despiertos del nuevo tiempo.