Para los esoteristas cristianos como Martines de Pasqually, Willermoz y Saint-Martin, la Biblia es un manual de entrenamiento iniciático, que –contemplado desde un punto de vista trascendente y no literal– suministra todas las claves para alcanzar la Iniciación y emprender el camino hacia la Reintegración, es decir re-ligar (volver a unir) lo humano con lo divino.

El eje del esoterismo cristiano es la caída de Adán, la expulsión del Paraíso, el momento en el que el ser humano deja de estar conectado con la Fuente, con el Uno, con Dios, para comenzar un peregrinaje o descenso en la materia, una aventura existencial que en las escrituras judeo-cristianas comienza en el Génesis, se desarrolla a lo largo del Antiguo Testamento, llega a su punto culminante con Jesús el Cristo, su nacimiento, su vida, su muerte y su resurrección, para finalizar en el Apocalipsis, con la Jerusalén Celeste.

Por lo tanto, si despojamos a la Biblia de su carácter tribal y dejamos de asociarla a un pueblo específico, veremos en ella una historia, nuestra historia, entendiendo así y aceptando nuestro estado de “exilio” que en las corrientes sapienciales de Oriente aparece como un estado de “sueño” o “amnesia”, que no es otra cosa que el olvido de nuestra naturaleza original.

En este sentido, Jesús el Cristo es algo así como una “flecha indicadora” que nos señala el camino de regreso al Edén, a la reunión del Hombre y Dios, de cada uno de nosotros -chispas divinas- para regresar al gran fuego y cerrar de ese modo un ciclo de experimentación y aprendizaje.

Por eso, Jesús el Cristo debe ser entendido como un modelo universal, al igual que Buda, Krishna, Quetzalcoatl y tantos otros, entendiendo el estado crístico como un estado arquetípico de conciencia. Es en este sentido que la Filosofía Iniciática enseña que la vida de Jesucristo es un mapa, donde aparecen diferentes hitos existenciales que son modélicos, una hoja de ruta para alcanzar la cristificación, es decir la total concordancia entre lo de arriba y lo de abajo.

Es en este sentido que hablamos de los cinco elementos como patrón y en la vida de Jesucristo los encontramos en el nacimiento (la oscuridad de la cueva de Belén, elemento Tierra), el bautismo en el Jordán (elemento agua), la transfiguración en la cima del Monte Tabor (elemento agua), la crucifixión en el Gólgota (elemento aire) y la resurrección con la posterior ascensión (elemento éter, el quinto elemento).  

Por eso hablamos de Jesús el Cristo como el iniciado perfecto, no porque desdeñemos a los otros grandes maestros y salvadores de la humanidad sino porque -desde una perspectiva occidental- es el referente fundamental. 

Algunos nos dirán que Jesucristo no existió, otros recordarán que si el mitraísmo hubiera impuesto sobre el cristianismo hoy todos seríamos seguidores de Mitra, e incluso se podrá argumentar que su historia es la copia de otras historias, pero nosotros tenemos que colocarnos por encima de lo literal y de todo esto.

Es verdad que la historia de Cristo es similar al relato de otros maestros y en internet solemos encontrarnos con esta imagen que vemos en pantalla, que los opositores al cristianismo tratan de usar como evidencia del plagio cristiano. Pues bien, en primer lugar esta imagen tiene varios datos inexactos, pero aún así, que los relatos de Krishna, Cristo, Orfeo, Mitra y Horus se parezcan no nos hablan de una mentira sino de un mito universal y aunque los profanos insistan en decir que los mitos son mentiras, desde un punto de vista más trascendente mito significa una verdad metafísica.

Por lo tanto, que encontremos elementos similares en Horus, en Heracles y en Jesucristo no los invalida a todos estos personajes sino -por el contrario- los valida como una verdad interior que es universal, arquetípica y -lo más importante de todo- vivencial, posible de ser experimentada más allá de las distancias geográficas y el entorno cultural.

Hablamos al principio de Adán y Jesucristo, que -desde una perspectiva espiritual- se suele denominar “el nuevo Adán” y que reaparece en el Apocalipsis de San Juan como “despertador”. Hace unos meses atrás publicamos un video sobre el Apocalipsis y decíamos que este último libro no hablaba de la destrucción del mundo sino que debía considerarse, más bien, una revelación, y en lo personal debe entenderse como una descripción detallada de la gran guerra que se libra en el interior de cada uno de nosotros.

El rosacruz Gichtel, discípulo de Jakob Böehme, aseguró a principios del siglo 18 que en el Apocalipsis se libraba una “guerra sin cuartel” contra el dragón que cada hombre lleva dentro y que “tiene su antecedente y modelo, su representación simbólica y arquetípica, en la guerra enfrenta a San Miguel Arcángel con el rebelde Lucifer, ya convertido en dragón”, en un combate “que dura desde Adán hasta nuestros días, y que continuará hasta el fin, para los fieles”. Por lo tanto, lo que se está diciendo es que esta guerra no aconteció en el lejano pasado ni sucederá en un futuro apocalíptico sino que está aconteciendo aquí y ahora, dentro de cada uno de nosotros. 

El Apocalipsis es un “libro de combate” de carácter cristocéntrico, tal como se advierte en sus primeras palabras: “La revelación de Jesucristo” (Apocalipsis 1:1) y, como bien señala Jean–Pierre Prévost: “Sólo él, el libro del Apocalipsis, habla más veces de guerra que todo el resto del Nuevo Testamento”.

El Cristo-guerrero y su oponente el Dragón–Satán, no son otra cosa que dos fuerzas primarias que combaten en nuestro interior y que en la magistral historia narrada en el Bhagavad Gita adoptan la forma de “pandavas” y “kurúes”.

En el Apocalipsis se San Juan se rinde homenaje al Cristo–Rey, es decir al Divino Maestro Interior que asume su realeza y que, luego de su victoria contra las fuerzas opositoras, ocupa su puesto en el trono de nuestro corazón. Por esto, San Juan lo saluda como “Señor de señores y Rey de reyes” (Apocalipsis 17:14, 19:16) y señala que “los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos”. (11:15)

Obviamente, estas enseñanzas acerca del cristianismo y de la figura de Jesús el Cristo chocan de frente con las concepciones que tenemos acerca de las  religiones organizadas que no han sabido transmitir adecuadamente el mensaje. ¿Y cuál es este mensaje? Que la figura de Jesús el Cristo no debe ser simplemente recordada y admirada desde afuera, como un mero espectador del misterio, sino que está llamada a ser vivida como protagonista, puesta a prueba, experimentada y aterrizada a lo cotidiano.

De todo esto hablamos cuando nos referimos a la médula del esoterismo cristiano.