En la Antigua Roma, el año se iniciaba con las calendas de enero, donde se realizaba una gran fiesta de apertura presidida por el Máximo pontífice y consagrada al dios Jano.

Ese día, las puertas de las casas se decoraban con guirnaldas de laurel y los ciudadanos obsequiaban a sus seres queridos unos panecillos dulces especiales (ianual) cuya receta ha sido conservada en un texto de Ovidio.

Este primer mes del año (enero, gennaio, january, janeiro), recibe justamente su nombre de esta divinidad romana de las puertas, los comienzos y las transiciones, el Jano bifronte.

La representación clásica de Jano lo muestra con dos caras vistas de perfil: una mirando al pasado (a veces aparece como una cara más vieja) y otra al futuro (a veces una cara joven). Por eso también se le llama Jano“bifronte”, con dos frentes.

Jano era el que “abría” con sus dos llaves (una de oro y otra de plata) las dos “puertas solsticiales”, una en diciembre y otra en junio, la puerta de los hombres y la puerta de los dioses, una alusión a los Misterios de la Tierra y a los Misterios del Cielo. Plata y oro. Y en este caso también podemos hablar de un arte real y un arte sacerdotal, es decir unos misterios menores, que obran sobre el Alma, y unos misterios mayores, que obran sobre el Espíritu.

El arte real posee una doctrina secreta, íntima, que solamente puede ser transmitida a través de símbolos. Las palabras pueden intentar acercarse, rodear, sugerir, pero al ser una enseñanza que solamente puede comprenderse con la intuición y no con la razón, es preciso por lo tanto desarrollar esa captación intuitiva. La palabra “real” alude a la realeza, a seres humanos regios, vinculados a una nobleza anímica, una aristocracia cordial, que no tiene nada que ver con linajes apolillados sino que hace alusión a un arte específico que tiene la posibilidad de sacarnos de la pobreza espiritual.

La palabra “regir” y “regular” tienen un mismo origen etimológico, al igual que “rectitud”. Por lo tanto, reinar es actuar de manera recta, de acuerdo a una regla superior.

El arte sacerdotal es otra cosa: es la conexión directa con la divinidad, y en este punto muchas cosas que nos fueron de utilidad ya no nos sirven más. Es como el bordón del ermitaño del tarot: sin duda fue muy importante para él cuando subió la montaña, ayudándolo en las partes más escarpadas, pero en la cima deja de tener sentido.

Mientras que en la primera etapa el conocimiento siempre es indirecto (la luz de la luna, que es reflejo del sol), en la segunda etapa hay un conocimiento directo, lo cual implica acostumbrarnos poco a poco a la luz enceguecedora del sol. Esto se nota en las dos primeras etapas de la Alquimia: Nigredo y Albedo (luna nueva y luna llena) que dan paso a Citrinitas y Rubedo (el sol en la mañana y el sol al mediodía).

Por esta razón no es raro que, entre los Romanos, Jano fuera el dios de la iniciación a los Misterios.

Tito Livio afirma en sus crónicas que Jano era el dios que siempre se citaba primero en las oraciones, incluso antes que Júpiter en una fórmula que decía: “Janus, Juppiter, Mars, Pater Quirine, Bellona, Lares…”, etcétera.

En ese sentido, Jano es idéntico al Ganesha de los indos, que también era el guardián de las puertas y al que se le dedican las primeras plegarias de todos los rituales brahmánicos.

Incluso Alain Daniélou explica que “Ganesha es denominado Vigneshvara, el dueño de los obstáculos. Él crea dificultades en todas las realizaciones humanas o espirituales. Sólo su benevolencia permite superarlos. Es, pues, el Señor de la Iniciación, de los misterios, de los ritos por los que los obstáculos pueden ser rodeados o evitados”.

En la Antigua Roma, los Collegia Fabrorum rendían culto especial a Jano, en cuyo honor celebraban las dos fiestas solsticiales, en junio y en diciembre. Esta costumbre fue perpetuada por las corporaciones de albañiles medievales, despojándolas de su carácter pagano y dándoles un sentido cristiano, convirtiendo así las dos caras de Jano en los dos Juanes que acompañan al Cristo: Juan el Bautista y Juan el Evangelista, cuyas fiestas se celebran en fechas cercanas a los dos solsticios: el Bautista el 24 de junio y el Evangelista el 27 de diciembre.

El carácter iniciático de los Collegia Fabrorum se transmitió, de forma subterránea, a las corporaciones de constructores medievales, lo que podríamos identificar como protomasonería que adoptó como santos patrones a los dos Juanes y de este evento surge la expresión masónica de “Logia de San Juan”.

En los dos juanes podemos ver un evidente simbolismo espiritual: el Bautista en el desierto, vistiendo pieles y comiendo langostas, y el otro el discípulo amado. Uno vinculado a Jesús con un vínculo carnal (Juan el Bautista era su primo) y el otro relacionado al Cristo y en los evangelios se muestra una fuerte relación de parentesco espiritual.

Volvamos a Jano y a sus dos caras.

Un viejo acertijo pregunta: ¿cuántas caras tiene una moneda? La respuesta obvia sería dos, pero si la apreciamos con detenimiento, en verdad tiene tres: el anverso, el reverso y el canto. Del mismo modo, se puede decir que Jano tiene tres caras, dos visibles y una invisible, un rostro invisible que nos mira directo a la cara haciendo que se esfume toda dualidad. Entre los ciclos de la manifestación del pasado y el futuro existe un eterno presente, un no-tiempo, una conexión entre lo que fue y lo que será.

Dicho de otro modo: el “de dónde vengo” y el “adónde voy” cobran sentido solamente con ese tercer rostro no evidente, con ese punto de eternidad que es el “quién soy”. Solamente si descubro “quién soy” podré entender de forma cabal y definitiva “de dónde vengo” y “adónde voy”.

Este mes de enero dedicado a Jano, como todo punto de partida o de reinicio, es una oportunidad de regeneración, un momento ideal para rectificar el rumbo, focalizarnos en lo esencial y hacer lo que tenemos que hacer: quemar las naves.

Teniendo esto en mente, deseo finalizar este artículo con un himno muy antiguo, obra de Proclo en el siglo quinto después de Cristo:

“Salud, oh Jano,

Abrid para mi vida, llenándola de bienes,

Una resplandeciente vía.

Purifica mi alma

Por iniciaciones que despierten la inteligencia,

Arrancadla de la demencia en la que permanece

Desde que vino a la tierra.

Sí, os lo suplico, tendedme las manos

Y mostradme –pues tengo este deseo–,

Los caminos que los Dioses nos indican.

Así podré contemplar la luz santísima

Cuando por vosotros me será concedido

El poder salir de tierras tenebrosas”.