Según nos cuenta Israel Regardie en una de sus obras, un talismán es “cualquier objeto, sagrado o profano, con o sin apropiadas inscripciones de símbolos; cargado, o consagrado mediante un adecuado ritual mágico o meditación”.

Normalmente, todo talismán se coloca en el pecho, es decir que actúa como escudo protector del corazón que no es otra cosa que la representación orgánica del centro, de la residencia de nuestro verdadero Ser.

En su etimología la palabra “talismán” proviene de telesma, del árabe طلسم tilasm, y ésta proveniente del griego teleo (τελέω), que significa “consagrarse” y “completo”.

Pero, ¿qué es “Telesma”? El Telesma es el poder oculto de la piedra filosofal, que puede equipararse a la fuerza transmutadora contenida en el Vellocino de Oro, el Santo Grial, la Rosa Áurea, es decir en objetos físicos que concentran un poder metafísico. Por lo tanto, al hablar de un talismán nos estamos refiriendo a un soporte material de una energía superior.

Este Telesma fue denominado por Eliphas Levi y Papus como “luz astral”, identificándolo con el gran agente mágico universal (el sustento de todo sistema de magia). En la conocida Tabla Esmeralda de Hermes Trimegisto, se hace referencia a “telesma” y dice que ese gran poder “debe ser convertido en tierra”, es decir que debe manifestarse en el plano físico.

Aquí es importante aclarar que Telesma no es lo mismo que Thelema, una palabra que significa “voluntad”, que aparece en el Nuevo Testamento, por ejemplo en el Padre Nuestro: “Hágase tu voluntad (thelema)” y que en el último siglo fue popularizada en los ámbitos de magia ceremonial, especialmente después del “Libro de la Ley” de Aleister Crowley.

Bueno, decía antes que todo talismán es un soporte visual, tangible, de una influencia metafísica. Las inscripciones que aparecen grabadas nos conectan con fuerzas, energías, astros, símbolos o arquetipos que están afuera pero que también están adentro de nosotros. Así como es arriba es abajo, y cuando portamos un talismán consagrado correctamente éste se convierte en un potenciador de nuestros poderes latentes. Y justamente sobre esto, decía Helena Blavatsky: “La más grande virtud y eficacia del talismán reside en la fe de su posesor, no por razón de la credulidad de este, o de que el talismán no tiene virtud alguna, sino porque la fe es una cualidad dotada de un potentísimo poder creador, y por lo tanto –de una manera inconsciente para el creyente– intensifica cien veces el poder originalmente comunicado al talismán por aquel que lo fabricó”.

Esto mismo es lo que comenta Regardie cuando dice que todo talismán “ejerce en quien lo lleva un efecto auto-sugestivo”, teniendo en cuenta que “la sugestión evoca únicamente factores psico-espirituales innatos”.

Por lo tanto, el valor de los talismanes reside en despertar poderes que ya existen en nuestro interior y que están dormidos, generando una disposición mental propicia. Su valor reside en el poder que le otorga su poseedor, en una fe que no es ciega sino que surge del conocimiento oculto. Un viejo axioma señala que “el que cree, crea” y mientras que la confianza significa “fortaleza”, la duda implica “debilidad”.

En caso de peligro, riesgo o simplemente por la necesidad de protegernos de una influencia externa o incluso para fortalecernos interiormente, el talismán puede servir para centrarnos, pacificarnos y aclarar nuestros pensamientos.

Mientras que el talismán no sea “cargado” o “consagrado”, no es más que un trozo de metal, piedra o madera. Por lo tanto, se necesita activarlo dotando a ese objeto material de un sentido más trascendente.

Vale aclarar que esta es la diferencia entre un talismán y un amuleto. Mientras que el amuleto es un objeto al que se le otorgan propiedades mágicas por sí mismo (atraer la buena suerte o evitar el mal), el talismán necesita ser consagrado por su portador. Esta palabrita “con-sagrado” ya nos da la pista pues significa “volver sagrado algo”.

Los talismanes también sirven de nexo con un egrégor. Cuando usamos determinado símbolo marcante que otras personas también utilizan, éste se convierte en un punto de encuentro y nos permite entrar en comunión con un colectivo, con un poder superior.

En el catolicismo existen varios amuletos tradicionales como la “medalla milagrosa” que posee la misma connotación de “escudo de seguridad” que los amuletos paganos. El estudioso católico Stefano de Fiores así lo corrobora diciendo que la “milagrosa” puede verse, “con su forma oval deseada por la misma Virgen, como una reducción a proporciones mínimas del escudo de defensa que usan los soldados”.

Sin embargo, este tipo de objetos puede considerarse amuleto o talismán dependiendo de la connotación que le brinda su propio portador. Si esta medalla milagrosa simplemente se compra en una tienda de regalos o una parroquia y se coloca en el cuello sin más, no tiene más valor que ponerse una pata de conejo o una jamsa, ese amuleto de la manito tan popular entre los árabes y los judíos. ¿Qué quiero decir con esto? Que el portador debe participar sí o sí o bien en la confección del talismán o también en la consagración del mismo.

La medalla de San Benito –por su parte– también es otro objeto tradicional usado por los católicos y que se usa para protección contra el mal y para los exorcismos. Por eso en su interior puede leerse la exhortación: “Vade retro Satana! (VRS)”, es decir “¡Retrocede Satanás!”. La difusión de esta medalla comenzó en Baviera (1647), cuando se realizó un proceso de brujería donde las supuestas hechiceras afirmaron que “no habían podido dañar la abadía benedictina de Metten, porque estaba protegida por el signo de la cruz. Se buscó entonces en el monasterio y se encontraron antiguas representaciones de esta cruz” con la inscripción que figura en la actual medalla de San Benito.

Lo mismo podría decirse de los diferentes rosarios y también del crucifijo, que desde la Edad Media se considera un escudo protector contra las fuerzas del mal y los espíritus maléficos. Los escritores de literatura fantástica han tomado prestado este concepto religioso y lo han plasmado en las historias vampíricas utilizando a la cruz como un medio eficaz para estar a salvo de los muertos vivientes.