La película “No mires arriba” (Don´t Look Up) trata del descubrimiento de un cometa que se aproxima a la Tierra de forma directa y que, sin lugar a dudas, va a impactar en algún lugar del Pacífico causando una catástrofe global. Los protagonistas de esta historia son una estudiante de posgrado de Astronomía, llamada Kate Dibiasky (interpretada por Jennifer Lawrence) y su profesor, Randall Mindy (interpretado Leonardo DiCaprio), los que comunican a las autoridades su hallazgo, hablando primero con la NASA, luego con la presidenta de los EE.UU., pero todos parecen minimizar lo que ellos consideran un hecho: el cometa va a chocar -sí o sí- con la Tierra. Como fondo de la historia, la película muestra una sociedad alienada y polarizada, que vive ajena al suceso y que se interesa más por los amoríos de la cantante de moda (Ariana Grande) que por la probable extinción de la humanidad.

Esta es, básicamente, la historia y obviamente puede tener muchas lecturas. Algunos relacionarán esto con el cambio climático, otros con la pandemia, en fin, pero nosotros vamos a hacer nuestra lectura en conexión con la Filosofía Iniciática.

Una cosa interesante es que la película tiene su origen en el sistema (Netflix obviamente es una plataforma que está vinculada con el sistema y que inculca las ideas del pensamiento hegemónico de la modernidad) pero que critica profundamente al sistema y a la sociedad. En ocasiones, el sistema necesita este tipo de válvulas de escape para comprobar todas sus vulnerabilidades y defectos, hacer algo así como un “mea culpa”, para luego seguir haciendo lo de siempre. Es parte de la hipocresía de Hollywood, pero esto no es una novedad de Netflix, es algo que podemos comprobar desde hace décadas.

Lo cierto es que “No mires arriba” muestra -de una manera tragicómica- una sociedad sin profundidad, aborregada y que se ha consolidado en los cuatro pilares de los que ha hablado el español Enrique Rojas en sus libros: hedonismo – consumismo – permisividad – relativismo. 

En líneas generales, la película nos presenta una sociedad desprovista de amor, totalmente egoísta y ciertamente estupidizada donde todas las personas piensan que los idiotas son los otros, exactamente como ocurre en nuestro mundo actual fracturado y polarizado. Y es así que mientras unos piensan que los idiotas son los que se vacunan, otros piensan que los idiotas son justamente los otros, los que se vacunan. Para los ateos, los creyentes son idiotas, para los creyentes son los ateos, para los veganos los carnívoros y para los carnívoros los veganos, 

En la película, la polarización se genera -¡cuando no!- fomentada por los políticos, y las personas se dividen entre los que miran al cielo y los que obedecen como ovejas a sus líderes y prefieren no mirar arriba.

Lo cierto es que tanto si está viniendo un cometa o si estamos en medio de una emergencia sanitaria, la idiotez reside en casi lo mismo: seguir viviendo igual que antes, dejando pasar el tiempo, sin prestar atención a lo de veras importante y quedarse con la mirada puesta en lo intrascendente: la cantante de moda, los desafíos de YouTube o los bailecitos ridículos de TikTok. 

En esta producción, la política y la ciencia aparecen como protagonistas, o más bien los políticos y los científicos, y ciertamente no quedan bien parados porque tanto en la ficción como en la realidad, tanto la política como la ciencia se han convertido en parte del problema, no de la solución. De los políticos mejor ni hablar. Como bien dice Pedro Baños: “Hemos quedado en manos de mediocres que se imponen por el miedo, respaldados por los que de verdad manejan los hilos desde las sombras”, en el marco de un sistema que busca perpetuarse y que está creado para beneficiar siempre a los mismos.

Por otro lado aparecen los científicos y que el guionista trata de decirnos que son los buenos de la película, pero en verdad -en nuestro mundo- los científicos quienes han impulsado una ideología profundamente materialista que es la que nos ha traído hasta aquí. 

Es interesante ver que los dos científicos llevan una vida bastante patética, es decir que viven como los demás pero cuentan con una información que los demás no tienen. Son especialistas en un área muy concreta del conocimiento pero desconocen todo lo demás. Tal como decía Ortega y Gasset: “El especialista “sabe” muy bien su mínimo rincón de universo; pero ignora de raíz todo el resto”, concluyendo que hoy en día hay muchísimos “hombres de ciencia” pero muy pocos “hombres cultos” o “sabios”. 

De hecho, estos dos científicos, que siempre habían dado la espalda a lo sagrado y erradicado lo divino de sus vidas, en la escena final deciden orar en familia, pero no tienen idea de qué manera conectar con esa realidad espiritual y al final es un personaje secundario, un pibe con la gorrita patrás, un don nadie en el escalafón social, para que dirija esta última oración donde termina hablando de perdón, amor y aceptación. Y los demás, los eruditos, bajan su mirada humildemente ante el misterio.

Si recordamos que estamos inmersos en la Edad de Hierro, Kali-Yuga, la Edad del Lobo, queda claro que el alejamiento de la fuente genera todo esto, y en nuestros tiempos acelerados esto se hace más evidente, y los cuatro pilares: Arte, Ciencia, Política y Religión, que deberían estar en concordancia aparecen separados en compartimentos estancos.

Hace tiempo que estamos en una profunda crisis cultural que también es una crisis de la educación, y como bien decía Ortega y Gasset cada vez hay más científicos, cada vez salen más egresados de las universidades pero por otro lado el nivel cultural está cayendo en picada. Cada vez se lee menos, y abrir un libro en un autobús o en el metro es casi un acto revolucionario, es ponernos en contra de la corriente. Por otro lado, la inteligencia o al menos el coeficiente intelectual viene bajando desde 1975 según dicen varios estudios, lo cual estaría corroborando la vieja afirmación de la ley de Murphy: “La cantidad total de inteligencia del planeta permanece constante. La población, sin embargo, sigue aumentando”. 

En la película también quedan al descubierto los medios de comunicación masiva y el periodismo como grandes manipuladores y limitándose a ser meros distractores. Los diarios -sabiendo que están en vías de desaparición- buscan que las noticias sean atractivas, divertidas, que generen clicks y así ingresos por publicidad. 

En “No Mires arriba” también aparece la figura del richachón tecnológico (Peter Isherwell) que podría ser una fusión de Elon Musk, Bill Gates y Mark Zuckerberg, siempre queriendo sacar provecho económico de una crisis terminal, recomendando a la presidenta -que tomas las recomendaciones como si fueran una orden- que el cometa sea bombardeado y que sus partes caigan a la Tierra, para así aprovechar los valiosos minerales que contienen.

Este personaje egoísta y esclavo de los algoritmos, que consulta incesantemente desde su aparato celular tiene un plan B: escapar en un cohete con otros poderosos si todo sale mal. Este detalle nos recuerda a los planes B que vienen manejando los millonarios de nuestros días, donde existen grandes búnkeres de lujo en Nueva Zelanda preparados para un colapso global, aunque también podemos citar los sueños de instalarse en Marte de Elon Musk o las previsiones de Bill Gates, apostando por la industria farmacéutica y por la compra de miles de hectáreas de tierra en los Estados Unidos para acaparar la producción agropecuaria en caso de una crisis inesperada. 

En fin, lo que nos muestra la película es una sociedad profundamente enferma. Es claro que muchos siguen afirmando, en función del dogma del progreso, que vivimos en el mejor de los tiempos y que la nuestra es la sociedad más sana de la historia. Pues desde lo cualitativo, es verdad. Vivimos más años que nuestros antepasados y tenemos más objetos materiales, esto es cierto. Pero la enfermedad de la sociedad no pasa por lo material sino por la carencia de un propósito existencial, de un modelo de ser humano.

Mientras no se comprenda lo esencial (es decir, que somos seres espirituales viviendo una existencia material y que estamos todos juntos en este barco) no habrá forma de construir un sistema más justo, más bueno, más consciente.

Al mismo tiempo que el cometa se aproxima a la tierra, mientras los seres humanos discuten y toman partido entre “mirar arriba” o “no mirar arriba”, la naturaleza sigue su curso y podemos observar como se incluyen en la película escenas del mundo salvaje, que sigue en equilibrio, pues -pase lo que pase- la vida siempre se abrirá paso. Es también interesante la contradicción entre el mundo humano tecnificado, complejo y sofisticado y el mundo natural, lleno de simplicidad y armonía. El film muestra de una manera directa este divorcio del Hombre con la Naturaleza.

En el título de esta producción se dice: “No mires arriba” pero esto perfectamente se puede aplicar a todas aquellas cosas a las que no miramos, a las que no prestamos atención o que incluso negamos y que perpetúan una sistema inhumano y antiespiritual que nos trata de inculcar desde pequeños a través de la educación esta idea: “No mires adentro”. No mires adentro porque la realidad -nos dicen- está afuera, en la materia, en las cosas. 

En esta película no aparecen disidentes. Todos, en mayor o menor medida, alimentan ese sistema y, con sus energías, alimentan la polaridzacion. Pues bien, afortunadamente en nuestro mundo no es así. Existen disidentes, hay personas que desde diferentes lugares se niegan a formar parte de este circo perverso. Hay personas que están despertando, hay hombres y mujeres que saben que la única forma de salir de este atolladero es ir contra la corriente, convertirse en la vanguardia de un mundo nuevo y mejor. Como decía Henry David Thoreau (¡y qué bien nos vendría recuperar la lectura del gran Thoreau!): “La minoría carece de poder cuando se deja equiparar a la mayoría. […] Convierte tu vida en un movimiento contrario de fricción hasta que se pare la máquina”.

Tenemos que evitar contaminarnos y no caer en las polarizaciones profanas, de estos (los buenos) contra los otros (los malos). No, la solución no está ahí. Tenemos que lograr ser como salamandras: vivir en el fuego sin incinerarnos, siempre teniendo en cuenta las palabras inmortales de Krishnamurti: “Realmente no es sano adaptarse a una sociedad enferma”.

Si yo no cambio, nada cambia.

Pero si yo cambio, si realmente doy un giro, si experimento una metanoia, si revoluciono mi mente, si de veras despierto, todo cambia.