De acuerdo con Cirlot, “los animales fabulosos y los monstruos aparecen en el arte religioso de la Edad Media como símbolos de fuerzas o imágenes del submundo demoníaco y draconífero, pero entonces como vencidos, como prisioneros sometidos al poder de una espiritualidad superior”. En otras palabras, estas entidades horribles, deformes, grotescas y hasta perversas aparecen en las iglesias medievales, domesticadas y sometidas, para ayudar en la limpieza y evacuación de las aguas.
Por lo tanto, en primer lugar, las gárgolas tenían (y siguen teniendo) un valor funcional, ya que eran la parte visible de un sistema de cañerías para la evacuación del agua de lluvia de los tejados. Incluso el nombre “gárgola” viene de “gargouille”, lo cual en su raíz etimológica nos habla del sonido que se produce al hacer gárgaras con un líquido.
Apreciadas superficialmente, las gárgolas serían elementos decorativos, formas exóticas para enriquecer estéticamente la fachada de las grandes catedrales. Sin embargo, aquellos que han profundizado en el pensamiento medieval, saben que en este período histórico no existía la decoración como tal y todos los elementos, más aun en los ámbitos religiosos, tenían un propósito simbólico.
En este sentido, el historiador Emile Malé decía que, en el contexto que venimos analizando, “toda forma es el revestimiento de una idea”. Este es un pensamiento fundamental para entender el arte medieval y el propio Malé aseguraba que “la forma no puede ser separada de la idea que la crea y la anima”.
Esta idea va ligada al entendimiento de las catedrales como inmensas enciclopedias de piedra, monumentos parlantes, donde cada escena, cada imagen, cada detalle nos está transmitiendo y enseñando algo. En otras palabras, en el medioevo, cuando la mayoría de las personas era analfabeta, las iglesias y las grandes construcciones religiosas tenían un valor pedagógico.
Hoy en día, la mayoría de los turistas entra a las iglesias buscando cosas bonitas o extrañas para fotografiar y sin entender que éstas, sobre todo las grandes catedrales góticas, son verdaderos bosques de símbolos, un universo ordenado donde las gárgolas son una parte fundamental para comprender el todo. De hecho, aunque las gárgolas posean un sentido simbólico particular, en ocasiones aparecían en conjuntos de dos, tres o más, formando entonces una constelación simbólica donde cada parte ejercía un rol particular.
El razonamiento para entender su función simbólica es el siguiente: si pueden repeler las aguas de forma efectiva, también podrían evitar que se filtren en el templo otros elementos nefastos, como energías negativas y fuerzas malignas.
Por lo tanto, además de su evidente función práctica (la evacuación del agua de los tejados), las gárgolas tenían un valor apotropaico. ¿Y qué quiere decir esta palabra tan rara, “apotropaico”? El llamado “efecto apotropaico” hace referencia, desde la antropología, a aquellos objetos, elementos, rituales e incluso oraciones que tienen como objetivo el alejamiento del mal y de las fuerzas malignas, todo aquello demoníaco, oscuro, negativo. Los talismanes y los amuletos, los cuales hemos analizado en otro artículo, también pueden llegar a considerarse objetos apotropaicos.
Según una leyenda contada por el trovador Richard de Fournival, que luego fue canciller de la iglesia de Amiens a mediados del siglo XIII, el maestro cantero Flocars mandó esculpir dos gárgolas de cobre, que fueron colocadas en la puerta de entrada a la ciudad de Amiens, para que pudieran evaluar las intenciones de todos los que quisieran traspasar el umbral. Según cuenta esta vieja historia, las gárgolas podían discriminar a los transeúntes, escupiendo un viscoso veneno a los infiltrados de Satanás y monedas de oro y plata a las personas santas.
Esta función protectora de las gárgolas nos recuerda al conocido “Guardián del Umbral”, que siempre ejerce el rol de custodio de las encrucijadas, los puentes, las puertas, las escaleras. El Jano bifronte es un evidente custodio del umbral y sobre esto, decía el propio Jano a través de la pluma de Ovidio: “A través de mi, el guardián del umbral, tú podrás obtener acceso al Dios con el que deseas comunicarte” (Ovidio, Fasti I. 173-4).
Entonces, los guardianes del umbral establecen un “non plus ultra” (no más allá), una barrera sutil que impide la entrada de los indignos y el pasaje de los dignos, los cuales en ocasiones –para poder ingresar– tendrán que pronunciar una palabra de pase. Esta palabra de pase es un elemento simbólico que aparece en muchos rituales de corte iniciático como la condición sine que non para participar en los rituales.
Desde lo simbólico, los guardianes del templo establecen un límite invisible para que a la catedral solo puedan acceder los dignos. Por lo tanto, aunque los profanos puedan colarse en estos recintos sacros, los guardianes solamente dejarán que pase el cuerpo (pero no el alma). De este modo, ese espacio interior es –al mismo tiempo– un lugar de transformación para los puros y un misterio indescifrable para aquellos que no logran traspasar la corteza.
Aquí queda claro un punto importante: los templos sagrados siempre van a estar a salvo de la indiscreción de los profanos, porque por más que logren infiltrarse en esos espacios sagrados, carecerán de ojos para ver u oídos para escuchar. Para los profanos, el símbolo es un dibujito, una decoración, un absurdo y hasta una ilusión. Sin embargo, donde el profano no logra percibir nada, los discípulos e iniciados encuentran una grieta, un puente, un elemento mágico que conecta dos mundos, dos realidades.
Por lo tanto, estamos hablando de una barrera energética, invisible, que establece un límite dicotómico entre un espacio profano (lo de afuera) y lo sagrado (lo de adentro) y de seres que actúan como custodios de esa línea divisoria, de ese umbral.
En Oriente, el papel desempeñado por las gárgolas es cumplido por los perros de Fu, que más bien son leones, y que suelen flanquear el ingreso a los templos sagrados de Corea, Japón, China, Birmania, Tailandia y otros países del sudeste asiático.
Además de las gárgolas, en las viejas catedrales e iglesias podemos encontrar quimeras. ¿Y cuál es la diferencia entre una gárgola y una quimera? En verdad, lo que distingue a una de la otra es que las gárgolas tienen una utilidad práctica, asociada a la canalización del agua que cae desde los techos, mientras que las quimeras tienen únicamente un valor simbólico y ornamental. Por lo tanto, las gárgolas de la película de Disney “El jorobado de Notre Dame” no son en verdad gárgolas sino quimeras.
Las famosas quimeras de Notre Dame, aunque muchos las consideren elementos muy antiguos, fueron introducidas en la catedral recién en el siglo XIX durante la reconstrucción que llevó adelante el famoso arquitecto Eugéne Viollet-le-Duc.
Como vemos, la idea de un espacio sagrado que debe ser custodiado es recurrente en el simbolismo esotérico. Lo hemos visto con Hermes y sus famosas hermas, con Jano el dios de las puertas y también con Baphomet.