Los Misterios Iniciáticos, es decir aquellos que enmarcan el proceso espiritual de regreso a la fuente, suelen dividirse en “Misterios Menores” y “Misterios Mayores”, y vinculamos a los primeros con el Alma y los segundos con el Espíritu, e incluso podemos hablar de un “Arte Real” y de un “Arte Sacerdotal”.

En este trayecto virtuoso desde la periferia al centro, el ser humano debe traspasar varios portales, avanzar de grado en grado, aumentar su nivel de conciencia, y estas transiciones se conocen como iniciaciones.

Estas iniciaciones no son otra cosa que pasajes de un nivel a otro y pueden ser divididos en tres tipos, siguiendo la constitución trina del ser humano:

a) Iniciaciones ceremoniales, simbólicas o virtuales – Cuerpo
b) Iniciaciones anímicas o efectivas – Alma
c) Iniciaciones espirituales – Espíritu

Comencemos por el principio. Las iniciaciones que se conceden en las diversas órdenes y sociedades de corte iniciático son virtuales, o sea representaciones de procesos internos, y se valen de símbolos (es decir, usan el lenguaje secreto del Alma) para despertar un conocimiento innato que duerme en lo profundo de nuestra conciencia. En otras palabras, a través de la ritualística se intenta hacer aflorar a ese conocimiento a fin de producir en las personas un efecto positivo, conectándolas con su verdadera naturaleza.

Que las iniciaciones simbólicas sean virtuales no les quita validez sino que confirma su enorme poder, recordando que “virtual” es aquello que “tiene virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de presente”, pero sí tiene la potencialidad de causar un efecto. No obstante, para que este efecto suceda es necesario que la semilla caiga en tierra fértil.

Cada escuela iniciática adopta un sistema de grados diferente que está supeditado a una interpretación simbólica y particular de un camino ascendente que no es otra cosa que un desplazamiento o desarrollo de la conciencia, de la materia al espíritu, de la ignorancia a la sabiduría, del sueño a la vigilia.

El ego no puede recibir iniciaciones, aunque muchas iniciaciones simbólicas se hayan convertido meramente en una exhaltación del ego, sobre todo cuando se ha perdido la clave de las mismas y no se llega a comprender el sentido último de las mismas. Por esta razón, aquellos que se vanaglorian de sus grados y que se encandilan con títulos rimbombantes, la mayoría de las veces quedan a mitad de camino, sin poder desprenderse de la materia y atrapados en las trampas del ego.

Como se ha dicho antes, para que las iniciaciones simbólicas tengan validez deben ser efectivas, deben afectar al Alma. Desde esta perspectiva, todas las ceremonias y rituales que se ejecutan en el plano físico deben ser considerarse “iniciaciones menores”, preparaciones para las iniciaciones del Alma o “iniciaciones mayores”.

Por eso, todos los “iniciados” de las escuelas deberían ser considerados, en verdad, “discípulos en probación” (probacionistas) hasta el momento en que pasen a ser “discípulos aceptados”.

Pero, ¿quién nos acepta como discípulos? ¿Quién verifica nuestra preparación? ¿Hay alguien (un Maestro, un Adepto, una entidad suprafísica) que determina nuestra condición de “discípulos aceptados”? En rigor de verdad, no existe una persona que diga “Fulanito ya está preparado y ahora es un discípulo aceptado” sino que es nuestro Maestro Interior el único iniciador que puede validar nuestra preparación.

Sí, ya lo sé, muchas corrientes espirituales nos hacen fantasear con la aparición de un Maestro que nos tome de la mano y nos acepte como discípulos. Y, para alentar esto, se nos repite una y otra vez la frase: “Cuando el discípulo esté preparado, aparecerá el Maestro”, entendiendo a este “Maestro” como un hombre semietéreo de barba blanca y turbante que nos dará las llaves de los mundos invisibles. La imagen ciertamente es bonita pero no es cierta. La aparición del Maestro debe ser entendida como una experiencia imaginal (no imaginaria ni fantástica sino supeditada a la verdadera imaginación, la vera imaginatio de la que hablaba Paracelso).

Esas experiencias están inmersas en un plano intermedio, ni material ni espiritual, el plano del Alma que el francés Henry Corbin llamó “mundus imaginalis”, describiéndolo de este modo:

“[En] el mundus imaginalis (…) “tienen lugar”, y “su lugar” (…) las visiones de los místicos, los acontecimientos visionarios que experimenta cada alma humana en el momento de su exitus de este mundo, los acontecimientos de la Resurrección menor y de la Resurrección mayor, los gestos de las epopeyas heroicas y de las epopeyas místicas, los actos simbólicos de todos los ritos de iniciación, las liturgias en general con sus símbolos, la “composición del lugar” en diversos métodos de oración, las filiaciones espirituales cuya autenticidad no radica en la documentación de los archivos, y también el proceso esotérico de la Obra alquímica”. (1)

Esto significa que la Iniciación efectiva siempre es un proceso interno y no necesita de intermediarios. Entonces, ¿podría existir la auto-iniciación? Esta es una pregunta muy vieja y ha sido contestada de muchas maneras.

Las iniciaciones simbólicas necesitan de otros, precisan de una escuela o de un grupo de personas vinculadas a la Tradición que le sirvan de soporte y que se vinculen a un egrégor. Por lo tanto, en este ámbito no es posible que existan auto-iniciaciones. Por otra parte, al referirnos a las iniciaciones del Alma queda claro que estamos hablando de un proceso interno, personal e intransferible protagonizado por la propia Alma. En este caso sí podría llegar a hablarse de una auto-iniciación pero nunca observada desde la perspectiva del Ego sino del Ser.

En las iniciaciones simbólicas se transmite una influencia anímica que se “activa” con las iniciaciones efectivas, mientras que éstas se recibe una influencia espiritual que se valida en las llamadas “iniciaciones espirituales”.

Dicho de otro modo –y este punto es importante para entender todo el conjunto– en el ámbito iniciático existen dos cadenas:

  1. Una cadena anímica, vinculada a las Escuelas de Misterios Menores, donde el ritual es un elemento fundamental y donde existe una transmisión anímica vinculada a un egrégor.
  2. Una cadena espiritual, vinculada a la única Escuela de Misterios Mayores, también conocida como Logia Blanca, Iglesia Interior, Orden de Melquisedec, etc.

La iniciación efectiva se vive en el plano del Alma, en el mundus imaginalis, ese espacio intermedio o istmo donde “la imagen se corporeiza y lo corporal se tiñe de imagen”,

Al referirse a este hito consciencial, el Filosofo desconocido Louis Claude de Saint-Martin hablaba de una “iniciación del corazón” y decía: “La única iniciación que predico y que busco con todo el ardor de mi alma es aquella por la que podemos penetrar en el corazón de Dios, y hacer entrar el corazón de Dios en nosotros, para hacer un matrimonio indisoluble que nos haga el amigo, el hermano y la esposa de nuestro Divino Reparador. No hay otro medio para llegar a esta santa iniciación que el de sumergirse, cada vez más, hasta las profundidades de nuestro ser y de no retroceder hasta que no hayamos alcanzado a obtener la viva y vivificante raíz”

Hablemos ahora de las iniciaciones espirituales, aunque –si hemos de ser sinceros– sabemos muy poco acerca de ellas. En líneas generales podríamos decir que, así como las iniciaciones simbólicas son propias de los discípulos en probación y las iniciaciones efectivas de los discípulos aceptados, las iniciaciones espirituales son aquellas que están vinculadas a los Adeptos.

Las iniciaciones espirituales suponen una “des-imaginalización”, un vaciamiento de todo lo físico y lo psíquico. Por esto, la imaginación que hasta el momento ha sido nuestra principal aliada para conectar lo de arriba y lo de abajo se convierte en una limitación.

Este paso es un salto a lo cósmico, una verdadera transición de lo humano a lo divino.

Si en la Iniciación (efectiva) podemos decir que el hombre alcanza la cumbre de su humanidad, es decir que actualiza todas sus facultades, vinculando con habilidad los dos mundos, las iniciaciones espirituales suponen una recuperación de nuestra condición divina o “estado adámico”. ¿Y esto qué significa? Que los vehículos de manifestación (físico, vital, emocional y mental) ya no son necesarios y que este proceso no solamente es supra-físico sino también supra-imaginal. Es un salto al infinito que muchos llegan a desdeñar advirtiendo que implicaría una destrucción, una aniquilación de la individualidad.

En verdad, depende de la óptica desde donde miremos. Cuando la gota cae en el mar deja de ser gota, claro que sí, pero sigue siendo agua. Y debemos entendernos como agua, no como gotas, como partes de una Unidad. Por esto, la reintegración supone un retorno a esa Unidad, a una fusión con esa fuente primigenia de Luz, Vida y Amor.

Todo este proceso de “retorno” supone desandar el camino y recuperar poco a poco nuestra identidad. Con la Iniciación actualizamos nuestra condición humana, mientras que con la Reintegración recuperamos nuestra condición divina.