Un viejo refrán sentencia que “no hay rosas sin espinas”, es decir que las cosas que verdaderamente valen la pena únicamente pueden alcanzarse con esfuerzo, o –dicho de otro modo– si queremos rosas debemos esperar espinas.

Séneca decía: “Ad astra per aspera”, hacia las estrellas a través de las dificultades (1), lo que significa que todos los que transitamos el sendero iniciático deberíamos esperar todo tipo de adversidades que nos pongan a prueba, ya que nuestro Ideal no concuerda con la ideología dominante ni con los dictados de la moda sino que –por el contrario– es contracorriente, ascendente y vertical. Por eso, Jacob Böehme recomendaba: “Avanza en todo de manera opuesta al mundo [y por el] el camino recto, pues el camino directo se opone en todo a los caminos por los que avanza el mundo”. (2)

Desde un punto de vista simbólico, las espinas son una representación elocuente de las dificultades de nuestra peregrinación mientras que la verticalidad del camino se evidencia en el tallo, que puede interpretarse como un puente de la tierra al cielo, una salida de la oscuridad a la luz, una especie de axis mundi donde aparecen conectados los tres mundos. (3)

Las espinas, que en la naturaleza no son otra cosa que la defensa natural de la planta, no solamente representan un escollo para los nobles caminantes sino también un medio de protección contra la indiscreción de los profanos, aquellos que no están dispuestos a hacer ningún esfuerzo y que pretenden cosechar sin haber sembrado. Esta idea aparece claramente en un interesante emblema del siglo XVIII donde las espinas impiden que tres cucarachas escalen hasta la rosa. La frase que acompaña la imagen es elocuente: “Procul inde profani”, lo cual significa “Mantened la distancia, profanos”, una variante de la vieja máxima latina “Procul hinc, procul ite prophani” (¡Lejos de aquí, ale­jaos profanos!), que era un aviso muy claro para los curiosos que querían meterse en los templos sagrados. (4)

La pasión del Cristo también ha sido relacionada a la rosa y sus espinas, que aparece en muchas ocasiones en la forma de una flor de cinco pétalos, una clara alusión a las cinco llagas del Cristo (las dos perforaciones en las muñecas, las de los pies y la herida que le fue infligida tras su muerte con una lanza) y donde aparece un tallo con 14 espinas que rememora las 14 estaciones del Via Crucis. Esta concepción aparece perfectamente reflejada en el conocido axioma rosacruz: “Ad rosam per crucem ad crucem per rosam” (“A la rosa por la cruz, a la cruz por la rosa”).

Esto no quiere decir que la vida sea un valle de lágrimas ni que hayamos venido a este mundo a sufrir. No, claro que no. Pero sí significa que debemos esperar todo tipo de pruebas en nuestro camino. Retos a los que tenemos que responder con habilidad. Retos, no castigos.

El camino iniciático es un camino de espinas, pero esas mismas espinas que nos pinchan y que nos impiden el paso son las que tienen la virtud de mantenernos alerta. Buddha proclamó que “el dolor es vehículo de conciencia”, aunque esa afirmación suene casi a herejía en un mundo moderno que se empecina en rendir culto al placer y en escapar (o mejor dicho, tratar de negar) el dolor.

El dolor es un tema tabú, pero es absolutamente necesario para sacudirnos la modorra y para despertarnos a una realidad que –tal vez– no podríamos haber visto de otro modo.

En otras palabras, el dolor puede ser considerado una piedra en el camino (¿por qué a mí?) o –por el contrario– una puerta que nos conduce a la comprensión lúcida de algo más profundo (¿para qué?).

Por más que se niegue o se esconda, el dolor siempre terminará apareciendo: en la enfermedad, en la muerte de un ser querido, en los contratiempos laborales, en las “injusticias de la vida”, etc. Aunque tratemos de esquivarlo, el dolor siempre encuentra un espacio para manifestarse y en ese momento deberíamos recordar la magistral enseñanza budista: “Aunque el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”.

En una de sus conferencias, Enrique Eskenazi recordó que “la palabra “duelo” por un lado es dolor pero por otro es pelea, como en el caso de los duelistas. Hay un duelo no sólo de dolor, hay una guerra: una guerra que uno no sabe, pero que lo empeña a uno”. (5)

Lou Marinoff, por su parte, opinó que “las adversidades y las tragedias que debemos afrontar nos colocan a menudo en el camino adecuado para descu­brir (o redescubrir) nuestro propósito. (…) Tendemos a rechazar las cosas desagradables, como si no tuvieran cabida dentro de la pauta, pero algunas filosofías, como el Tao, justifican siempre el entrelazado de opuestos. Si está buscando el bien, encontrará también el mal. Si busca el significado, vivirá ciertas cosas inexplicables. Si no compren­de un acontecimiento como parte de la pauta, es porque probable­mente todavía no ha visto la totalidad del proyecto” (6).

Las espinas (es decir, los obstáculos de la vida) nunca deberían ser vistas como un castigo sino como una oportunidad de crecimiento. Exactamente como dijo Flo­rence Scovel-Shinn: “Haciéndonos amigos de los obstáculos, ellos se transforman en un trampolín” (7).

Si sabemos mirar, por encima de la superficie de las cosas, en todos los eventos, agradables y desagradables, placenteros y dolorosos, encontraremos un dedo índice que señala el camino a la fuente. No obstante, la mayoría de las veces, abrumados por los problemas cotidianos, nos identificamos tanto con las cosas externas que permanecemos ciegos ante las señales y nos quedamos mirando la mugre de la uña sin prestar atención a la indicación del dedo.

“La adversidad es la piedra con la que afilo mi espada” (Máxima iniciática)

Notas de texto

(1) Séneca: “Hércules loco”
(2) Boehme, Jacob: “Sobre la vida espiritual”
(3) Estos tres mundos clásicos son: el mundo de los dioses, el mundo de los hombres y el inframundo. En Grecia, el personaje que se podía mover libremente por los tres mundos era el “tres veces grande” Hermes Trimegisto.
(4) La frase es de Virgilio y aparece en la Eneida, pero posteriormente ha sido usada en bastantes ocasiones por los rosacruces e incluso puede leerse en uno de los capítulos de “Las bodas químicas de Christian Rosenkreutz” de Johann Valentinus Andreae.
(5) Eskenazi, Enrique: “Saturno y el don de la melancolía”
(6) Marinoff, Lou: “Más Platón y menos Prozac”
(7) Scovel-Shinn, Florence: “La palabra es tu varita mágica”. En el original, la frase aparece de este modo: “¡Los obstáculos son amistosos y las dificultades trampolines!”