En la Rosacruz existe un cántico tradicional, casi un mantra, que dice así: “Ad Rosam Per Crucem, Ad Crucem Per Rosam” (“A la Rosa por la Cruz, a la Cruz por la Rosa”).
Aunque el origen exacto de este cántico es desconocido, el mismo fue adoptado como “leit-motiv” por el esoterista Jósephin Péladan en el seno de la Orden de la Rosacruz del Templo y del Grial (hacia el año 1891) con dos agregados: “In ea, in eis gemmatus resurgam” (“En ella [la rosa], en ellas [la rosa y la cruz] resucitaré como una piedra preciosa”) y “Non Nobis, Non Nobis, Domine Sed nominis tui gloriae soli” (“Nada para nosotros, Señor, nada para nosotros, sino para la gloria de tu nombre”).
Esta última parte no es otra cosa que el lema de la Orden de los Templarios, tomado directamente del salmo 115 de la Biblia, donde podemos leer: “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria, por tu misericordia, por tu fidelidad”.
Tras la muerte de Peladan y con el auge de nuevas organizaciones neo-rosacruces como la Orden AMORC, la Fraternitas Rosicruciana Antigua y la Fraternidad Rosacruz de Max Heindel, este cántico litúrgico se popularizó en los ámbitos rosacruces, como un recordatorio del noble propósito de la Rosacruz y de la figura de Christian Rosenkreutz.
La doble frase “Ad Rosam Per Crucem – Ad Crucem Per Rosam” alude a los dos elementos que forman la rosacruz, la rosa y la cruz y que –a grosso modo– nos recuerdan el espíritu y la materia, así como su interdependencia.
En otras palabras, las estrofas de este cántico rosacruz nos remite a la “coincidentia oppositorum”, la concordancia de los opuestos, la reunión virtuosa de la Rosa y la Cruz a través de la imitación de Jesucristo, al que consideramos el modelo a seguir, el iniciado perfecto. Por lo tanto, no es posible entender a la rosa sin la cruz ni a la cruz sin la rosa.
“Ad Rosam Per Crucem” significa ascender hacia el Espíritu a través de la materia, es decir alcanzar el centro (la rosa) a través de las pruebas de la vida (la cruz), mientras que “Ad Crucem Per Rosam” significa el regreso del viajero purificado o «Maestro de dos mundos» (el bodhisattva), desde el centro (la rosa) para iluminar el mundo ordinario (la cruz).
El dualismo moderno se ha empecinado en confrontar a la Rosa y la Cruz, el Espíritu y la Materia, pero la Filosofía Iniciática insiste en integrar estas dos realidades y vivificarlas a través de un punto de unión, el Alma, la mediadora entre lo de Arriba y lo de Abajo, lo de Adentro y lo de Afuera. Yin y Yang.
Siendo así, el eje de la ascesis rosacruz reside en la purificación y el perfeccionamiento del Alma, a fin de convertirla en un sólido puente que sirva como nexo entre el Cielo y la Tierra.