Antoine-Joseph Pernety (más conocido como Dom Pernety) fue un monje benedictino de la congregación de San Mauro. Sediento de conocimientos trascendentes, encontró en la biblioteca de la abadía una buena cantidad de libros de hermetismo y Alquimia, con los que se empezó a familiarizar con las doctrinas de los antiguos hasta convertirse en un experto.
Con este enorme caudal de conocimientos, escribió dos obras gran importancia en 1758: “Las fábulas egipcias y griegas, desveladas y reducidas al mismo principio, con una explicación de los jeroglíficos y de la Guerra de Troya” y el “Diccionario mito-hermético donde se encuentran las alegorías fabulosas de los poetas, metáforas, enigmas y los términos bárbaros de los filósofos herméticos explicados”, textos donde se propone dar una explicación iniciática y alquímica a las fábulas de la antigüedad, entre ellas “La Ilíada” y “La Odisea” de Homero. De acuerdo con Pernety, todos los mitos clásicos (especialmente los de Grecia y Egipto) pueden leerse con una clave alquímica de naturaleza interior.
En 1762 acompañó al conde Louis Antoine de Bougainville en sus viajes de exploración a las islas Malvinas, tras lo cual escribió sus experiencias en el Atlántico Sur , Montevideo y Santa Catarina (Brasil). Recordemos que en esta época los franceses estaban explorando y cartografiando la zona del Atlántico Sur, especialmente las Malvinas que eran conocidas como Malouines, ya que muchas de estas expediciones partían de Saint-Maló.
A su regreso, Pernety fue expulsado de la Orden Benedictina y a raíz de este suceso, comenzó a contactarse con diversas personalidades relacionadas con la Masonería y el Rosacrucismo, para finalmente ingresar formalmente en una logia de Avignon llamada “Seguidores de la Verdad”. No conforme con la metodología masónica, decidió crear el “Rito Hermético” que era una especie de academia alquímica, pero poco tiempo después tuvo que huir a Berlín para escapar de la Inquisición que lo investigaba por los contenidos heréticos de sus libros. En Berlín fue nombrado conservador de la biblioteca real de Federico II de Prusia, un puesto clave para que siguiera desarrollando sus tesis y estudiando la literatura antigua relacionada con la Gran Obra.
En su estancia en Prusia conoció las doctrinas de Swedenborg y se reunió con renombrados hermetistas locales, los cuales lo habrían puesto en contacto con la verdadera e interna Orden Rosacruz. Más allá de este suceso del que solamente se tienen referencias muy vagas, lo cierto es que, en la ciudad de Berlín, Pernety fundó -con la ayuda del conde Tadeusz Grabianka- los Illuminati de Berlín, que -más allá de su nombre– discrepaba fuertemente, tanto en sus doctrinas como en sus objetivos, con los Iluminati de Baviera creados por el tristemente célebre Adam Weishaput.
En este tiempo, Dom Pernety -inmerso en los ambientes masónicos de la época y muy influido por los conocimientos alquímicos- escribió un ritual masónico-alquímico secreto, donde aparecían instrucciones generales sobre el proceso de la Gran Obra.
Por ejemplo, en uno de los diálogos de instrucción aparece este pasaje:
P – ¿Sabéis trabajar la materia universal?
R – Sí, Sapientísimo.
P – ¿Y de que os servís para esto?
R – Del fuego interno y externo.
P – ¿Y qué resulta de ello?
R – Los cuatro elementos que son los principios mediadores.
P – ¿Y cómo se llaman?
R – Fuego, aire, agua y tierra.
Pernety creía que, en un marco ritualístico adecuado y con la utilización de ciertas palabras y ciertos símbolos, los secretos alquímicos de la Gran Obra podían llegar a ser captados por aquellos que tenían desarrollada su intuición o -como diría Eckhartshausen- habían despertado su visión profunda o sensorium interior.
Tras 16 años de labor ininterrumpida en la biblioteca real, abandonó Berlín, viajando primero a Praga donde se reunió con un colegio de cabalistas, luego a Görlitz (ciudad de Jacob Böehme), para regresar finalmente a Avignon en 1776. En esa ciudad reorganizó su “Rito Hermético” bajo el nombre de “los Iluminados de Avignon”, usando el ritual alquímico que citamos anteriormente y reuniéndose en una lujosa propiedad del marqués de Vaucroze, en la localidad occitana de Bédarrides que pasaría a llamarse “Templo del Monte Tabor» y en ese lugar plantó diversos árboles traídos de Tierra Santa, más precisamente del mismísimo Monte Tabor, donde Jesús el Cristo experimentó la cuarta iniciación simbólica correspondiente al elemento aire.
En este grupo se practicaban seis grados masónicos superiores, que seguían a los tres grados simbólicos (Aprendiz, Compañero, Maestro):
1-Verdadero Masón
2-Verdadero Masón en la Vía Recta
3-Caballero de la Llave de Oro
4-Caballero de Iris
5-Caballero de los Argonautas
6-Caballero del Vellocino de Oro
Varios de estos nombres remiten a la correspondencia que hacía el propio Pernety de la antigua mitología con la Gran Obra, y vale destacar que el propósito de esta cofradía era enseñar, por medio de símbolos, el arte alquímico de la transmutación de los metales y, en especial, el secreto del elixir de la larga vida. En nuestros días, el grado del verdadero masón adepto todavía se conserva en algunas variantes del rito egipcio de Memphis.
Los integrantes del Rito Hermético aseguraban ser los custodios de un alto secreto al que llamaban “la Santa Palabra”, el cual habría sido recibido metafísicamente por Pernety en sus últimos días en Berlín. Este secreto consistía en un método teúrgico de comunicación con entidades metafísicas, una especie de oráculo misterioso, el cual brindaba instrucciones precisas a los discípulos para el trabajo espiritual.
En 1778, en Lipsia, Pernety se encontró con Cagliostro y -según cuentan algunos cronistas- comunicó a éste último varios de sus secretos. Según dice César Vidal, “resulta innegable que dom Pernety se convirtió en […] mentor espiritual [de Cagliostro] y le proporcionó los mimbres con los que [éste] tejió su versión de la masonería”.
Con los sucesos revolucionarios de 1789, la Orden se dispersó y Pernety fue detenido, aunque fue puesto en libertad poco después, para instalarse en el palacete de la Place des Trois Pilats en Avignon donde fallecería el 16 de octubre de 1796.
Tras su muerte, los Iluminados de Avignon intentaron volver a reunirse pero todos los intentos por reflotar a la vieja hermandad fueron infructuosos.