Hay un detalle del Gran Sello del que no hablamos en los artículos anteriores: en la base de la pirámide hay una inscripción en números romanos, que se corresponde al año 1776. Este punto tam bién ha servido para alimentar las teorías de conspiración porque justamente en este momento de la historia ocurrieron varias cosas, entre ellas:

El 4 de julio de 1776, 13 colonias británicas logran aprobar la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, en Filadelfia (Pensilvania).

Pero también este año, exactamente el 1 de mayo se fundan los Illuminati de Baviera y también Adam Smith publica su obra Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, que es un trabajo clave para el desarrollo y la fundamentación del capitalismo tal como lo conocemos.

Estos tres eventos son fundamentales para entender el mundo moderno y todo lo que vino (el dogma del progreso, la secularización del mundo, el colonialismo y el imperialismo, la revolución industrial y obviamente la aparición del socialismo y las guerras mundiales está ciertamente muy vinculado a estos eventos. 

Dejemos de lado a Adam Smith y centrémonos en los otros dos acontecimientos: la Declaración de la Independencia y la Fundación de los Illuminati. Algunos llegan a decir que ese número 1776 aparece en el Gran Sello debido a esta oscura secta alemana, pero si aplicamos la navaja de Ockham, que plantea que la explicación más sencilla suele ser la más probable, no queda duda que la inscripción en números romanos alude al 4 de julio de 1776, un hito de capital importancia para los Estados Unidos de América. 

Lo que sí es cierto que este fin de siglo 18 marca –según los estudios de la ciclología y las doctrinas tradicionales– el comienzo de la etapa más oscura de la edad de hierro o Kali-Yuga, el llamado “hierro del hierro”, el punto de inicio de la modernidad y de la idea del ser humano como centro del universo, como una entidad emancipada de la naturaleza y con el derecho de avasallarla. La modernidad nos trae los ismos: el capitalismo, el socialismo y el fascismo, lo cual profundizó las divisiones y la separatividad, la idea de que hay un “ellos” y un “nosotros”, y el mundo actual, de este 2021, con tanta violencia y polarización, es la versión extrema de esta modernidad bizarra gestada en este punto de la historia.

Otro punto que nos quedó pendiente es la frase latina que aparece bajo la pirámide: “Novus Ordo Seclorum”. Este lema apareció en 1782 en la versión final del Gran Sello y significa nuevo orden de los tiempos o de los siglos, y la persona que lo propuso (Charles Thomson) explico su significado de este modo: “las palabras debajo de él significan el comienzo de la nueva Era estadounidense “

Por lo tanto, la traducción forzada  de “Novus Ordo Seclorum” por “Nuevo Orden Mundial” tiene sentido solamente en el marco de la teoría de la conspiración pero si nos centramos en los acontecimientos históricos que rodean a este sello, la gestación de una nueva nación en un marco fuertemente religioso, queda claro que en este símbolo aparecen reflejadas todas esas ideas cuasi-mesiánicas de una nueva tierra prometida y de una nueva era.

Lo cierto es que mientras posamos la mirada en falsas conspiraciones (los reptilianos, los illuminati, QAnon, etc.) no estamos prestando atención a las verdaderas conspiraciones que son el trasfondo de un sistema inhumano, anti-espiritual (es decir, cimentado en el materialismo más burdo) con una idea loca y hasta suicida podríamos decir: el crecimiento infinito. 

Ahora pasemos al otro lado del sello, el águila de cabeza blanca rodeada por el número 13: 13 flechas, 13 hojas, 13 letras del lema, 13 barras y 13 estrellas. 

Aún se conserva el boceto original de 1782 donde el águila calva sostiene con su garra izquierda 13 flechas que significan la fuerza, lo marcial y el poder de la guerra y con su garra derecha una rama de olivo que significa la concordia y el poder de la paz. Lo cierto es que el águila mira hacia el lado de la paz, pero mantiene preparadas las flechas. Esto nos recuerda la frase latina de Vegecio: “Si vis pacem, para bellum”, es decir “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”, aunque lamentablemente la guerra y el conflicto han sido una constante en los Estados Unidos de América desde su creación. 

La frase “E pluribus unum” significa “De la pluralidad a la unidad” o “De muchos, uno”, una noción que es bien conocida en los círculos espiritualistas y esotéricos donde siempre se ha hablado de Fraternidad y de Unidad en la Diversidad. En el sello, la frase otra vez está vinculada a los Estados Unidos y la reunión de estas colonias que pasaban a ser una nación. 

No obstante, en la primera versión del Gran Sello, este lema “E pluribus unum” estaba vinculado a las seis naciones que habían poblado las tierras norteamericanas: la rosa (Inglaterra), el cardo (Escocia), el arpa (Irlanda), la flor de lis (Francia) el león (Holanda) y el águila imperial (Alemania). Obviamente esta era una visión completamente eurocentrista donde se aludía a seis naciones europeas de población blanca, mientras que de los negros africanos y de los pueblos originarios no se decia absolutamente nada.

Ahora centrémonos en el águila que –como toda ave– aparece mediando entre lo de arriba y lo de abajo. Por esto mismo, por esta presencia en un espacio intermedio, las águilas siempre han estado vinculadas con los ángeles y podemos leer en Ezequiel que los cuatro ángeles de su visión tenían cara de águila (Ez. 1:10), mientras que pseudo Dionisio Areopagita explica de este modo la representación del ángel por el águila: “la figura del águila indica la realeza, la tendencia hacia las cimas, el vuelo rápido, la agilidad, la prontitud, la ingeniosidad en descubrir los alimentos fortificantes, el vigor de una mirada echada libremente, directamente y sin desvío hacia la contemplación de aquellos rayos, de los que la generosidad del sol teárquico multiplica los rayos”.

Esto último es interesante porque en la tradición simbólica siempre se ha afirmado que el águila es capaz de remontar vuelo hasta el sol sin abrasarse y contemplarlo de frente, sin pestañear. Ángelus Silesius decía que “el águila mira sin temor de cara al sol”, es decir que tiene la posibilidad de posar su mirada en lo sagrado pero también en lo mundano, convirtiéndose así en un ser de dos mundos, con una existencia que se desarrolla tanto en la tierra como en el cielo.

En varias representaciones, el águila aparece luchando a muerte con una serpiente, simbolizando así la lucha entre la luz y las tinieblas, entre el bien y el mal, aunque observadas desde una perspectiva más integral ambos elementos están representando la unidad cósmica primordial, la reunión en un mismo símbolo de la materia (la serpiente) y el espíritu (el águila). Y, en rigor de verdad, ya sabemos quién gana este combate, el águila, es decir que la victoria final de lo espiritual (eterno, infinito, metafísico) sobre lo material (temporal, finito, manifestado) es lo esperable. Esta misma contienda sucede en el Alma, tironeada entre lo de arriba y lo de abajo, y donde puede observarse una guerra interior de la que ya hemos hablado en este canal. Sin embargo, esta conflagración está destinada a terminar con el triunfo final del águila, del espíritu, de la Luz, en definitiva de lo Bueno, lo Bello, lo Justo y lo Verdadero.

Los pueblos originarios de Norteamérica portaban plumas de águila en sus rituales haciendo corresponder a estas plumas con los rayos del sol y con esa radiación divina que buscaban que los impregnase, que los penetrase. 

En este contexto, y de acuerdo con Antonio Medrano, “la pluma del águila constituye un signo de verdad y de inmortalidad, de potencia espiritual y de homenaje a los poderes de lo alto; distintivo y señal que apunta a la presencia de fuerzas divinas y sobrenaturales en el hombre. En tal sentido –y no como simple ornato folklórico conforme interpreta la mente moderna– es utilizada por el piel roja. (…) La pluma del águila hace alusión en todo momento al soplo del espíritu, al toque de lo sobrenatural. (…) Portar las plumas del ave solar equivale a convertirse simbólicamente en águila, apoderarse de la realidad ontológica que la misma representa; y, a través de ello elevarse a las regiones de lo sobrenatural, identificarse en el Yo real con Wakan-Tanka”.

Por estas virtudes y por estas implicancias simbólicas, los Estados Unidos de América eligieron al águila de cabeza blanca, el águila calva, como su animal tótem, como su espíritu animal protector, lo cual –por otra parte– representa el egrégor nacional, como el oso en Rusia, el gallo en Francia, el águila imperial en Alemania o el león en Inglaterra. 

Recordemos que la palabra “animal” significa una entidad dotada de soplo vital o ánima (alma) y por lo tanto, a través de esos animales nacionales, se canaliza de modo simbólico el alma de todo un país, la suma de un conjunto de almas que vibran al unísono con un mismo ideal y que forman parte de un mismo proyecto nacional. 

Y en lo referente al águila calva como símbolo egregórico de los EE.UU., a la suma de todas las almas de ese proyecto-nación en un solo ser, queda claro que esto está íntimamente relacionado con el lema que vimos antes: “E pluribus unum” (“De muchos, uno”), un concepto inspirador que perfectamente podría aplicarse hoy en día a una humanidad dividida, dormida, sin un propósito común y totalmente divorciada de la naturaleza y lo sagrado.