Un águila surca valientemente los cielos, haciendo frente los poderosos rayos que se precipitan sobre una torre. Este es el tema central de un emblema del siglo XVIII donde aparece el lema «Nil Fulmina Terrent» («El rayo no me atemoriza») y donde se establece un interesante vínculo entre esta majestuosa ave y la fuerza arrolladora de la naturaleza.
La relación entre el águila y el rayo aparece, de una u otra forma, en casi todas las culturas, dado que esta ave siempre ha estado asociada al cielo, al sol y a la iluminación. Compañera inseparable de Zeus-Júpiter, fue llamada por los antiguos «Aetos Dios» («el águila de Zeus») y en muchas representaciones romanas aparece sosteniendo en sus garras un haz de rayos horizontales.
Durante la República, las legiones romanas usaban un águila como emblema y se decía: «Un águila por legión y ninguna legión sin águila».
Para la Legión era muy importante mantener en alto el estandarte con el águila durante las batallas, por lo cual el mismo era custodiado celosamente por un suboficial llamado «aquilifer» («el portador del águila»), que gozaba de gran prestigio entre los legionarios. Dado que era el guardián del honor, el aquilifer tenía que ser protegido y salvaguardado a toda costa, ya que la pérdida del estandarte suponía la mayor de las deshonras. Incluso, en la jerga militar romana, los soldados de la Legión decían que estaban sirviendo «bajo las águilas».
En este sentido, el historiador John Wilkes cuenta que «cuando Julio César dirigía el primer ataque romano contra Inglaterra, al acercarse a la costa se encontró con una acogida bastante violenta: los soldados tenían miedo a saltar a aquellas aguas profundas y enfrentarse a los lanceros británicos que les aguardaban, y entonces el Aquilifer de la Décima Legión saltó, gritándoles a sus camaradas que, o le seguían, o iban a ver cómo el estandarte caía en manos del enemigo, ante lo cual los soldados olvidaron su miedo y se lanzaron tras de él a la batalla».
A veces, el mismo emblema del águila en un cielo tormentoso aparece acompañado del axioma “Non pavet ad strepitus” (“Sin temor al estrépito”) y, en el ámbito de la revolución mexicana, se acompañaba de esta interesante octavilla:
«Esa ave que festiva y majestuosa,
a quien ni el mismo fuego atemoriza,
corta el aire ligera y ambiciosa
sin poder renacer de su ceniza,
soberana se juzga, y no reposa
hasta tanto su intento no le avisa
que está cerca del sol, y allí resuelve
que al sol verá el semblante,
o que no vuelve».
Según René Guénon, el águila «representa a menudo la inteligencia intuitiva o la contemplación directa de la luz inteligible» ya que puede mirar el sol de frente, mientras que el rayo, por su parte, simboliza el «esclarecimiento intuitivo y espiritual» y por eso ambos símbolos se consideran complementarios.
El rayo contiene la misma connotación ambivalente que otros símbolos iniciáticos como la espada y el hacha, dado que tiene la capacidad de iluminar o de fulminar, lo cual nos recuerda a otra energía ígnea y serpentina, la fuerza arrolladora de Kundalini, la cual –según los textos de la tradición inda– tiene la doble facultad de iluminar o de matar.
En resumen, si nos atenemos a las pistas simbólicas, el águila no tiene mayores problemas en avanzar decididamente hacia la tormenta porque conoce, controla y domina el inmenso poder de los rayos. Esto era bien conocido por los antiguos simbolistas, quienes aseveraban que el águila estaba íntimamente unida a las tormentas eléctricas y, por lo tanto, no podía ser lastimada por éstas.
Históricamente, aparecen varias representaciones que corroboran esto, donde se muestra al águila surcando cielos tormentosos, e incluso haciendo nidos con los rayos como si éstos fuesen ramitas. En este sentido, dice Covarrubias: «Sigismundo Augusto, Rey de Polonia tuvo la empresa del águila que sube por el aire, con un ramo de laurel en el pico,y muchos rayos que bajan por un lado y otro, dando a entender lo que muchas veces hemos dicho, que el águila no es jamás herida del rayo. (…) Nerón batió una moneda de plata con su efigie y por reverso un águila que tenía entre las garras un rayo , con un ramo de laurel y los Emperadores que le siguieron le imitaron en ello».