En los antiguos caminos de Europa, los viajeros iban acumulando piedras en las encrucijadas para homenajear a Hermes Trimegisto, el tres veces grande, uno de los pocos dioses (1) que podía desplazarse en los tres mundos: el mundo de los hombres, el mundo de los dioses y el inframundo.
Estos montones de piedras eran hitos que iban creciendo en tamaño con el aporte de todos los caminantes (como en la Cruz de Ferro del Camino de Santiago) y eran conocidos como “hermas”.
En muchas de estas hermas aparecía el dios Hermes con el falo erecto y esto las convirtió en blanco de los ataques de los cristianos, que veían en ellas el pecaminoso pasado de los pueblos paganos. A veces los fanáticos no destruyeron las imágenes sino que se limitaron a castrarlas, y así podemos apreciarlo en algunas de las hermas que se conservan en los museos vaticanos, o bien en antiguas obras renacentistas, donde los órganos genitales fueron cuidadosamente borrados.

No obstante, la profanación de las hermas no es cosa nueva ni puede asociarse exclusivamente al cristianismo sino que también ocurría en la antigüedad, como en el sonado caso de los “hermocópidas” (mutiladores de Hermes), que bien cuenta Carlos García Gual: “En una madrugada del 415 a. de C. aparecieron mutilados todos los pilares de Hermes en las calles de Atenas. Eran las vísperas de la expedición naval a Sicilia y el escándalo fue tremendo en la ciudad. Se exigieron responsabilidades por el sacrilegio y varios ciudadanos fueron acusados de la siniestra gamberrada. Entre ellos estuvo el famoso Alcibiades, designado estratego de la expedición, que tuvo que exiliarse para evitar el proceso de impiedad. El ultraje a los emblemas del dios de los buenos encuentros fue, desde luego, fatal para la ciudad. La expedición acabó, como se sabe, en una desastrosa derrota, que lastró la etapa final de la guerra del Peloponeso”. (2)
Aunque la representación más repetida en estas hermes es la del dios Hermes con el pene erecto, otra veces el mismo Hermes aparecía representando como un enorme falo, tal como revela el genial geógrafo Pausanias en sus escritos. Y este decía: “En Cilene hay santuarios de dioses, uno de Asclepio y otro de Afrodita. La imagen de Hermes que veneran extraordinariamente los de allí es un pene erecto sobre un pedestal”. (3)
Sin embargo, el falo de Hermes no tiene un sentido erótico o sexual sino trascendente y fue Hipólito de Roma quien dio en el clavo al explicar que, en estas representaciones, el miembro viril está “mostrando el impulso de las cosas inferiores hacia las superiores” y en otro pasaje se dice que “en el templo de Samotracia se levantan dos estatuas de hombres desnudos, con ambas manos extendidads hacia el cielo y erecto el miembro viril. (…) Dichas imágenes representan al hombre primigenio y espiritualmente regenerado, en todo consubstancial a aquel hombre”. (4)
El culto al falo o falicismo es universal y siempre ha estado asociado a la fertilidad y a la regeneración en varios niveles, contrapuesta a la degeneración profana. En la línea junguiana, Joseph Henderson agrega sobre esto: “Podemos sacar conclusiones bastante exactas con respecto a la función de las hermas como símbolos de fertilidad, pero nos engañamos si pensamos que esto se refiere a la fertilidad biológica. (…) El falo penetra, por lo tanto, del mundo conocido hasta el desconocido, buscando un mensaje espiritual de liberación”. (5)
Además de las esculturas fálicas en honor a Hermes, era bastante usual también la elaboración de piedras talladas en forma fálica usadas como colgantes para recordar el poder regenerador del dios, las cuales después se popularizaron en Roma como amuletos mágicos (fascinus), los cuales eran destinados a combatir el mal de ojo (oculus malignus), también conocido como “fascinación”.
Por lo tanto, en un contexto iniciático, el falo de Hermes está aludiendo a la regeneración espiritual, a la posibilidad de una vida nueva y mejor fundamentada en una transición, giro o metanoia, en la muerte del “hombre viejo” para que de sus cenizas pueda emerger el “hombre nuevo”. Por esta razón, los sufíes hablan de “morir antes de morir”.
Las Hermas poseen una connotación funeraria (como tumbas) y también se relacionan al poder reproductor del falo erecto. Dicho de otro modo: la muerte y la vida unidas son integradas por Hermes psicopompo, el guía de los muertos, “el que conduce de la muerte a la vida y que reduce la vida a la muerte” /”qui animas ducere et reducere solet”, el sagrado compinche de aquellos caminantes que han decidido morir y renacer.
Con Hermes como guía, sigamos por el buen camino.
Notas del texto
(1) Junto con Hécate, otra divinidad liminar.
(2) García Gual, Carlos: “Diccionario de mitos”
(3) Pausanias: “Descripción de Grecia”, tomo VI
(4) Hipólito de Roma: “Refutation of All Heresies” (5) Henderson, Joseph L.: “Carl Gustav Jung: El Hombre y sus Símbolos”