Al observar el gran sello de los Estados Unidos, que data del año 1782, no podemos permanecer indiferentes. Este es, sin lugar a dudas, el símbolo esotérico más conocido del mundo y en nuestros días se lo suele vincular a todo tipo de conspiraciones: desde los Illuminati al llamado Nuevo Orden Mundial, la Masonería, el Club Bilderberg, etc., etc. y más etcétera. 

Pero, ¿de verdad este símbolo potente está vinculado a algún tipo de conspiración o su propósito es otro bien distinto? De este tema estaremos hablando en este artículo, el primero de una serie que dedicaremos al Gran Sello de los Estados Unidos.

Con el avance del positivismo, el ser humano –paulatinamente– fue perdiendo contacto con los símbolos y, en su afán por racionalizarlo todo, terminó por degradar muchos símbolos preciosos. Esto ya lo vimos en el artículo de la esvástica, pero lo mismo podría decirse de la cruz, del haz de lictores y también con el ojo panóptico, el ojo que todo lo ve.

Aunque su sentido original era muy diferente, hoy muchas personas asocia a este ojo insertado en un triángulo con el control y la dominación de una sombría élite que siempre se asocia con todo lo malo: el diablo, los arcontes, los reptilianos, los grises, un plan de dominación global, etc.

Sin embargo, el ojo panóptico u ojo de la providencia representa el poder supremo de la divinidad como un atento vigilante de la humanidad, es decir omnisciente y omnipresente.

Cuando decimos ojo panóptico es necesario recordar la etimología de esta palabra: “pan” quiere decir “todo” y “óptico” obviamente remite al ojo, a la visión.

Este ojo tiene una característica interesante: en la mayoría de las representaciones no tiene párpados, es decir que nunca se cierra, nunca duerme, siempre está activo y vigilante. 

En el judaísmo, esta visión divina aparece por primera vez en los Salmos, donde podemos leer (por ejemplo):

“El Señor está en su santo templo;

El Señor tiene su trono en los cielos. Sus ojos ven;

sus párpados examinan a los hijos del hombre”. (Salmos 11:4)

“Los ojos del Señor están sobre los justos;

sus oídos están atentos a su clamor”. (Salmos 34:15)

“He aquí el ojo de Jehová sobre los que le temen,

Sobre los que esperan en su misericordia”. (Salmos 33:18)

Esto también aparece en el Libro de Sirácida o Eclesiástico, donde se dice:

“Lo que este hombre teme

es que lo vean los demás,

sin pensar que Dios puede ver

todo lo que pasa en este mundo;

sus ojos penetran lo más profundo

y alumbran más que el sol”. (Eclesiástico 23:19)

En el Nuevo Testamento también encontramos referencias a esta visión omniabarcante de la divinidad, pero lo cierto es que este símbolo caló hondo en la tradición cristiana y se convirtió en un tópico recurrente del arte renacentista, sobre todo en el Renacimiento tardío, donde el ojo solía aparecer rodeado de rayos luminosos, sin duda tomando como inspiración las palabras del Eclesiástico, donde se dice que “sus ojos alumbran más que el sol”.

Luego el ojo se insertó dentro de un triángulo, en una evidente alusión al carácter trino de la divinidad según los cristianos: Padre, Hijo y Espíritu Santo. De acuerdo al “Aurora consurgens”, un tratado alquímico del siglo XV: “En el Padre está la eternidad, en el Hijo la identidad y en el Espíritu Santo, la participación en la eternidad y la identidad (…) y los tres son uno: a saber: cuerpo, espíritu y alma; pues en el número tres está toda perfección”.

A través de los libros de emblemas, los famosos “Emblemata”, el ojo que todo lo ve se fue popularizando en Occidente, siempre en vinculación a Dios todopoderoso.

Para el esoterismo, el símbolo del ojo es fundamental porque remite a una percepción profunda. De hecho, ese hito crucial que llamamos Iniciación, Iluminación o Despertar de la Conciencia siempre se ha vinculado al tercer ojo, el ojo del corazón, el sensorium interior, que siempre aparece abriéndose, despertando, es decir pasando de un estado de conciencia desconectado de la realidad a un estado superior donde todo puede apreciarse desde la Unidad, sin las limitaciones de los sentidos.

Por eso, el ojo que todo lo ve, relacionado a lo Uno y a la Unidad, está vinculado con cada uno de nosotros –así como es arriba es abajo– y nos permite liberarnos de la visión dualista, separatista, para focalizarnos en lo que está más allá de lo evidente: lo eterno, lo uno, lo verdaderamente real, aquí y ahora.

¿Qué quiere decir esto? Que el ojo panóptico, ese que todo lo ve, en verdad lo contempla todo en función de la Unidad, apreciando siempre la totalidad, no sus partes. En otras palabras, a través de este ojo puede apreciarse y entenderse la unidad en la diversidad. Por esta razón este símbolo puede interpretarse desde lo macrocósmico (el ojo de Dios) o bien desde lo microcósmico (el ojo de Dios en nosotros, el ojo del corazón).

De ahí que se diga –cuando se habla de la Iluminación– que el hombre experimenta en ese momento crucial una ampliación o expansión de la conciencia. En un viejo libro cristiano de 1647 titulado “El ojo invisible de Dios que todo lo ve” de Matthew Newcomen, el autor dice que –a través de este ojo– “todas las cosas son desnudas y abiertas”. Incluso se hace alusión en est texto a los tres grados del conocimiento de Dios: ver, desnudar, abrir.

La Masonería, desarrollada en un marco cristiano trinitario, adoptó como propio al ojo panóptico y el mismo lo podemos encontrar en el sello personal del escocés Robert Moray, el primer masón especulativo del que se tiene noticia y que habría sido iniciado en el año 1641, es decir 5 años de la Iniciación del primer masón especulativo de Inglaterra, Elías Ashmole, tal como vimos en un artículo anterior.

Posteriormente, el ojo simbólico fue apareciendo en varias obras francmasónicas como las de Fifield D’Assingy y las de William Preston.

De hecho, la primera mención bibliográfica a este vínculo de la Orden Masónica con el ojo es de 1797 en el Monitor Masónico de  Thomas Smith Webb, y ahí podemos leer:

“Y aunque nuestros pensamientos, palabras y acciones, pueden estar ocultas a los ojos del hombre sin embargo, ese ojo que todo lo ve, a quien el sol, la luna y las estrellas obedecen, y bajo cuyo cuidado incluso los cometas realizan sus revoluciones incesantes, impregna hasta los recovecos más íntimos del corazón humano, y nos recompensará según nuestros méritos”. 

En las representaciones masónicas, el ojo que todo lo ve suele aparecer entre el sol (positivo, masculino, activo) y la luna (negativa, femenina, pasiva), por cual lo refuerza algunos conceptos que vimos antes, y sobre esto dice René Guénon: “El ojo contenido en el triángulo no debería estar representado en forma de un ojo ordinario, derecho o izquierdo, puesto que en realidad el sol y la luna corresponden respectivamente al ojo derecho e izquierdo del “Hombre Universal” en cuanto éste es idéntico al “macrocosmo”. Para que el simbolismo sea enteramente correcto, ese ojo debe ser un ojo “frontal” o “central”, es decir, un “tercer ojo”, (…)  y, en efecto, ese “tercer ojo” es el que “lo ve todo” en la perfecta simultaneidad del eterno presente”. 

Que el ojo de la providencia aparezca en el Gran Sello norteamericano de 1782 no es casual. Tampoco es coincidencia que el mismo pueda apreciarse en los documentos de la revolución francesa, por ejemplo en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. Obviamente aquí podemos encontrar un trasplante de la simbología masónica del siglo XVIII al espíritu revolucionario de esos tiempos, es decir que estamos hablando de una conexión de esta orden con movimientos de corte político.

El masón argentino Eduardo Callaey en su excelente obra “El mito de la revolución masónica” que recomendamos a todos los que quieran profundizar en estos temas, habla de dos masonerías o de dos corrientes principales y dice:

“Por un lado aquella [corriente] en la que prevalece un aspecto espiritual, la búsqueda interior, la transformación de la conciencia y el acceso a un conocimiento trascendente”. Y nosotros agregamos: esta es la Masonería tradicional que entronca con la Tradición Primordial, la que está vinculada al concepto de RE-GRESO. Y luego Callaey agrega: “Por otro, está la masonería progresista [aquí está implícito el concepto de PRO-GRESO], concebida como factor de cambio social….”, etc.

Queda en evidencia que esta segunda corriente masónica es la que genera desconfianza en el público en general, ese mismo público que ve en el ojo panóptico a un emblema de una conspiración global, de maquinaciones político-económicas en las sombras.

Ahora queda preguntarnos: ¿es correcto vincular el Ojo panóptico con este juego de poder en la sombra? Bueno, por un lado nos podemos quejar de que el símbolo ha sido tergiversado, pero por otro lugar hay que ser conscientes que los símbolos son polisémicos y que tienen muchas capas y niveles de interpretación.

Sobre esto, es bien interesante lo que señala el simbolista italiano Francesco Boer: “Una de las reinterpretaciones más extendidas de la pirámide con el ojo ve en ella un emblema de los conspiradores, el símbolo de su poder oculto y sus maquinaciones.

Puede parecer una interpretación inculta y fallida, y tal vez lo sea parcialmente, pero es una expresión digna de ser escuchada y estudiada, aunque solo sea por la gran cantidad de personas que involucra. Si muchos lo creen, significa que este símbolo está expresando de alguna manera un malestar generalizado, una necesidad que la población siente profundamente.

Esto no significa un forzamiento del símbolo, sino simplemente uno de sus posibles significados. Y así, el ojo ya no simboliza la omnisciencia divina. Aunque siempre representa una forma de conocimiento, aquí el sentido se enfoca en el control, en la represión del disenso. En las teorías de conspiración, el ojo en el triángulo pasa a ser “el ojo de los Illuminati”. Y entonces, el ojo que todo lo ve se convierte en el lente de las cámaras de vigilancia, la mirada del Gran Hermano de Orwell”.