Existe un personaje enigmático que tuvo una importancia capital en los primeros tiempos del rosacrucismo. Me estoy refiriendo a Elías Artista, el cual fue revelado por Paracelso en sus obras, quien lo consideraba un iniciado alquimista capaz de realizar transmutaciones asombrosas.

Dice Paracelso específicamente en una de sus obras: “Nada yace oculto que no será revelado. Existen muchos más secretos en cuanto a la transmutación, aunque son escasamente conocidos (…) Con este arte, el Señor otorga la sabiduría para mantenerlo secreto hasta la llegada de Elías Artista. Entonces será revelado lo que ha sido ocultado».

Este Elías era el mismo Elías de la Biblia, el que fue alimentado por los cuervos y que ascendió a los cielos en un carro de fuego, citado en el Libro de Malaquías con estas palabras: “He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible”. Por lo tanto, la vuelta de Elías se asocia al fin de los tiempos o incluso al final de esta edad de hierro o kali yuga en la que estamos viviendo y simboliza la esperanza del renacimiento del conocimiento perdido en una edad de oro donde Ciencia y Espiritualidad estén amalgamadas y trabajando en armonía. Incluso en ocasiones se le llama el «reparator omnium», el reparador de todas las cosas.

El profeta Elías siempre ha sido importante para el esoterismo occidental, e incluso se dice que los primeros cabalistas (hacia finales del siglo XII) recibieron su sabiduría por una revelación de Elías. Se dice que Moisés Cordovero y Moshé Luzatto, conocidos exponentes de la Cábala hebrea, eran visitados e inspirados por Elías, entendido como un “maguid”. ¿Qué es un maguid? Ese es el nombre que la Cábala da a los Hermanos Mayores, en plural maguidím, Maestros Ascendidos, guías espirituales no encarnados residentes en otros planos.

Según revela Eduardo Madirolas: “Un contacto favorito de los cabalistas es el profeta Elías. (…) Baste decir que su disponibilidad es completa, como en general la de todos los maestros, siempre dentro de las verdaderas necesidades del alma de los discípulos y del desarrollo del tikún, tanto personal como del mundo. Es decir, no es algo que esté dentro del control del individuo, mucho menos de su ego. Lo cual no quiere decir que con espíritu abierto y persistencia no se consiga. Eso sí, un maestro como Eliyau hanabí (es decir Elías el Profeta), exigirá una serie de requisitos, como pureza de intención y comportamiento ético”.

La ascensión al cielo, es decir que Elías fuera llevado al cielo sin experimentar la muerte dio a este personaje un aura de misterio y santidad única, convirtiéndolo en un símbolo de esperanza y redención, en un ser suprahistórico, y tanto el judaísmo como el cristianismo esperan a Elías al final de los tiempos. Mario Sabán revela sobre esto que “cuando en la tradición judía se espera que el “anunciador” de la era mesiánica sea Elías,   es   porque  regresará   el   ser   que   alcanzó   la   Eternidad   para   inaugurar   la   época   de   la eternidad”.

Como vemos, Elías es relevante para la Cábala como uno de los maguidím, pero los alquimistas lo reinterpretaron como un “artista” y de ahí el nombre “Elías Artista”. Aquí vale la pena recordar algo: los propios alquimistas se llamaban a sí mismos artistas y definían a su trabajo como un Arte Regio, un arte iniciático mediante el cual trabajaban la materia y contemplaban una serie de transformaciones que se iban sucediendo dentro del atanor. Sin embargo, lo interesante de esto es otra cosa: a través de una reflexión profunda, estos artistas vinculaban estas transformaciones con eventos que ocurrían dentro de su ser, es decir en su alma, pasando del “Así como es arriba es abajo” al “Así como es adentro es afuera”. En otras palabras, el atanor u horno alquímico no era otra cosa que un espejo de su propia alma, donde los procesos de calcinación, disolución, y coagulación representaban etapas de purificación y perfeccionamiento espiritual.

La Rosacruz, vinculada históricamente con la Alquimia y la Cábala, toma como propia la figura de Elías Artista aunque -según dice Johann Valentinus Andreae– no debemos considerar a este Elías Artista como un “individuo, sino como un ser colectivo” e incluso se llega a decir que sería la manifestación futura de la Hermandad Rosacruz, algo así como un egrégor con nombre y apellido. Por eso Stanilas de Guaita lo llama “Genio rector de la Rosacruz y personificación simbólica de la Orden”.

Dicho de otro modo, así como Christian Rosenkreutz es una personificación del egrégor primordial de la Orden, del mismo modo los primeros rosacruces consideraba a Elías Artista como la encarnación futura de este colectivo místico.

En 1616, el médico y alquimista Adam Bruxius, seguidor de Paracelso y discípulo de Giordano Bruno, escribió un texto interesante titulado “Helias Tertius “(El Tercer Elías) donde consideraba a los Hermanos Rosa+Cruz, en su conjunto, como un “Tercer Elías”. Aquí vale recordar que en ámbitos cristianos, a Juan el Bautista se le llama (en ocasiones) el segundo Elías basándose en una cita del evangelio de Mateo,

En estos mismos tiempos, el teólogo y alquimista Raphael Eglin, se dedicó a rebatir los ataques de los jesuitas a los alquimistas y publicó en 1608 una obra titulada “Disquisitio de Helia Artista” donde afirmaba que cuando el viejo orden sea completamente destruido, se establecerá una nueva era dorada, una era de misericordia donde todos serán iguales, con Elías como precursor.

A lo largo de la historia, ha habido varios intentos de reconocer a un Elías encarnado.

Los alquimistas Van Helmont y Helvetius, ambos, dijeron haber sido visitados por un “hombre misterioso” que les reveló un secreto vinculado a la piedra filosofal y en el que muchos han creído reconocer a Elías. Helvetius, por ejemplo, relató que el 27 de diciembre de 1666, fue visitado en su casa de la Haya por una persona que dijo llamarse “Elías” y que le enseñó los misterios de la transmutación.

Por ejemplo, en 1907 el ocultista Johann Frederick Charles Fuller, en su libro «The Star in the West», dijo haber identificado a Elías Artista, encarnado en la persona de (chan chan chan) el polémico Aleister Crowley y afirmó: «En cuanto a mí, sostengo que la profecía se ha cumplido ahora. Aleister Crowley es el artista Elías, el ser maravilloso a quien Dios ha permitido hacer un descubrimiento de la más alta importancia, con su filosofía iluminativa de la Crowleyanidad, en cuya luz deslumbrante y resplandeciente no hay nada oculto que no deba ser descubierto».

En el ámbito masónico, Arthur E. Waite se reía un poco de toda esta parafernalia en su obra “Nueva Enciclopedia de Masonería” diciendo con ironía: «Podemos comprender muy bien cómo los Hijos de Hermes esperaban a su Elías. Nosotros también, en la Masonería, estamos esperando a un Maestro del Arte Real, aunque algunos de nosotros seamos Grandes Maestros, Príncipes Perfectos, Muy Sabios Soberanos, Pontífices y Grandes Sacerdotes. Cuanto más grandes son nuestros títulos y más elevada es nuestra eminencia, nada es más cierto que necesitamos a un Elías Artista.”

Volvamos a lo anterior y a la vinculación de Elías Artista con un colectivo, no con una persona. En este sentido, varios esoteristas han hablado de un soporte energético de todas las organizaciones de corte iniciático, un egrégor que incluso le podríamos llamar “ecuménico”. Sobre esto, el masón y martinista Georges Lagréze comentaba en 1945: “Es necesario que en las organizaciones iniciáticas el espíritu de Elías Artista permanezca, y somos nosotros, depositarios de sus poderes, quienes debemos servir de soporte”.

Para nosotros, el espíritu de Elías Artista no es otra cosa que la revitalización de la Filosofía Iniciática, entendiendo que sus enseñanzas son un conocimiento vivo y que debemos entender a la Tradición no como una doctrina monolítica y cristalizada sino como un corpus experiencial, dinámico y en constante evolución.

La figura de Elías Artista simboliza entonces un punto de referencia no solo para la Alquimia y la Rosacruz sino para todas las corrientes iniciáticas, que tienen la obligación (¡tenemos la obligación!) no solo de preservar y difundir el conocimiento iniciático sino también de conectarlo con la realidad de estos tiempos, con los problemas y desafíos de este siglo XXI, haciéndolo asequible, entendible y sobre todas las cosas aplicable.