Los antiguos viajeros mostraban su respeto a Hermes depositando piedras en las hermas, unas columnatas cuadrangulares coronadas con el busto del dios Hermes, que eran colocadas en los antiguos caminos y trillos.

Las hermas –que originariamente habrían sido túmulos funerarios– se usaban como hitos o señales para marcar límites, caminos y fronteras, y de acuerdo a algunos investigadores el mismo nombre Hermes significaría “dios del montón de piedras”.

Hermes podía moverse sin problema por los tres mundos: el de los hombres, el de los dioses y el inframundo, y en este sentido sus hermas serían “puertas”, en cierto modo algo así como “ascensores” que comunican esos tres mundos, y se colocaban estratégicamente en las encrucijadas, es decir donde es necesario elegir uno de los caminos.

La palabra “encrucijada” proviene de “cruz”, de cruce y el escritor Jean Chevalier, al reflexionar sobre su importancia simbólica, decía:

“Si es en las encrucijadas donde está (…) Hermes psicopompo, es porque debemos elegir, para nosotros y en nosotros, entre el cielo, la tierra y los infiernos. En la verdadera aventura humana, la aventura interior, uno no encuentra en la encrucijada más que a sí mismo: se ha esperado una respuesta definitiva, no hay más que nuevos senderos, nuevas pruebas, nuevos andares que se abren. La encrucijada no es un fin, es un alto, una invitación a ir más allá. Uno no se para allí si no es porque quiere actuar sobre los demás, para bien o para mal, o si se descubre incapaz de elegir por sí mismo: es entonces lugar de meditación, de espera, no de acción. Pero es también el lugar de la esperanza: la ruta seguida hasta aquí no estaba cerrada; una nueva encrucijada ofrece una nueva oportunidad de elegir la buena vía”. (1)

En muchos de estos hitos de piedra, Hermes aparecía con el falo erecto y por esto Hipólito de Roma dice en sus comentarios que el dios era venerado “como el intérprete y artífice de lo que era, es y será, y se levanta representado bajo esta forma, esto es, con el miembro viril mostrando el impulso de las cosas inferiores hacia las superiores”. (2) De este tema, del falo de Hermes y su profundo simbolismo, hablaremos en un próximo artículo de esta serie.

Cuando las hermas fueron destruidas por ser consideradas vestigios del paganismo, los caminantes cristianos las perpetuaron, construyendo otros hitos en el mismo lugar, como los cruceiros de Portugal y los amilladoiros de Galicia. Según Pedro Alba: “La Iglesia para borrar esta clase de supersticiones y fanatismo, dispuso que en lugar de los montes de Mercurio, se pusiese la cruz, origen de los numerosos cruceros que se ven en las encrucijadas de los caminos”. (3)

Sea como sea, la tradición pagana fue continuada por los viajeros con una motivación cristiana, la cual estaría fundamentada en una cita bíblica: “las piedras hablarán” (Lucas 10:40), es decir que éstas se convertirán en testimonio ante Dios de la buena voluntad de los viajeros.

Algunas hermas eran dobles y reunían al dios Hermes con otra divinidad clásica, conformando estatuas bifrontes que juntaban al protector del camino con Atenea (Hermatenea), Hércules (Hermeracles), Anubis (Hermanubis), Apolo (Hermapollon), Mitra (Hermamithra), Pan (Hermopan), Eros (Hermeros), Osiris (Hermosiris), etc.

En estas hermas especiales, los atributos y las fuerzas de los dioses se unían dando una forma nueva que era superior a la suma de las partes. 

Hermes también es una divinidad liminar (del latín “liminaris”: Perteneciente o relativo al umbral o a la entrada), es decir un guardián de las encrucijadas, consideradas como portales entre los mundos. Esta función sagrada nos hace ver al dios indo con cabeza de elefante (Ganesha) (4) como la contraparte oriental de Hermes, pues ambos custodian el ingreso y el tránsito discipular por el camino iniciático.

Otra diosa liminar importante y también considerada guardiana de las encrucijadas (especialmente de las encrucijadas de tres caminos o “trivios”) es Hécate, vinculada a las fronteras naturales y sobrenaturales, y que solía aparecer representada con tres cabezas y sosteniendo en sus manos una antorcha, una llave y una serpiente. En los papiros griegos de magia, las dos divinidades que aparecían con más frecuencia eran –justamente– Hermes y Hécate. Incluso, en estas invocaciones antiguas, a veces se fusionaban las dos figuras para convertirse en Hermecate. 

A lo largo de la vida, nos enfrentamos a muchas encrucijadas. A veces elegimos con inspiración, en otras impulsivamente, pero lo más importante es entender que detrás de todo camino, hay una enseñanza, lecciones para aprender.

No obstante, a medida que vamos avanzando en nuestro camino, en este proceso de autoconocimiento que nos lleva de regreso a la fuente, ya no podemos elegir los caminos de la muchedumbre. En cada cruce de caminos, cada uno de nosotros está eligiendo perpetuar el sueño, nuestro cautiverio en el fondo de la caverna, o –por el contrario– está eligiendo despertar, romper las cadenas y buscar la salida hacia la luz. En otras palabras, frente a cada encrucijada estamos apostando por el hombre viejo o por el hombre nuevo, que no es un ser humano nuevo a secas sino un ser humano nuevo y mejor.

Notas del texto

(1) Chevalier: Diccionario, op. cit.

(2) Citado por Federico Gonzalez en Hermetismo y Masonería, op. cit.

(3) Alba, Pedro: Diseño de Geografía e Historia de la Provincia y Obispado de León. León, Miñon, 1855.

(4) Véase: A Dictionary of World Mythology, de Arthur Cotterell. Nueva York, Putnam, 1980.