En un pasado artículo hablé de la intención con relación a la magia y hoy deseo continuar este tema hablando de la magia blanca y la magia negra.
Siguiendo a John de Abate en una definición suya, podemos decir que la Magia se fundamenta en un universo interconectado, lleno de vida, unidad y sentido, es decir una especie de tejido invisible donde todo está relacionado y cada acción tiene un eco en el cosmos. La magia, en este sentido, no es tan solo una herramienta, sino también una comprensión profunda de las leyes naturales y espirituales que rigen la existencia.
Si nuestra mirada percibe un mundo de cosas separadas, un mundo muerto, de simples casualidades y sin propósito, entonces la magia deja de tener valor. Por lo tanto, la magia radica en nuestra mirada y de este modo, todo el Universo cobra sentido y se convierte en un espacio vivo donde cada elemento, por pequeño que sea, forma parte de un gran entramado lleno de vida y de significado.
Esto significa que al practicar la Magia, nos alineamos con estas fuerzas universales, trabajando con ellas en lugar de contra ellas. La Magia no es hacer que sucedan cosas extraordinarias o sobrenaturales, sino comprender y aplicar las leyes naturales de una manera consciente y armoniosa.
Franz Bardon aseguró que “el primer postulado del pensamiento mágico es que todo fenómeno, físico o psíquico, es forzosamente el efecto de una causa, así como causa generadora de nuevos efectos”, y aquí tenemos un elemento ciertamente importante, ya que -como bien dice el Kybalión: “Toda causa tiene su efecto; todo efecto tiene su causa; todo sucede de acuerdo a la ley”.
De hecho, si miramos con detenimiento los siete principios del Kybalión, observaremos que todos ellos enmarcan los fundamentos esenciales de la Magia, revelando cómo estas leyes universales actúan como el cimiento sobre el cual se construyen las prácticas mágicas.
El Principio del Mentalismo, por ejemplo, nos enseña que “el Todo es Mente”, y de este modo la intención y el pensamiento son las primeras fuerzas con las que trabajamos en la magia. Aquí, comprendemos que la mente no solo percibe la realidad, sino que también la moldea y la dirige.
El Principio de Correspondencia, con su conocida máxima “Como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba”, nos muestra que la naturaleza está interconectada y que existe una concordancia entre lo macro y lo micro. Esta comprensión permite al mago actuar en planos sutiles para generar efectos en los planos materiales, y viceversa.
El Principio de Vibración señala que “nada está inmóvil; todo vibra”. La magia, entonces, se manifiesta al armonizar o cambiar las frecuencias de las energías con las que trabajamos, pues todo fenómeno, desde lo visible hasta lo invisible, es una cuestión de vibración.
El Principio de Polaridad establece que “todo es dual; todo tiene dos polos”. En la magia, este principio nos enseña a transmutar energías, transformando lo negativo en positivo o el caos en orden, en un proceso que refleja la verdadera alquimia interior.
El Principio del Ritmo nos recuerda que “todo fluye y refluye”. La magia consciente respeta y utiliza los ciclos y ritmos naturales, no los contradice sino que los utiliza como aliados para potenciar sus efectos.
El Principio de Causa y Efecto que cité antes, nos dice que lo que sembramos en el universo, tarde o temprano, regresa a nosotros en forma de cosecha.
Finalmente, el Principio de Género o Generación, que afirma que “todo tiene su principio masculino y femenino”, nos enseña que la magia opera en la unión de estas energías polares, dejando en claro que el equilibrio armónico entre ellas es lo que permite la creación y la manifestación.
Por lo tanto, la Magia no es más que la aplicación consciente de estos principios universales en nuestra vida cotidiana, con la intención de armonizarnos con el Todo y actuar como co-creadores de nuestra realidad.
En ocasiones escuchamos hablar de Magia Blanca, Magia Negra, Magia Roja, Magia gris, etc. Y en este punto perfectamente podemos conectar lo que dijimos en el video anterior.
La magia blanca y la magia negra no son simples etiquetas morales, sino vías que reflejan una intencionalidad , es decir si estas buscan alinearse con la unidad y la integración (que podemos vincular con la Fuente, Dios, el Uno sin segundo) o bien con la diversidad y la desintegración (que podemos relacionar con Satán). La primera, magia blanca, es una vía altruista, donde prima el bien común, la comunidad, el entendimiento de que todos somos Uno y que toda separatividad es una ilusión. La otra, magia negra, es una vía egoísta, individualista, donde prima lo mío, lo egoico, donde se establece un muro entre yo (lo mío, lo nuestro) y lo otro (ellos, lo de afuera).
De esta manera, la diferencia esencial entre la magia blanca y la magia negra radica en la intención del mago y en su relación con el Todo. La magia blanca fluye en armonía con las leyes universales, buscando restablecer el orden y la unidad tanto en el interior del ser humano como en el cosmos. En cambio, la magia negra actúa desde la fragmentación, manipulando y distorsionando estas mismas leyes con fines egoístas o destructivos, y sin medir las consecuencias.
Es importante comprender que la magia no es buena ni mala en sí misma, pues es simplemente una herramienta, un saber aplicado. Lo que determina su polaridad es la motivación y el propósito que la impulsa. Aquí podemos introducir una distinción clave: la voluntad como motor de la magia, de la cual ya he hablado en otros artículos.
En relación con esto, vale decir que el Sendero Iniciático, la vía de los nobles caminantes donde está la Rosacruz, es un camino virtuoso que se fundamenta en la Voluntad con mayúscula y esto significa el emparejamiento de la voluntad humana con la voluntad divina.
Cuando hablo de Voluntad con mayúscula, me refiero a aquella fuerza interior que no está motivada por el ego, sino que surge de la alineación con lo superior, con el orden universal y el propósito divino. Esta voluntad no busca imponerse sobre el mundo, sino fluir con él, reconociendo que cada acción del mago debe estar en armonía con el Todo.
Esta es la misma idea que impulsaba a los alquimistas, quienes sostenían que “Ars Imitatur Naturam” (“El Arte (es decir, el arte alquímico, imita a la Naturaleza”) y se llamaban a sí mismos “Hijos de la Naturaleza”.
En la obra “Atalanta Fugiens” de Michael Maier (1618) encontramos una imagen interesante, que muestra a un viejito siguiendo a una dama, la cual está acompañada por este texto:
“Que la naturaleza sea tu guía, que tu arte la siga paso a paso; lejos de ella te perderás. Que la razón sea tu bastón; afirmando tus ojos la experiencia a lo lejos te dará la vista. La lectura, antorcha luminosa en las tinieblas, te aclarará el montón de palabras y de materias”.
Esta escena está en consonancia con las reglas alquímicas de los rosacruces, reveladas por el alemán Franz Hartmann, en especial la primera de ellas que rezaba simplemente: “Sigue a la Naturaleza”.
A modo de conclusión, podemos decir que todo noble caminante es -como los alquimistas- un “hijo y un aliado de la naturaleza” pero además un mago blanco, un servidor de la luz impulsado por el altruismo y que usa sus facultades superiores para la contemplación de la realidad más allá de lo evidente, a fin de convertirse en un agente de lo Bueno, lo Bello, lo Justo y lo Verdadero.
A modo de conclusión, podemos afirmar que todo noble caminante es, al igual que los alquimistas, un “hijo de la naturaleza” y, además, un mago blanco, un servidor de la luz, guiado por el altruismo y que usa sus facultades superiores para la contemplación de la realidad más allá de lo evidente, a fin de convertirse en un agente de lo Bueno, lo Bello, lo Justo y lo Verdadero.