En un artículo anterior hablamos acerca del Karma o “Ley de Causa y Efecto”, mediante la cual se afirma que las acciones pasadas determinan las condiciones presentes de nuestra existencia. Dicho de otra manera, el ambiente en que vivimos, nuestros afectos, tendencias, aversiones y todos los acontecimientos de nuestra vida (placenteros o dolorosos) están íntimamente ligados a la acción de este principio universal.

En el día de hoy hablaremos de otro concepto íntimamente ligado a este Karma. Me estoy refiriendo al Dharma

Pero, ¿qué significa exactamente la palabra “Dharma”? 

Dharma viene de la raíz sánscrita “Dhr” y quiere decir sostener, sujetar, hacer que algo no caiga, y tiene varios significados diferentes y complementarios: 

a) En primer lugar es Deber: Todas aquellas cosas que debemos hacer para sintonizarnos con nuestro propósito existencial.

b) Ley del Orden Universal: La adecuación de nuestra vida al orden universal, armonizándonos con el todo,  a fin de no generar karma.

c) Aquello que hace que una cosa sea una cosa y no otra. Por ejemplo: el Dharma de una semilla de manzana es convertirse en un árbol de manzanas y no en un árbol de peras. 

Vivir dharmicamente es vivir rectamente, haciendo lo que tenemos que hacer, en función de un propósito y de acuerdo a nuestra naturaleza trascendente. Nunca debemos olvidar que somos seres espirituales viviendo una experiencia material y centrarnos en el Dharma significa poner nuestro foco en esa realidad.

¿Y cuál es esa realidad? Que al ser entidades espirituales encarnadas tenemos una doble condición: espiritual y material, y por lo tanto necesitamos hacer concordantes estas dos realidades sin olvidar nunca que la materia debe estar al servicio del ser y no el ser al servicio de la materia. 

Aquellas personas que ponen al ser al servicio de la materia en el ámbito de la Filosofía Iniciática les llamamos “profanos”, es decir que viven hacia afuera y ponen su foco en todo lo exterior y perecedero. Por el contrario, aquellos que ponen la materia al servicio del ser son los nobles caminantes, buscadores, discípulos e iniciados, es decir quienes entienden a la materia como un medio de aprendizaje de la conciencia en la llamada “escuela de la vida”.

Vivir hacia afuera genera karma, atándonos al ciclo de renacimientos, encarnando una y otra vez y dando vueltas en círculo, aprendiendo a los golpes.

Vivir hacia adentro nos va centrando en el dharma, sintonizándonos con el orden eterno que rige el universo, en otras palabras cumpliendo nuestra misión existencial a fin de trascender.

En otras palabras, todo aquello que nos desvía de nuestro propósito, es decir del Dharma, genera Karma y necesita ser equilibrado. 

Para encontrar nuestro Dharma necesitamos una mente lúcida y serena. Precisamos hacer un stop e intentar conectar con nuestro propósito. Como esto es ciertamente difícil, nadie (o casi nadie) puede -de buenas a primeras- descubrir su propósito, por lo tanto es preciso confeccionar un proyecto de vida para que, con el tiempo, la experiencia y múltiples ajustes, ese proyecto sea concordante con nuestro propósito.

En la existencia humana podemos encontrar tres aspectos capitales: el Tener, el Hacer y el Ser

Cuando hablamos de “tener” nos estamos refiriendo a bienes tangibles (dinero, propiedades, etc.) y bienes intangibles (conocimiento, cultura, valores). 

Por otro lado, está el “hacer” (estudiar, trabajar, divertirse, comer, hablar, etc.)

Y por último está el “ser” que es el eje del Dharma.

En nuestra sociedad moderna se priorizan el Tener y el Hacer, y las personas se definen de este modo “soy porque tengo” o “soy porque hago” agregándose una cuarta coordenada que evidencia la superficialidad de nuestro tiempo: el Parecer.

Tener no es malo. Hacer tampoco. Sin embargo, cuando el Tener y el Hacer no se ejecutan conscientemente, pasan a ser obstáculos para el cumplimiento del Dharma.

El Ser no es algo etéreo y vago sino que está supeditado a lo que tenemos y hacemos, es decir que se consolida a través de la materia, en otras palabras se demuestra en la acción. 

Por lo tanto, en la Rosacruz enseñamos que:

El hacer debe estar al servicio del Ser.

El tener debe estar al servicio del Ser.

Lo que significa que:

El Ego debe estar al servicio del Ser.