A principios del siglo XVII, cuando la Rosacruz seducía a filósofos, políticos y científicos europeos con sus novedosas doctrinas, apareció una obra misteriosa titulada “Misterios muy secretos de toda naturaleza” donde se hacía referencia a un personaje enigmático llamado Frederic Rose, que habría fundado en 1622 la “Sociedad de la Rosacruz de Oro”, una cofradía que reunía a un grupo selecto de hermetistas y esoteristas cristianos que remontaban su tradición a los tiempos del emperador Diocleciano.

Sin embargo, no es sino hasta el siglo XVIII cuando el término “Rosacruz de Oro” comenzó a popularizarse en los círculos iniciáticos europeos, seguramente por la publicación en 1710 de una insólita regla de 52 artículos, atribuida a una sociedad secreta que usaba justamente el nombre “Rose-croix d’Or” (Rosacruz de Oro) dirigida por un líder que se llamaba a sí mismo “Imperator”. (1)

En esta regla se hacían continuas referencias al trabajo alquímico y se establecían estrictas obligaciones en torno al secreto, aunque es imposible determinar qué importancia tuvo esta entre los Hermanos de la cofradía y si ésta verdaderamente funcionó como tal.

Aunque llegó a tener cierta influencia en el ambiente espiritual e iniciático germano de comienzos del siglo XVIII, todo indica que el fenómeno de la “Rosacruz de Oro” careció de unidad institucional y se limitó a pequeños colegios de trabajo discipular reunidos en torno al ideal de los manifiestos.

En 1747, Hermann Fictuld intentó dar coherencia a estos intentos aislados y unificar las diversas logias y cofradías que se autoproclamaban integrantes de la “Rosacruz de Oro”. Aunque no tuvo éxito en su empresa, su esfuerzo no cayó en saco roto porque diez años más tarde, en Fráncfort del Meno, fue fundada una sociedad de corte masónico bautizada con el mismo nombre de “Rosacruz de Oro”, inspirada en los movimientos anteriores y con amplia difusión en Europa central y oriental, especialmente en Alemania, Hungría, Polonia, Bohemia y Rusia. Hacia 1779, esta nueva sociedad rosacruz tenía 26 círculos organizados y reunía a más de 2.000 afiliados.

Como esta organización está a medio camino entre la masonería y el rosacrucismo, podríamos hablar de una especie de “eslabón perdido”, es decir de masones muy interesados en la práctica de la alquimia bajo el marco simbólico de la Rosacruz.

De acuerdo con sus doctrinas, la Rosacruz de Oro remontaba su tradición simbólica a Misraim, hijo de Cam, quien la habría llevado a Egipto para ser institucionalizada por un sacerdote llamado Ormissus u Ormus (2), quien reunía en sus doctrinas las enseñanzas más selectas de Moisés, Salomón y Hermes.

En 1777, se llevó a cabo un importante cónclave en la ciudad de Leipzig donde se propició una reforma estructural de la organización, 20 años después de su creación. Es un dato realmente muy curioso que la fecha y el lugar de esta reforma “capital” del rosacrucismo organizado coincida con las visitas del Conde de Saint Germain a Leipzig, lo cual ha dado lugar a múltiples especulaciones sobre la implicancia de la Jerarquía oculta en este intento de dar forma cuasi-masónica a una escuela rosacruz.

Más curiosos aún son los recurrentes viajes del conde Cagliostro en las mismas fechas y a las mismas ciudades. ¿Coincidencia? Bueno, el dato en sí mismo es interesante, pero sigamos…

Como consecuencia de la convención de 1777 es el sistema iniciático de nueve grados tradicionales en el rosacrucismo y conocido como “Rosacruz de Oro del sistema antiguo”:

  1. Zelator
  2. Theoricus
  3. Practicus
  4. Philosophus
  5. Adeptus Minor
  6. Adeptus Major
  7. Adeptus Exemplus
  8. Magister
  9. Magus

De acuerdo con Gérard Galtier: “Cada grado venía acompañado de instrucciones cada vez más herméticas que permitían sumergir al iniciado en profundas meditaciones, tanto más cuanto que estaban provistas de un cautivador perfume poético”. (3)

Hacia fines del siglo XVIII, la Rosacruz de Oro entró en un rápido declive que la llevó a la desaparición (al menos en forma visible), pero su sistema de nueve grados sobrevivió y ejerció

una fuerte influencia en algunas organizaciones esotéricas contemporáneas como la Orden Hermética del Amanecer Dorado (Golden Dawn), la Antigua y Mística Orden Rosae Crucis (AMORC), la Societas Rosicruciana in Anglia (SRIA) y la Orden del Templo de la Rosacruz (OTRC), entre otras.

Según sus propias declaraciones, esta sociedad se proclamaba “la única representante de la Francmasonería auténtica, afirmando poseer secretos sobre la transmutación de metales y poseer también el poder de curar a los enfermos”. (4)

Los miembros de la Rosacruz de Oro se reconocían entre sí –al igual que los masones– por señas, saludos y toques. Sédir explica que tenían “señas de reconocimiento que cambiaban cada año. Llevaban una joya hecha de una cruz y una rosa que llevan bajo el hábito, del lado izquierdo, colgada con una cinta de seda azul. Poseían una carta sellada de su Imperator. Cuando se encontraban entre ellos, intercambiaban las palabras de reconocimiento siguientes:

– Ave Frater

– Rosae et Aureae

– Crucis

– Benedictus Deus Dominus qui nobis debir signum”. (5)

Dentro de esta sociedad hermética, el probacionismo duraba dos años y tres meses, y finalizado el mismo el candidato era recibido por seis Hermanos en un templo sagrado, los cuales le entregaban una hoja de palma como símbolo de la paz interna, besándole tres veces y pidiéndole secreto sobre los usos y costumbres de la Fraternidad.

Ataviado con su “hábito pontifical”, el candidato finalmente era flanqueado por su padrino y por el maestro de ceremonias que lo invitaban a arrodillarse ante el Imperator, para finalmente participar en un ágape fraternal.

En esta instancia, los participantes compartían un mismo pan y bebían vino de una misma copa, despidiéndose con estas palabras: “Hermano de la Cruz de Oro, Dios sea contigo en el silencio eterno prometido a Dios y a nuestra sagrada asamblea”. Y todos contestaban: “Amén”.

Por último, el nuevo integrante recibía una cruz de San Andrés timbrada en sus ángulos, cada uno con la letra C (significando esto: “Crux Christi Corona Christianorum”), y debajo de ella una rosa de doce pétalos concéntricos. Algunas versiones señalan que los integrantes de esta sociedad lucían en el mundo profano un anillo de plata con las iniciales I.A.A.T, (Ignis, Aer, Aqua, Terra, es decir Fuego, Aire, Agua, Tierra).

En los tiempos de auge de la Rosacruz de Oro del sistema antiguo fue editado en Altona un libro misterioso, pletórico de símbolos y muy apreciado por los ocultistas conocido como “Los símbolos secretos de los rosacruces” (1785), reeditado por Franz Hartmann en 1888, quien sostenía que dicha obra era la ampliación de otra más antigua datada en 1625 y titulada originalmente “Ein guld Tractat vom Philosophischen Steine”.

En su novela “Una aventura en la mansión de los Adeptos Rosacruces”, Hartmann asevera que este libro enseña –a través de un rico simbolismo– los “profundos misterios del Macrocosmos y del Microcosmos, el Tiempo y la Eternidad, los Nombres Ocultos, los Cuatro Elementos, la Trinidad del Todo, la Regeneración, la Alquimia, la Filosofía y la Cábala; [esto es] la Ciencia Universal”. (6)

Asimismo, Hartmann revela que: “Pocas personas hay actualmente en el mundo capaces de comprender el libro en el profundo sentido. (…) Los símbolos contenidos en estas páginas, no deben mirarse y estudiarse simplemente por el intelecto, sino dejar que su verdad compenetre el espíritu”.

Bueno, este consejo que da Hartmann es de perogrullo. Se sabe que tratar de entender al símbolo del intelecto es como querer intentar captar ondas de radio con una plancha. Para entender al símbolo, para conectar con él, para que libere toda su energía-fuerza necesitamos desarrollar nuestra captación intuitiva y para eso se requiere entrenamiento.

Notas del texto

(1) Bayard, Jean-Pierre: “La meta secreta de los rosacruces”

(2) ¿Una fusión y deformación de Hermes y Horus?

(3) Galtier, Gerard: “La tradición oculta”

(4) Bayard: op. cit.

(5) Sédir citado por Bayard: op. cit.

(6) Hartmann, Franz: “Una aventura en la mansión de los Adeptos Rosacruces”