En una pomposa ceremonia celebrada en la catedral de Notre Dame de París el 2 de diciembre de 1804, Napoleón Bonaparte fue proclamado emperador. Entre los atuendos del nuevo monarca, se destacaba un manto púrpura que pesaba 40 kilos y que estaba cuidadosamente repujado con 1.500 abejas de oro.
La abeja había sido elegida por el propio Napoléon como símbolo personal. Con esta elección, el emperador buscaba diferenciarse de los Borbones (los cuales utilizaban la flor de lis) y, al mismo tiempo, establecer un vínculo de la casa Bonaparte con los Merovingios, la dinastía que gobernó Francia entre los siglos entre los siglos V y VIII.
Para los merovingios, la abeja era un animal sagrado y representaba la inmortalidad y la resurrección. En 1653, cuando fue descubierta en Tournai la tumba de Childerico (hijo de Meroveo), se encontraron en ella cerca de 300 abejas de oro con las alas adornadas con piedras rojas, las cuales pasaron a formar parte de la colección privada de Luis XIV hasta que fueron robadas en 1831 de la Bibliothèque Royale (hoy en día se conservan solamente dos).
A partir de su nombramiento, todos los objetos personales del emperador pasaron a adornarse con abejas doradas y éstas se representaron en “alfombras, cortinas, vestidos, sillones, blasones, bastones, libros y otros elementos de la parafernalia imperial”.
Incluso, años más tarde, cuando fue exiliado a Elba, Bonaparte eligió como símbolo distintivo de la isla una bandera con una diagonal roja sobre fondo de plata donde destacaban tres abejas de oro.
Aunque Napoleón se distanció de la flor de lis por su asociación con la simbología borbónica, estudios posteriores han sugerido que ésta podría ser –en verdad– una abeja estilizada que fue metamorfoseándose con el paso de los siglos.
Para algunos investigadores, la elección de la abeja como símbolo personal del emperador Napoleón I no está relacionada únicamente con un deliberado retorno a la fuente de los merovingios sino que podría responder a motivos iniciáticos.
Siempre se ha discutido si Napoleón fue masón o no. Los franceses han intentado demostrarlo a toda costa, mientras que los ingleses han tratado de desacreditar dicha información.
El investigador Clável en su conocida obra “Historia pintoresca de la Francmasonería” dice: “El emperador había sido recibido masón en Malta, en el tiempo que permaneció en esa isla cuando la expedición de Egipto; mas se había mostrado poco favorable a la sociedad desde que advirtió los cismas y las divisiones introducidas en sus filas, que la alejaban más y más del verdadero espíritu de su institución”.
Aunque no ha podido corroborarse en forma definitiva la pertenencia de Napoleón a la orden masónica, queda claro que sus relaciones con ésta eran excelentes, teniendo en cuenta que su hermano José Bonaparte, su cuñado Joaquin Murat y el canciller del imperio, Jean-Jacques Regis de Cambacérès, eran miembros destacados de una Masonería. También está perfectamente documentada la iniciación masónica de la emperatriz Josefina, primera esposa del emperador, en la logia parisina “Les Frances Chevaliers” del rito de adopción.
En este contexto favorable a la Masonería, los masones mandaron esculpir bustos de Napoleón para que fueran colocados en todas las logias y se escribieron diversas alabanzas que ensalzaban la figura del emperador de Francia. Aunque queda clara la afinidad de la Orden con Napoleón, la falta de una documentación concluyente y la fascinación de éste por Egipto ha llevado a algunos escritores a suponer que el emperador podría haber sido iniciado en alguna orden iniciática masónica o paramasónica de corte egipcio.
Esta era la postura de Robert Ambelain, quien sostenía que “Napoleón I fue uno de los primerísimos masones del rito Memphis. Y el Emperador no olvidó nunca que recibió la luz sobre la antigua tierra de las sagradas iniciaciones. Esa es la razón por la que también adoptó la Abeja como símbolo de su reinado junto al Águila. Porque la abeja era en el antiguo Egipto la representación del faraón, mientras que dos alas de águila flanqueaban el sol de Osiris”.
Ciertamente, aunque estas afirmaciones también carecen de sustento documental, Ambelain tiene razón cuando cita a la abeja como un símbolo faraónico dado que los egipcios consideraban a las abejas como «lágrimas de Ra», es decir que les adjudicaban un origen solar, y de ahí que puedan hacerse varias conexiones simbólicas desde este punto, donde pueden trazarse correspondencias entre el sol, el oro, la miel dorada y la realeza solar.
Es importante recordar que Napoléón fue el promotor de una expedición entre los años 1798 y 1801 en tierras egipcias, la cual terminó siendo un fracaso militar pero que renovó el interés europeo por las maravillas de la civilización faraónica.
Según se cuenta, en un episodio realmente memorable, Napoleón permaneció toda una noche en el interior de la Cámara del Rey de la Gran Pirámide y algunos han sugerido que en ese lugar tuvo una revelación mística sobre su destino.
Esta idea fue desarrollada magistralmente por Javier Sierra en su interesante obra de ficción “El secreto egipcio de Napoléon” donde se cuentan (de manera novelada) los detalles de la incursión napoleónica en la tierra de los faraones. Al parecer, con esta acción, Napoleón habría querido emular a Alejandro Magno y a Julio César, los cuales también habrían pernoctado en ese lugar. (6)
Una de las consecuencias de la expedición francesa en Egipto fue la proliferación de la “egiptomanía”, una verdadera fascinación por todo lo egipcio. Esta pasión impregnó fuertemente a la Masonería, en donde se empezó a repetir como un mantra la frase de Cagliostro: “Toda luz viene de Oriente, toda iniciación viene de Egipto”.
Como corolario de esta egiptomanía, a partir de 1801 se fueron creando varios ritos masónicos que decían basarse en la tradición egipcia, como la Orden Sagrada de los Sofisianos que trabajaba “bajo los auspicios de Horus” (1801), el rito Oriental del abate d’Alés de Bermont d’Anduze (1807), el Rito de los Amigos del Desierto de Alexandre Dumége, el rito de Misraim de los hermanos Belarride (1810) o el rito de Memphis (1815). Estos dos últimos fueron fusionados por Giusseppe Garibaldi en el año 1881 bajo el nombre de “Rito Antiguo y Primitivo de Memphis y Misraím” y aún siguen trabajando en nuestros días “a la gloria del sublime arquitecto de los mundos”.
Marie-Anne Adelaïde Lenormand, en su controvertida obra “Memorias históricas y secretos de la emperatriz Josefina”, escrita 6 años después de la muerte de la esposa del emperador, sostuvo que Napoleón le confesó a su ésta: “He consumido mi vida en una sucesión de movimientos continuos que no me han permitido cumplir con mis obligaciones de iniciado de la Secta de los Egipcios” . De acuerdo con Lenormard, Napoleón habría sido iniciado en El Cairo en un rito iniciático egipcio, aunque el mismo no estaría vinculado a la Masonería ni a cualquier otra orden europea.
Si hacemos un repaso histórico a la simbología masónica apreciaremos que el énfasis simbólico siempre estuvo centrado más en la colmena y no tanto en la abeja, teniendo en cuenta que lo más importante en la labor de estos insectos es el trabajo comunitario, la sinergia, atendiendo a que “lo que es bueno para la colmena, es bueno para la abeja”. En el panal pueden observarse, además, las reglas básicas de la construcción arquitectónica y la perfección de la geometría sacra, donde destaca la figura del hexágono, que es la base de ese patrón ornamental sagrado conocido como la «flor de la vida».
La colmena como un todo puede equipararse perfectamente a la logia y en las representaciones simbólica aparece –la mayoría de las veces– con tres, cinco o siete revoloteando a su alrededor, en una alusión a que a una logia “tres la gobiernan, cinco la componen y siete la hacen justa y perfecta”.
Sin embargo, el símbolo de la colmena fue perdiendo fuerza en la Masonería post-napoleónica, por injerencia de los masones ingleses, que estaban empecinados en enterrar toda vinculación de la Orden con el emperador de Francia. Siendo así, la colmena fue suprimida en Inglaterra y Gales en el año 1813, en el mismo momento que fue fundada la Gran Logia Unida de Inglaterra.
Una de las primeras referencias escritas a las abejas con relación a la Orden Francmasónica ha sido rastreada en la “Letter from the Grand Mistress” de Jonathan Swift, incluida en la obra de Henry Sadler “Reprints and Revelations”:
«En todos los tiempos y naciones, la abeja ha sido el gran jeroglífico de la Masonería porque destaca entre todas las otras criaturas vivientes. (…) Por esta razón, los reyes de Francia, paganos y cristianos, siempre eminentes francmasones y adoptaron a tres abejas en su heráldica, pero para evitar las acusaciones de idolatría egipcia vinculada a la adoración de las abejas, Clodoveo, su primer rey cristiano, los llamó lirios o flor de lis, en donde, a pesar del camuflaje, aún se sigue observando la figura exacta de una abeja”.
Conclusiones finales
Si descartamos de estas historias todas las politiquerías, todos los tejes y manejes, el tráfico de influencias, el amiguismo y todo aquello que ha contaminado a las órdenes iniciáticas desde hace varios siglos…¿qué nos queda? El símbolo. Si miramos más allá de lo evidente, encontraremos que –detrás de las apariencias– hay algo que resuena. Algo poderoso. Algo que sobrepasa a todos los hombres y las naciones. Es el símbolo, aquel que puede sobrevivir a toda profanación y que puede ser reactivado en todo momento por aquellos que desarrollen su «captación intuitiva» a fin de «animar los símbolos», darles nueva vida, devolverles su poder para que su «energía-fuerza» pueda ser captada, interiorizada y convertida en “carne y sangre” (es decir: encarnada) para ponerla al servicio de la humanidad.
En los últimos años, los científicos han difundido una noticia alarmante: las abejas se están muriendo en todo el planeta. Este hecho tan triste y lamentable no es casual sino causal y no está asociado solamente al uso de sustancias nocivas en la agropecuaria. Va mucho más allá de eso. Quizás la desaparición global de las abejas sea otro símbolo, otra forma de advertirnos de que esta idea de «progreso» que nos han venido metiendo a prepo desde el siglo XVIII es una verdadera falacia y que en esa obsesión por tener más, más y más hemos terminado por renunciar a muchas cosas esenciales.
No hay casualidades en todo lo que nos está pasando en el planeta y tal como decía James Hillman: «El mundo se ha llenado de síntomas».
Aún es posible salvar a las abejas. Y aún es posible salvar a la humanidad. Pero para eso no hay que pro-gresar tanto sino re-gresar: volver a lo esencial, rectificar el rumbo y volver a las fuentes.