El sendero iniciático presenta múltiples peligros y trampas en los que suelen caer la gran mayoría de los nobles caminantes, es decir todos aquellos que se aventuran en estas tierras de misterio. Estos lugares no son de tránsito habitual para la muchedumbre, que suele preferir las sendas fáciles y habituales, caminos trillados, superficiales, aquellos que no presentan grandes desafíos pero que, al mismo tiempo, tampoco son un terreno fértil para el desarrollo de las potencialidades y el descubrimiento de la verdadera naturaleza.
Siendo así, es importante detectar y conocer algunas de las trampas de este camino iniciático que puede ser entendido como un proceso de perfeccionamiento interior, de alumbramiento, de transformación del ser. Vamos a realizar algunos videos explorando estas trampas del camino iniciático. Y ahora sí, empecemos:
La primera trampa es la glotonería, es decir querer practicarlo todo, leerlo todo, saberlo todo, lo cual nos lleva a abarcar mucho y apretar poco. Fascinado por tanta información, al descubrir este conocimiento, en un primer momento el buscador quiere recuperar el terreno perdido y visita diversas escuelas, lee todo lo que huela un poco a espiritualidad y misterio, desde Yoga a Ovnis, pasando por Masonería, Magia, Tantra, Gnosis, Teosofía, New Age, Templarios, Taoísmo, Cábala, lo que venga. Sin un rumbo, todo le sirve, y como dice el dicho: “Al que no sabe adonde va, cualquier autobús le sirve”. Pero hay que saber que “el que no sabe adónde va, no llega a ninguna parte”. O al menos dará una vueltas, dos vueltas, dando círculos y volviendo al mismo lugar.
Cada sendero que lleva a la cumbre ofrece una fascinante travesía llena de aprendizajes y descubrimientos. Explorar y adquirir conocimiento sobre diferentes caminos no es algo negativo, ya que nos permite ampliar nuestra perspectiva y enriquecer nuestra comprensión del mundo. No obstante, es crucial encontrar un punto de coherencia que unifique nuestras prácticas y nuestras ideas.
Al buscar ese punto de coherencia, nos involucramos en un proceso de discernimiento y síntesis, donde encontramos un ideal concreto que resuena con nuestro ser interno. Todos los caminos valen la pena, pero hay un camino que es el adecuado para nosotros. Esto implica explorar nuestras concepciones acerca de lo sagrado, encontrando una total concordancia entre lo que creemos y nuestra forma de actuar en la vida cotidiana, a fin de alcanzar una completa armonía entre nuestras prácticas y nuestros valores.
Todo esto me recuerda al cuento espiritual de los pocitos, que dice así:
Daoiz era un inquieto buscador que dedicaba todos sus esfuerzos a experimentar diversas vías de desarrollo espiritual, pasando de escuela en escuela, de método en método, aprendiendo teorías de todo tipo y practicando todo tipo de ejercicios.
Pero una vez, Daioz acudió desanimado a ver al Maestro para manifestar, con preocupación: “Hace muchos años que estoy en el camino y -sin embargo- ¡apenas he avanzado! ¿Por qué estoy atascado?” El Maestro lo miró y le contestó: “Daoiz, has sido un verdadero tonto, un mero turista espiritual. Visitar todas las escuelas sin comprometerte con ninguna, sin profundizar en sus enseñanzas o mezclándolas impunemente es una práctica que no lleva a ninguna parte.
Me recuerdas a una persona que -deseosa por encontrar agua- se limita a hacer pocitos y más pocitos de poca profundidad que nunca le permitirán encontrar agua. Sin embargo, si esa misma persona hubiera dedicado sus esfuerzos en hacer un único pozo, habría encontrado el agua que necesitaba.
No se pueden recorrer todos los caminos. No vale la pena hacer tantos pocitos, así que deja de derrochar tus energías y dedícate a cavar un solo pozo. De esa manera, encontrarás el agua fresca que podrá calmar tu sed”.
“Información” no es lo mismo que “Formación” y solamente esta última (y nunca la primera) nos podrá llevar a la “Transformación”.
Segunda trampa: la inmediatez
En un mundo acelerado de soluciones rápidas, del «llame ya» y del «fast food» terminamos cayendo en la trampa de que hay procesos que pueden acelerarse, que podemos obtener la iluminación en un seminario de fin de semana. Sin embargo, en el proceso iniciático no hay atajos y podemos equipararlo a un laberinto, que necesita tiempo para recorrerse (y equivocarse), y volver a la senda, ensayo y error, reto y respuesta. Un laberinto que debe recorrerse sin prisa pero sin pausa.
La vía interior no es una carrera de velocidad sino de fondo, una maratón.
Los alquimistas, que dedicaban años a encontrar la piedra filosofal, recomendaban desarrollar la virtud de la paciencia y aseguraban que “toda precipitación procede del diablo”, advirtiendo que las prisas nos llevan a tomar decisiones apresuradas y equivocadas, lo cual implica volver a repetir procesos una y otra vez.
Un viejo oxímoron latino decía: “Festina lente”, el cual se podría traducir como “Apresúrate lentamente” y que solía representarse de varias formas: con un caracol unido a una liebre, con un cangrejo sujetando con sus pinzas a una mariposa, con una rémora y una flecha o con un delfín en torno a un ancla. En pocas palabras, esto significa actuar con decisión y determinación, pero sin descuidar la calidad o la planificación adecuada. Según los historiadores, esta locución era una de las favoritas del emperador Augusto, quien decía: “Camina despacio si quieres llegar antes a un trabajo bien hecho”. En el refranero español esto equivale a la frase: “Vísteme despacio, que tengo prisa”.
A mi me gusta la metáfora sufí de los 70.000 velos que ya he contado en otras ocasiones pero que es un símbolo tan potente que vale la pena recordar. Según ellos, al emprender el camino hacia la Fuente, hacia Allah, nos encontramos con la tarea de descorrer nada menos que 70.000 velos que nos separan de la Fuente luminosa. Cada velo representa una capa de ilusión, es -en cierta forma- un grado, un escalón, un peldaño que debemos conquistar para acercarnos a la realidad última que podemos llamarle Dios, o Verdad, o Esencia, o como queramos. Es el objetivo último del sendero espiritual, pero para llegar hasta ella tenemos que recorrer -sí o sí- todo el camino, o bien levantar cada uno de los 70.000 velos. 69.999, 69,998… y así sucesivamente.
Esta idea poderosa desafía la noción de que el camino de transformación es fácil y sencillo, ya que nos muestra que requiere dedicación, constancia y esfuerzo.
En una cultura inmersa en la vorágine de la inmediatez, las enseñanzas iniciáticas nos recuerdan que los logros significativos y duraderos no se obtienen de manera trivial, sino que implican comprometernos plenamente con nuestro proceso de desarrollo espiritual y estar dispuestos a enfrentar los desafíos que surjan en el camino.
Decía Epicteto: “Lo mejor no se crea de la nada, así como un racimo de uvas o un higo. Si me dices que quieres un higo, te diré que debes darle tiempo. Deja que primero florezca, dé sus frutos y luego madure”.
Tercera trampa: el morbo del ocultismo
¿Qué es el morbo? La Real Academia Española define este término como un “interés malsano por personas o cosas” y también como “atractivo propio de lo turbio, prohibido o escabroso”.
Muchos, al transitar el camino iniciático, se desvían fascinados por conocimientos exóticos, la magia, lo prohibido, los grimorios, los hechizos, Aleister Crowley, Baphomet, la demonología… “Cuanto más raro y heterodoxo, mejor”, parece ser el lema para algunos buscadores que quedan encandilados por estos fuegos de artificio que muchas veces no llevan a ninguna parte, sobre todo cuando se hacen sin criterio y con escasos o nulos conocimientos.
El atractivo de estos conocimientos radica, en primer lugar, en la exploración de territorios desconocidos, en conocer todo aquello que la sociedad suele considerar tabú, condenar o prohibir, y también en el descubrimiento de algunas prácticas vinculadas a lo sexual, el uso de sustancias alucinógenas, así como un consciente o inconsciente anhelo de poder y control, es decir un intento por controlar lo incontrolable, la naturaleza y sus fuerzas.
Por eso, en estos mundos pantanosos del ocultismo, el principal riesgo es que se relegue a un segundo plano la búsqueda sincera de algo superior y el trabajo para una verdadera transformación para centrarse en la búsqueda de experiencias raras, exóticas, transgresoras o bien adoptar un estilo de vida seudo-espiritual, usando términos ocultistas, hablando con palabras raras y realizando prácticas extravagantes para darle un poco de color a una vida monótona.
El problema no es el ocultismo. Hay muchos autores ocultistas valiosos y muchas prácticas que -realizadas correctamente- pueden servir como despertadores de conciencia. El problema es quedarse hipnotizado con los espejitos de colores, con los fuegos artificiales que distraen y desvían nuestra atención de lo esencial.
En lugar de enfocarse en los aspectos profundos y significativos del ocultismo -que los tiene-, algunas personas quedan atrapadas por lo fenoménico y la búsqueda de poderes, lo que en Oriente se llama “siddhis”.
Ramakrishna advertía sobre esto y señalaba -con la elocuencia que le caracterizaba- que “a los siddhis o poderes psíquicos se les debe evitar como a la mierda”, argumentando que “aquel que establece su mente en los siddhis se estanca ahí y no puede subir más alto”.
Los Maestros de Sabiduría fueron muy claros en sus cartas a Alfred Sinnett, a fines del siglo XIX: “A usted le toca elegir: la filosofía más elevada o una simple escuela de magia”.
En un próximo artículo seguiremos hablando de todas estas trampas, de estos peligros que nos terminan desviando del camino iniciático.