La “Pansofía” es un saber integrador que tiene la característica de involucrar a todas las áreas del conocimiento humano y, por lo tanto, ninguna disciplina humana le es ajena. Siendo así, los sabios de antaño no solamente eran filósofos, sino también artistas, científicos, políticos, educadores, religiosos, etc.
Esta es una característica propia de las culturas tradicionales que buscan integrar y unificar el conocimiento de un modo coherente en función de un propósito último, es decir de lo trascendental.
Este es un concepto eminentemente rosacruz que se compone de las palabras “Pan” (Todo) y “Sophia” (Sabiduría), es decir un saber total.
“Soy Hombre, y por lo tanto, nada de lo humano me es ajeno”. Esta antigua frase, tomada de una obra de Publio Terencio Africano, podría ser el lema central de esta Pansofía donde caben el Arte, la Ciencia, la Religión y la Política pero también todos los ámbitos del quehacer humano, todas las disciplinas: la Educación, la Economía, la Arquitectura, la Alimentación, la Agricultura, la Técnica, los diferentes oficios, etcétera, etcétera y más etcétera. En otras palabras, estamos hablando de un saber unificador.
En nuestros días, el conocimiento está totalmente compartimentado y en propiedad de los especialistas o incluso de los hiperespecialistas que son sabios en una pequeña porción del conocimiento pero que son ignorantes en lo demás, por lo cual es difícil establecer vasos comunicantes entre las diferentes disciplinas.
Sobre los especialistas hablaba el gran Ortega y Gasset y decía: “Antes los hombres podían dividirse, sencillamente, en sabios e ignorantes. Pero el especialista no puede ser subsumido bajo ninguna de esas dos categorías. No es sabio porque ignora formalmente cuanto no entra en su especialidad; pero tampoco es un ignorante, porque es “un hombre de ciencia” y conoce muy bien su porciúncula de universo. Habremos de decir que es un sabio-ignorante, cosa sobremanera grave, pues significa que es un señor el cual se comportará en todas las cuestiones que ignora no como un ignorante, sino con toda la petulancia de quien en su cuestión especial es un sabio”. Las palabras de Ortega y Gasset sobre estos sabios-ignorantes o sencillamente ignorantes ilustrados están más vigentes ahora que cuando las escribió, hace 90 años atrás.
Entonces, siguiendo con lo que veníamos diciendo, esta hiperespecialización contemporánea nos puede llevar a pensar que ningún sistema podría integrar y unificar el conocimiento. No obstante, si entendemos a todas las disciplinas humanas como partes interrelacionadas de un conocimiento supremo, lógico y coherente, podemos empezar a descubrir que este “saber total” verdaderamente existe y que –aunque no ha sido sistematizado ni sintetizado aún– está muy presente en la filosofía integral que brinda la Tradición Unánime o Sabiduría Antigua.
A veces tratamos de entender esto imaginando un cuerpo geométrico, una pirámide con cuatro caras: Arte, Ciencia, Religión y Política, que son (en cierto modo) un resumen del conocimiento, una síntesis de las múltiples vías del desarrollo humano.
Estas cuatro caras de la pirámide, las cuales se muestran bien separadas en la base, pero a medida que ascendemos hacia el vértice las mismas se van acercando hasta alcanzar la unión en la cúspide. De este modo queda explicado, con un ejemplo sencillo, que la Verdad suprema se puede alcanzar por diferentes senderos, cada uno de ellos adecuado a diferentes tipos de seres humanos.
Lamentablemente, si hacemos un repaso de las cuatro caras de la pirámide nos daremos cuenta que las cuatro están en franca decadencia, y no sería erróneo hablar de una política degenerada, de un arte degenerado, de una religión degenerada y una ciencia degenerada. Por lo tanto, cuando la Filosofía Iniciática habla de regeneración no se refiere únicamente al ser humano como individuo sino también de una regeneración universal de todos los estamentos, todas las instituciones, todas las disciplinas. La regeneración individual es inseparable de una regeneración comunitaria.
Re-ligión implica volver a unir algo que primordialmente fue una misma cosa, y no tiene nada que ver instituciones cristalizadas que no brindan herramientas eficaces para que el ser humano descubra su propósito existencial. Desde una perspectiva iniciática, “Religión” significa reintegrar.
En cuanto a la Política, por supuesto no estamos hablando de la politiquería inconsciente y corrupta a la que estamos tristemente acostumbrados, sino a una nueva política que debe surgir de la conciencia. Desde lo iniciático, “Política” signifca reencontrar el rumbo como comunidad, construir puentes y sobre todas las cosas, restaurar.
La Ciencia no debería basarse únicamente en lo físico y tangible, sino también en lo metafísico, aquellas leyes decisivas para el desarrollo del potencial humano. Necesitamos, pues, una ciencia consciente y compatible con la vida espiritual. Desde una perspectiva iniciática, “Ciencia” signifca redescubrir.
El Arte tradicional alude a un conocimiento superior a través de la belleza, la plasmación creativa de los arquetipos y de la naturaleza del Alma Espiritual, que se manifiesta en oposición al arte profano fundamentado en las bajas emociones y en el caos de la mente de deseos. El divino Platón manifestaba que la contemplación de lo bello nos pone en contacto con nuestra belleza interior, la cual está ligada a nuestra chispa divina, es decir nuestra naturaleza trascendente. Por esta razón el arte sacro se fundamenta en la representación física de conceptos metafísicos vinculados a lo bueno, lo veraz, lo justo, instándonos a ser mejores y ayudándonos a despertar la conciencia. Desde una perspectiva iniciática, “Arte” significa contemplar (“mirar lejos” o “ver más allá”).
Por lo tanto, este enorme conocimiento pansófico no deja nada fuera, todo lo integra, todo lo conecta.