La mejor forma de ocultar algo es dejarlo a la vista de todos. Esto lo sabían muy bien los iniciados del pasado, que camuflaron su doctrina secreta en juegos tradicionales y cuentos populares, como hemos apreciado en artículos anteriores de esta serie. De esta forma, este tipo de manifestaciones culturales se terminaron convirtiendo en cápsulas espacio-temporales que contenían un mensaje oculto reservado para aquellos que pudieran ver más allá de lo evidente. Uno de estos entretenimientos infantiles contenedor de una enseñanza profunda es la inocente rayuela.

En el juego de la rayuela, los niños deben arrojar una piedra (que representa el Alma) y avanzar de casilla en casilla, de estado en estado, desde la “Tierra” al “Cielo”. En su conocida obra “Rayuela”, el argentino Cortázar explica justamente las instrucciones de este juego y dice: “Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato, y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para salvar las diferentes casillas y un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la piedrita hasta el Cielo, hasta entrar en el Cielo”. (1)

Si bien se han encontrado versiones primitivas de la rayuela en diferentes culturas antiguas a los márgenes del Mediterráneo, la versión que hoy conocemos de este juego proviene del renacimiento y se inspiró en “La Divina Comedia”, es decir que el niño que salta dentro de la rayuela está imitando el maravilloso viaje del Dante, abandonando el Purgatorio hasta alcanzar el Paraíso, atravesando diferentes planos o pruebas relacionadas con el Infierno.

La rayuela es un eje, un trazado bidimensional que representa un viaje ascendente en el que se unen los tres mundos: el mundo subterráneo (inframundo), la Tierra y el Cielo, que también están vinculados con los tres grados, estados o niveles que ya hemos analizado anteriormente. De acuerdo con el simbolista Jean Chevalier: “Esta jerarquía [trina] corresponde simbólicamente a los estados de la manifestación y a los estados del ser, como indican muy bien las etapas del viaje axial de Dante. A lo largo del eje se eleva hacia los estados superiores quien llega al centro, es decir, al estado edénico o primordial” (2).

Pero, ¿qué personaje tradicional conocemos que podía moverse con libertad por estos tres mundos? Nada menos que Hermes, poseedor de las llaves de los tres mundos, los cuales aparecen reflejados en el microcosmos como tres planos: físico, anímico y espiritual. Por lo tanto, los jugadores de la rayuela no solamente  imitan al Dante sino también a Hermes Trimegisto, el tres veces grande, el dios que nos anima a “unir lo de arriba y lo de abajo para hacer los milagros de una cosa única” (3).

Aunque en nuestros días la rayuela se asocia con los niños, esto no siempre fue así y está bien documentado que los Templarios jugaban a una versión de la rayuela (marelle) en un tablero y con fichas. Juan Eslava Galán revela que en la Orden del Temple “estaban prohibidos el ocio y las distracciones, así como las apuestas y los juegos de ajedrez o dados, a los que tan aficionados eran los caballeros de aquel tiempo. No obstante, se toleraban la rayuela y las tabas, considerados juegos inocentes” (4).

Por otro lado, las diez casillas de la rayuela nos recuerdan a los diez sefirots del Árbol de la Vida de la Kabbalah, el cual representa el eje universal y donde también se muestra un viaje de regreso a casa, donde Malkuth (el reino) es la “Tierra” y Kether (la corona) es el “Cielo”. Diez es también el número de la Tetraktys pitagórica, la suma de los cuatro primeros números (1+2+3+4), la cual también nos habla de un regreso a la unidad (10 = 1+0 = 1).

Tanto en el Árbol de la Vida (que puede ser visto como una rayuela cósmica) como en la Tetraktys existe un recorrido sutil por los cuatro elementos, desde la Tierra al Fuego, que también aparece en diversos rituales iniciáticos y donde los candidatos deben viajar (purificarse) a través de la Tierra, el Agua, el Aire y el Fuego: desde lo más denso a lo más sutil. Esta secuencia también se repite en las etapas de la Gran Obra Alquímica, desde el Nigredo (negro=tierra), pasando por el Albedo (blanco=agua), el Citrinitas (amarillo=aire) hasta el Rubedo (rojo=fuego) e incluso en el ascenso de la energía serpentina de Kundalini-Shakti, desde la Tierra (chakra muladhara) al Cielo (sahasrara).

Esta odisea desde la materia al espíritu o desde la oscuridad a la luz aparece en Francia como una versión espiralada de la rayuela conocida como “escargot” (caracol) y que es una reminiscencia de los laberintos medievales, los cuales continuaban una rica tradición que venía de Grecia, Creta, y que se pierde en la noche de los tiempos. De hecho, el investigador Roger Callois dice que “la rayuela simboliza, de hecho, el laberinto por el cual debe deambular primeramente el iniciado” y –en su origen– “era un laberinto en el que uno empujaba una piedra es decir, el alma, hacia la salida. Con el cristianismo, el diseño se alargó y simplificó, reproduciendo el diseño de una basílica” (5).

Esto, justamente, advertía el reconocido Mircea Eliade cuando revelaba que “los niños europeos y americanos todavía juegan a la rayuela, ignorantes del hecho que están participando de un juego iniciático cuya finalidad es penetrar y regresar con éxito de un laberinto; porque saltando a la rayuela, ellos descienden simbólicamente a los infiernos y vuelven a la tierra” (6).

Notas del texto

(1) Cortázar, Julio: “Rayuela”

(2) Chevalier, Jean: “Diccionario de símbolos”

(3) Tabla Esmeralda de Hermes Trimegisto

(4) Eslava Galán, Juan: “Templarios, griales, vírgenes negras y otros enigmas de la historia”

(5) Callois, Roger: “Les jeux et les hommes”

(6) Eliade, Mircea: “Occultism, Witchcraft, and Cultural Fashions: Essays in Comparative Religion”