En el año 1485, Sir Thomas Malory escribió la famosa obra “La muerte del rey Arturo” y en ella aparecía un lugar, una trampa para los nobles caballeros de la mesa redonda que el escritor inglés llamó “capilla peligrosa”. 

La capilla peligrosa era un espacio cerrado que aparecía a la vera del camino que llevaba al cáliz sagrado (el conocido Santo Grial) y donde los caballeros eran tentados o debían pasar una prueba desafiante.  Por lo tanto, la capilla peligrosa es ese lugar donde los nobles caminantes corren el riesgo de perder el contacto con la realidad externa y quedar atrapados para siempre, sin poder cumplir con su propósito.

Aunque es en el relato de Malory donde la capilla peligrosa aparece explícitamente y por primera vez con ese nombre, se sabe que la misma ya era un elemento recurrente en las leyendas griálicas de la época y en la tradición celta, donde este espacio de probación estaba vinculado a un rito de iniciación mistérica donde se ponía a prueba el valor del candidato en un entorno macabro, posiblemente un cementerio, una ciénaga o una construcción abandonada.

La capilla peligrosa apareció en varias historias del Grial e involucró a varios de los caballeros del Rey Arturo: Lancelot, Gawain, Perceval, los cuales se enfrentaron en ella a diversas amenazas: la hechicera Helawes, el demonio de la mano negra, etc.

Posteriormente, en los siglo XX y XXI, se ha venido utilizando el término “capilla peligrosa” como una forma metafórica de referirse a un estado de conciencia o bien a una prueba u obstáculo que aparece en algún punto del camino espiritual y que afecta a todos los buscadores de lo trascendente.

En su libro “Cosmic Trigger” del año 1977, Robert Anton Wilson habló de este tema asegurando que “en la investigación de temáticas heterodoxas y conspiraciones ocultas, finalmente uno se enfrenta a una encrucijada de proporciones míticas de la cual suele salirse de dos formas: paranoico o agnóstico”. En otras palabras, Wilson está diciendo que cuando se llega a esta encrucijada, es normal que el candidato presencie diferentes fenómenos extraños, adquiera asombrosos poderes psíquicos y enfrente otras cosas poco comunes. Pero –y es bueno saberlo y estar muy alerta– es altamente probable que esta fenomenología extraordinaria y el contacto con esta otra realidad más allá de lo evidente lo termine atrapando y llevándolo a perder toda conexión con la realidad como consecuencia de no saber diferenciar lo real de lo fantástico.

En el marco de la Filosofía Iniciática se afirma que el ser humano es un ser de dos mundos, es decir que cada uno de nosotros es una entidad espiritual que está experimentando una aventura en el plano material, por lo tanto queda claro que mientras estemos encarnados es necesario que aceptemos esa doble condición.

El “adentro” y el “afuera” no están, ni pueden estar, divorciados, y cuando esto ocurre, es decir cuando se genera una desconexión de estos dos aspectos, empiezan los problemas.

El mundo contemporáneo, por ejemplo, es el resultado justamente de la desconexión del hombre con lo espiritual, con lo sagrado. El materialismo, en su afán de emancipar al hombre de la naturaleza, ha terminado por entender a ésta solamente como una fuente de materias primas y ha construido una sociedad inhumana, injusta, casi suicida, con personas separadas entre sí, sin ningún propósito en común ni tampoco una idea de comunidad.

La capilla peligrosa es justamente lo contrario. Es una trampa muy sutil que nos lleva a desconectarnos de la realidad cotidiana, muchas veces con la excusa de que el mundo es una ilusión (“maya”). En este engaño suelen caer muchos sectarios y fanáticos, pero es verdad que también puede afectar (y afecta) a algunos buscadores sinceros que –en su afán de avanzar a paso redoblado en el camino– se ponen a practicar cualquier tipo de ejercicio que cae a sus manos, intentando conectar con espíritus desencarnados, elementales o entidades metafísicas de las que nada conocen, haciendo prácticas respiratorias peligrosas, aceptando de buena gana mensajes de comandantes intergalácticos, creando de forma inocente servidores mágicos, buscando poderes psíquicos, en otras palabras: jugando con fuego.

Tenemos que estar preparados, porque en algún punto de nuestra peregrinación encontraremos al costado del camino a esta capilla peligrosa y –por una u otra razón– entraremos en ella y tendremos que hacer frente a demonios, brujas o hechiceros. Es importante que estemos siempre alertas, sabiendo que para salir victorioso de este espacio pernicioso necesitamos usar nuestra espada poderosa, en cuyos filos brillantes podemos leer dos palabras:  Razón e Intuición. 

Siendo así, para derrotar a los peligros de la capilla funesta necesitamos de estas dos facultades que parecen separadas pero que son esenciales para nosotros, como seres de dos mundos. Y en el mango de esta espada hay otra palabra escrita: “Discernimiento”, es decir la primera cualidad que debemos desarrollar en el camino.

En Oriente, este discernimiento recibe el nombre de “Viveka” y establece una diferencia entre:

• Lo falso y lo verdadero

• Lo aparente y lo real

• La gratificación inmediata y lo que lleva a nuestro objetivo último

• Lo efímero y lo eterno

La espiritualidad iniciática, es decir la espiritualidad que promueve el rosacrucismo está supeditada a estos dos mundos, estas dos realidades esenciales: lo interior y lo exterior, lo de Arriba y lo de Abajo, y por eso repetimos la máxima de los antiguos: “Pedes in terra, ad sidera visus”: los pies en la tierra, pero la mirada en la cielo. Disfrutar la vida, aprovechar el tiempo, pero recordando que somos peregrinos, es decir extranjeros, seres espirituales viviendo una aventura material.

Negar la vida interior –como hacen los profanos o como propone la sociedad materialista– nos condena a vivir una existencia superficial, vacía, carente de propósito. Sin embargo –por otro lado– la negación del plano material nos puede llevar a una vida solitaria y miserable, donde la espiritualidad se puede terminar convirtiendo en una excusa para aislarnos de una realidad hostil y para evadirnos de nuestras responsabilidades.  

Arnaud Desjardins decía: “Difícilmente alcanzarás el cielo que hay en tu interior si traicionas a la tierra que hay en ti”.

Por lo tanto, el estilo de vida que propone la Filosofía Iniciática no tiene nada que ver con cosas estrafalarias, poderes psíquicos o cosas por el estilo. Más bien se relaciona con la vida plena, con la integración consciente de lo interno con lo externo, con el recuerdo de nuestra identidad divina y sobre todas las cosas con el cumplimiento de nuestro propósito, tanto a nivel individual como comunitario.