La vida toda, desde el nacimiento hasta la muerte, es ciertamente una aventura, pero en ocasiones nos quedamos atrapados en la monotonía, en nuestra zona de confort y dejamos de explorar y descubrir cosas nuevas.

Alguien dijo una vez y con mucha razón “La falta de aventura, desangra”, y esta sencilla frase es una invitación a la necesidad de aceptar riesgos, de ponernos metas y plantearnos desafíos, ya que -como bien dice la frase- la falta de estos elementos puede dejar a nuestras almas anémicas, enfermizas y débiles.

“Seguridad ante todo”: este es el gran lema de la modernidad. “No te atrevas”, “no te compliques la vida”… son algunos de los mantras fundamentales de la filosofía “light” contemporánea. Y es verdad, la sociedad moderna nos brinda muchas comodidades. Llamamos por teléfono y viene el delivery, con comida, bebida, y lo que queramos. Ni siquiera tenemos que salir de casa. Abrimos el grifo y sale agua, ni siquiera tenemos que ir a buscarla. Vamos a la ducha y sale agua caliente. Queremos hablar con un amigo al otro lado del mundo y usamos el whatsapp. En fin, queda claro que la vida -en ese sentido- es bastante más fácil que en décadas anteriores.

Aunque el confort no es malo en sí mismo, es importante considerar que cuando nos aferramos al mismo, así como también a la conformidad, corremos el riesgo de caer en un terreno pantanoso, una zona de confort que no nos permite avanzar y desarrollarnos como personas. Podemos quedar atrapados en situaciones que, aunque son agradables y reconfortantes en un primer momento, pueden volverse adictivas y venenosas con el tiempo.

La razón de esto es que cuando nos acostumbramos a una forma de vida que nos brinda comodidad y estabilidad, nos cuesta salir de ella y arriesgarnos a probar cosas nuevas. Nos sentimos seguros en nuestra zona de confort y nos aterra el cambio y la incertidumbre. Sin embargo, esto puede llevarnos a alejarnos de nuestros propósitos y metas, impidiéndonos alcanzar nuestro verdadero potencial, y lo que es peor: manteniéndonos encadenados en el fondo de la caverna, entretenidos con sombras e ilusiones.

Cuando nos aferramos a la seguridad y evitamos los riesgos, entonces las pruebas vienen a casa. Son casi como pruebas a domicilio, pruebas delivery, porque somos nosotros los que -en nuestra inacción- las llamamos o mejor dicho, es nuestra alma la que las llama porque necesita experimentar, necesita aprender lecciones y en la zona de confort, por definición, se puede aprender muy poco.

Aunque las evitemos, las pruebas no tardarán en llegar, en la forma de enfermedades, propias o de familiares cercanos, problemas económicos, crisis personales, ansiedades, depresiones, etc.

Es importante entender que no se trata de que estas pruebas sean necesariamente negativas, sino que son una parte natural del proceso de crecimiento y aprendizaje. Sin embargo, cuando nos aferramos al confort y a la seguridad, nos estamos perdiendo la oportunidad de aprender de manera más suave y gradual, y en su lugar, estamos llamando a estas pruebas de manera más abrupta e intensa.

Por lo tanto, antes de que los retos y los desafíos lleguen a casa y nos encuentren en el living mirando la última película de Marvel y comiendo palomitas, es necesario trabajar con nuestro proyecto de vida, que elijamos nosotros mismos los retos y que incorporemos la aventura a nuestra cotidianidad. Obviamente, las pruebas inesperadas también llegarán, pero al menos no nos encontrarán en calzones.

Como bien sabemos, la mitología y los relatos tradicionales están llenos de héroes y heroínas que responden al llamado de la aventura, enfrentando peligros desconocidos para volver a casa transformados, como hombres y mujeres nuevos pero también mejores. Desde la Odisea de Homero hasta Harry Potter, estas historias reflejan el arquetipo universal del viaje del héroe, estudiado y desarrollado por el gran mitólogo Joseph Campbell. Estas narrativas no solamente nos entretienen, sino que también nos enseñan sobre nuestra necesidad innata de explorar, enfrentar desafíos y crecer.

El viaje del héroe es también una metáfora para nuestra vida personal: todos enfrentamos momentos en los que debemos abandonar nuestra zona de confort y aventurarnos en lo desconocido.

Obviamente, no estamos hablando de la búsqueda patológica de estímulos externos, nuevas sensaciones y adrenalina, ni de ponernos el uniforme de kamikazes y arriesgarnos inútilmente, sino de tener claro que las aventuras, los viajes, los proyectos ambiciosos aceleran procesos. Mediante estas situaciones, tenemos la posibilidad de enfrentarnos a situaciones imprevistas y solucionarlas de manera creativa, de descubrir nuestras fortalezas y debilidades, de desarrollar nuevas habilidades y perspectivas, y sobre todo de ampliar nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos.

Pero no es indispensable salir en busca de aventuras fuera de nuestro entorno cotidiano ni obsesionarnos con escapar de la rutina, sino que podemos aprender a incorporar la aventura a nuestra vida diaria a través de la búsqueda consciente de retos, desafíos, proyectos exigentes y aprendiendo cosas nuevas.

La prueba de Jano que realizamos todos los meses de diciembre puede ser un excelente punto de partida para traer la aventura a nuestro día a día, ya que ahí nos planteamos metas y reflexionamos sobre lo que necesitamos incorporar para alcanzar nuestros objetivos.

Sin embargo, no es necesario esperar a diciembre sino que en cualquier momento podemos dedicar un tiempo para anotar todo esto en nuestra bitácora y preguntarnos:

¿Qué habilidades o conocimientos me gustaría adquirir? ¿Qué debería aprender?

¿Cuáles son los lugares que siempre he querido visitar pero aún no lo he hecho?

¿Qué actividades físicas o deportes me gustaría probar?

¿Qué actividades culturales o artísticas me interesan y nunca he explorado?

¿Cuál es el último libro que me ha interesado y que podría leer?

¿Qué habilidades prácticas puedo aprender, como cocinar o reparar cosas en el hogar?

¿En qué actividades puedo involucrar a mis amigos o familiares para hacerlas más divertidas y emocionantes?