El caballo tiene múltiples significados e interpretaciones que dependen -muchas veces- de su entorno cultural. Nuestra intención en este artículo es analizar el simbolismo de este animal, sin agotar el tema pero centrados en la Tradición Occidental, la cual está evidentemente muy ligada a los ideales caballerescos.

Al abordar el estudio del caballo como símbolo tenemos que apreciar primero que nada la diferencia entre el simbolismo propio del caballo, el caballo per se, como animal, y por otro lado el caballo en relación al jinete, es decir en su vínculo con el hombre, donde se convierte en un vehículo, en un medio de transporte.

Cuando contemplamos a un caballo galopando en la pradera y sin montura enseguida conectamos con una serie de conceptos que se vinculan a su simbolismo:  la libertad,  la vitalidad, el ímpetu, el coraje, el espíritu indómito, la fuerza, etc.

Para reforzar su pureza y brindarle propiedades maravillosas, en muchas representaciones simbólicas el caballo aparece de color blanco.  Por esta razón, diversos héroes de leyenda, santos guerreros e incluso personajes históricos aparecen montando caballos de este color.

En la tradición hindú, el Kalki Avatara, es decir el último avatara de Vishnú llegara a lomos de un caballo blanco al final del Kali Yuga (la edad de hierro) para derrotar al demonio Kali. Mientras tanto, en el apocalipsis de San Juan es el propio Cristo que llega en los tiempos finales montando un caballo luminoso:

“Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero. (…) Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. (…) En su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES». (Apocalipsis 19:11-21).

En este libro del Nuevo Testamento hay otro caballo blanco, el del primer jinete del Apocalipsis. El texto dice así: “Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira. Y miré, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y para vencer”.

Vinculando a este personaje con la situación catastrófica que se atravesó en el año 2020 y aún en el 2021, algunas personas han querido asociar a este jinete coronado con el coronavirus y se dice que el arco y las flechas justamente se pueden relacionar con la velocidad de propagación del virus, llegando a todos los lugares de la tierra.

La interpretación es interesante y si bien es cierto que el coronavirus está siendo bastante pequeño si lo comparamos con otras plagas del pasado, por ejemplo la peste negra, la mal llamada gripe española o el SIDA, debemos entender que las escrituras sagradas se renuevan constantemente, es decir que el Apocalipsis  representa cosas diferentes para cada generación. En otras palabras, cada generación tiene sus propios conflictos y catástrofes que perfectamente se pueden asociar a los eventos relatados en esta obra, que no es meramente un relato catastrofista sino una revelación. Por lo tanto, desde lo simbólico, cada generación experimenta internamente su propio apocalipsis.

A Santiago apóstol, el santo patrón de España, también se lo representa sobre el lomo de un caballo blanco y cuenta la leyenda que en las cercanías de Clavijo (La Rioja), el 23 de mayo del año 844: “Se apareció Santiago sobre un fuerte y hermoso caballo blanco. A su vista se animaron briosos los cristianos y se amedrentaron tanto los infieles (es decir, los musulmanes) que, cobardes, volvieron las espaldas, huyendo desordenados, dejando el campo lleno de cadáveres moros y corriendo arroyos de su sangre que, se dice, llegaron hasta el río Ebro, que dista de aquel sitio dos leguas” .  Aunque la leyenda e incluso esta batalla de Clavijo no pueden considerarse hechos históricos, la imagen de Santiago montando un caballo blanco con su espada ensangrentada se convirtió en el símbolo del combate contra el islam en la forma de Santiago Matamoros, pero también como defensor del catolicismo frente a todos sus enemigos, incluidos los paganos y los herejes.

Para conectarse con esta idea-fuerza y con este santo en particular, al dictador Francisco Franco muchas veces se lo representaba montando un caballo blanco. Y aunque no era un buen jinete, según cuenta el historiador Paul Preston: “Cuando Franco tuvo derecho a dirigir a sus hombres a caballo, eligió uno blanco, por una curiosa mezcla de romanticismo y arrogancia”. ​

En nuestros días y hace unos pocos meses atrás, Kim Jon Un apareció públicamente galopando a lomos de un caballo blanco en las inmediaciones del Monte Paektu, un punto de capital importancia en las tradiciones mitológicas de Corea del Norte. De hecho, Kim Jon Un dice ser descendiente de los antiguos reyes legendarios de la península coreana, el llamado linaje del Monte Paektu. Aquí hay una evidente intención propagandística y una fuerte carga simbólica donde se buscan reunir tres símbolos tradicionales: la montaña, el rey y el caballo blanco.

En América, a muchos héroes nacionales se los representa montando un caballo blanco, como en el caso de Palomo, el potro de Simón Bolívar o la conocida imagen del general José de San Martín cruzando la cordillera de los Andes, uno de los acontecimientos más importantes de la historia de América donde participaron más de 1.600 caballos.

Por otro lado, el héroe cubano José Martí tenía un caballo que se hizo famoso: Baconao,  y aunque no hay testimonios de su color (algunos dicen que era blanco, otros café, e incluso se habla de un pelaje palomino, es decir ocre dorado), la mayoría de las veces se lo suele representar de color blanco.

Lo mismo ocurre con Emiliano Zapata, a lomos de su caballo “as de oros”, que muchísimas veces se lo muestra de color blanco aunque en verdad se sabe no era blanco. Lo cierto es que Zapata es un personaje fascinante donde se mezcla la historia y el mito, y no son raras las leyendas de Morelos que sostienen que este héroe mexicano venció a la muerte y que aún hoy en día sigue cabalgando con su gran sombrero, velando por su pueblo. Por lo tanto, desde esta perspectiva, el caballo blanco no es otra cosa que la montura del Zapata-símbolo, de -quizás- el más querido de los revolucionarios mexicanos, del Zapata-eterno, aunque su caballo físico e histórico haya sido de otro pelaje.

Trasladémonos ahora a Europa y hagámonos esta pregunta: “¿De qué color era el caballo blanco de Napoleón?”. Aunque este es un viejo chiste que en las escuelas primarias de Uruguay se hace en relación al caballo blanco de Artigas (¿de qué color era el caballo blanco de Artigas?), con Napoleón la respuesta no es tan evidente, pues el caballo blanco del emperador francés era gris.

Y es así: aunque Napoleón Bonaparte suele ser representado a lomos de un caballo blanco, se sabe que su caballo (el famoso Marengo, cuyo esqueleto aún se conserva en Londres) era de color gris. E incluso existe un color muy elegante (el llamado gris marengo) que se llama así justamente por el caballo de Napoleón.

En algunos casos, al caballo blanco se le agrega un elemento diferencial en su anatomía para evidenciar su carácter trascendente. Este es el caso del cuerno del unicornio o de las alas del pegaso.

Como animales que pueden ser domesticados y puestos al servicio del ser humano, los caballos representan el dominio de nuestra naturaleza inferior o nuestras pasiones, es decir nuestra animalidad, para que en una perfecta unión armónica, el jinete y su montura se conviertan en una sola cosa, en un solo ser donde se congreguen de forma sinérgica la fuerza y la velocidad del caballo por un lado y la inteligencia y la voluntad del jinete por otra.

Por lo tanto, el caballo montado es -desde lo simbólico- un animal nuevo y jerarquizado, donde las pasiones han sido controladas y canalizadas al servicio del Ser. Por esta razón, los centauros (que son mitad hombre, mitad caballo) simbolizan la perfecta unidad de la mente y el cuerpo, o la concordia de nuestra naturaleza superior y nuestra naturaleza inferior.

En este contexto, la domesticación no significa forzar al caballo ni someterlo sino hacerle recordar su noble propósito, y es verdad que los jinetes experimentados sienten un enorme respeto por sus caballos en una verdadera conexión espiritual.

En la tradición caballeresca, el héroe, en su combate contra el dragón, necesita del caballo porque este le brinda ventaja: lo hace más alto y más veloz, es decir que amplifica sus fortalezas. Por eso San Jorge siempre aparece montado en un caballo blanco para darle muerte a la bestia que tiene secuestrada a la dama y lo mismo podría decirse de varios caballeros de la tradición artúrica como Galahad, Gawain o Perceval.           

En el film de Walt Disney “La bella durmiente” de 1959 podemos encontrar una escena en la que todos los elementos simbólicos del héroe, el caballo, el dragón y la conciencia dormida que debe ser despertada de su letargo son reunidos magistralmente, en una síntesis excelente de algunos de los principales conceptos de la Filosofía Iniciática.

Con la modernidad y los avances tecnológicos, la humanidad logró muchas cosas, aunque también -para obtener esas cosas prodigiosas- tuvimos que renunciar a muchas otras, entre ellas nuestro vínculo con el caballo que hasta el siglo XX tuvo una gran importancia en el desarrollo civilizatorio.

De hecho, esta relación entre el ser humano y el caballo fue llamada por Ulrich Raulff “pacto centáurico”, pero también hay que decirlo, en función de este pacto -que por cierto siempre fue unilateral- el ser humano también abusó de los caballos.

Estos abusos fueron la consecuencia de cosificar a la naturaleza y considerar a todos los seres vivos, plantas y animales, como “cosas” que debían apreciarse en función de su utilidad al hombre. Por lo tanto, desde esta visión miope y materialista, el caballo pasó a ser considerado una máquina viviente, lo que Descartes llamaba “machina animata”, y esta idea tenía una lógica atroz, que bien describe Milan Kundera: “Si el animal se queja, no se trata de un quejido, es el chirrido de un mecanismo que funciona mal. Cuando chirría la rueda de un carro, no significa que el eje sufra, sino que no está engrasado”.