El eje simbólico del cocodrilo radica en su fuerza, ferocidad y poder destructor. El ser humano, al contemplar este animal, a menudo lo asocia con la idea de peligro y agresividad debido a su reputación como depredador poderoso y temible.

Al vivir oculto en el agua, entre los pajonales y en la penumbra, el cocodrilo es visto -desde lo simbólico- como un animal misterioso y enigmático que representa la conexión entre dos mundos, es decir el mundo acuático y terrestre, viviendo en la frontera y siendo, por lo tanto, un animal liminar. De hecho, en algunas culturas, la boca del cocodrilo es vista como una representación del umbral entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y se cree que el cocodrilo es capaz de devorar las almas de los muertos y transportarlas al más allá.

Esta enorme boca, con sus dientes afilados es uno de los rasgos más distintivos del cocodrilo y representa la aniquilación, una puerta hacia la segura muerte. Así lo vemos en varios mazos de tarot donde el loco, que está a punto de caer por el precipicio y morir, está acompañado por un cocodrilo que lo espera para devorarlo. De este modo, se acentúa la idea simbólica de que el loco debe -sí o sí- morir, para renacer como mago y es el cocodrilo quien actúa como intermediario entre el loco, arcano sin número o arcano 0, y el mago, arcano 1. Entre el 0 y el 1. Entre el ser y el no-ser. Entre el agua y sus profundidades, que siempre ha sido vista como símbolo de lo inconsciente y la tierra, lo consciente.

Al actuar como devorador del loco, no es difícil asociarlo con la ballena de Jonás (y también de Pinocho, obviamente) que es un espacio cerrado de una muerte necesaria para la transmutación, como la cámara de reflexión masónica, el atanor alquímico y el capullo de seda.

En Egipto, el cocodrilo devorador era Sobek, que engullía a las almas y que protegía a sus devotos. En el Egipto ptolemaico y romano, no era raro de que algunos cocodrilos se momificaran para presentarlos en los centros de culto del dios Sobek, especialmente en la ciudad de Cocodrilópolis, donde estaba el templo central. En ese lugar, los sacerdotes cuidaban y alimentaban a un cocodrilo amaestrado llamado Petsuchos, que estaba adornado con colgantes de oro y gemas preciosas. Cuando un Petsuchos moría, era sustituido por otro.

En la India, la domesticación de un cocodrilo significa -desde lo simbólico- el dominio de los instintos animales. Esto puede apreciarse en el simbolismo del caballo en occidente, pero en el caso del cocodrilo es más peculiar debido a su reputación como un animal agresivo y peligroso.

En el hinduismo, derrotar a un cocodrilo es un tema mítico. Los dioses están representados montando un cocodrilo, que representa el dominio de la animalidad. Una histórica simbólica cuenta que que mientras el elefante Gajendra se bañaba en un lago, un cocodrilo lo mordió en la pierna y lo mantuvo atrapado. A pesar de su gran fuerza, Gajendra no pudo liberarse y luchó durante más de mil años. Finalmente, agotado y sin esperanza, el elefante pidió ayuda a Vishnu sosteniendo una flor de loto en alto como ofrenda. El dios respondió a su llamado y decapitó al cocodrilo con su disco afilado (Sudarshana Chakra), liberando así a Gajendra.

Esta historia es una metáfora del camino espiritual, donde el cocodrilo simboliza los instintos animales en nuestro interior y el lago representa la mente. El loto sostenido por Gajendra representa el chakra coronario abierto, sahasrara, que se activa cuando conquistamos nuestros instintos animales. La moraleja de este mito es que la liberación espiritual solo se puede lograr cuando logramos controlar nuestros instintos animales, pero que no podemos hacerlo solos y necesitamos la ayuda divina para alcanzar el estado de iluminación (moksha).

Por su apariencia, el cocodrilo y el dragón están emparentados, y algunos investigadores sugieren que las historias medievales de dragones tuvieron como origen el avistamiento de cocodrilos enormes. Otros que también vinculan a estos dos seres son los conspiranoicos, que encuentran por doquier rastros reptilianos.

En la tradición martinista, el cocodrilo aparece como título de una de las obras del Filósofo Desconocido, Louis Claude de Saint Martin, que es un poema épico mágico en 102 cantos y que escribió anónimamente en 1792 bajo el seudónimo de “Un amante de las ciencias ocultas”. La obra, bastante curiosa, fue escrita durante un periodo de agitación social y política, en medio de la Revolución Francesa. En el prólogo de la obra, se dice: “El Cocodrilo es fiel reflejo del camino por el que se decidió Saint-Martín: luchar contra el Cocodrilo y vencerlo, para lograr que un nueva época llena de Luz y de Esperanza descienda sobre los hombres”.

En la emblemática renacentista es común encontrar cocodrilos con diversas connotaciones simbólicas, en especial vinculando a sus conocidas lágrimas con la hipocresía. En rigor de verdad, esta expresión de “lágrimas de cocodrilo” proviene de la creencia popular de que los cocodrilos derraman lágrimas mientras devoran a su presa, lo que se interpreta como una muestra falsa de arrepentimiento o dolor.

En este emblema vemos la inscripción “Devorat et plorat” (Llora y devora) y bajo ella aparece un cocodrilo trepado a un cadáver decapitado mientras que un hombre sale corriendo. El epigrama da más información sobre la imagen: “No dudo en confiar en las palabras de mi amigo. Es cierto que no hay lágrimas en tus ojos como las del cocodrilo”. Esta es una cita tomada de la obra «Ars Amatoria» de Ovidio.

En esta otra imagen el falso llanto de cocodrilo se asocia al personaje bíblico de Judas Iscariote y a esta cita del evangelio de Lucas: “Entonces Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?”.

Mientras que en Oriente el cocodrilo era cabalgado por dioses y héroes representando así el triunfo sobre las bajas pasiones y los instintos animales, en Occidente es conocido por ser la montura de demonios, como en este emblema de 1601 de un “demonio cocodrilo” donde una entidad de las tinieblas se vale del cocodrilo como medio de transporte.

También encontramos pasajes que hablan de esto, como en el grimorio del siglo XVII “Ars Goetia” donde se dice que el duque Agares es un «anciano, cabalgando sobre un cocodrilo, y que lleva un halcón en el puño».