El impresor renacentista Cristóbal Plantino (1520-1589) adoptó como la marca de su imprenta un compás sostenido desde lo alto por una mano divina trazando un círculo perfecto, el que aparece acompañado por la máxima latina “Labore et Constantia” (“Trabajo y constancia”).
El símbolo, al aparecer repetidamente en algunas de las más refinadas publicaciones de la época, se hizo muy popular entre los eruditos y también en el seno de algunos círculos iniciáticos.
El propósito del compás es trazar un círculo, representación geométrica de la perfección. Mientras que la punta fija del compás representa la constancia, la otra representa el trabajo, y juntas evidencian que la perfección (el círculo) se alcanza conjuntamente con el trabajo y la constancia.
En otras palabras, en esta imagen aparece perfectamente plasmada la Ley del Triángulo: un principio pasivo y un principio activo que juntos generan “otra cosa” que no sería posible sin su participación conjunta (1).
Sin embargo, este no es un compás común y corriente sino que es de oro, otra alusión clara a la perfección, y es utilizado desde el cielo por una gigantesca mano (Dios, el Uno sin segundo, el Gran Geómetra, el Arquitecto del Universo) que aparece entre las nubes. Esto significa que este compás es el instrumento que la divinidad utiliza en la Tierra para que sea plasmada la perfección, es decir lo Bueno, lo Justo, lo Bello y lo Verdadero.
Visto desde esta perspectiva, el compás de oro somos nosotros mismos, los seres humanos que necesitamos ser instrumentos para que la voluntad divina sea cumplida, o como reza la oración de San Francisco de Asís: convertirnos en instrumentos de paz, de amor, de perdón, de unión, etc (2).
Teresa de Ávila expresó esto mediante un poema:
“Cristo no tiene cuerpo en la Tierra sino el tuyo. No tiene manos sino las tuyas. No tiene pies sino los tuyos. Tuyos son los ojos con los que la compasión de Dios mira al mundo. Tuyos son los pies con los que Él camina para ir haciendo el bien. Tuyas son las manos con las que ahora cuenta para bendecirnos. Tuyas son las manos, tuyos son los pies, tuyos son los ojos, tú eres Su cuerpo”.
Las Tradición Iniciática hace suya una frase usada por el Cristo en el Gólgota: “Hágase Tu voluntad y no la mía” (Lucas 22:42), lo que nos indica que nuestro propósito como nobles caminantes del Sendero Iniciático es reunir armónicamente lo de Arriba y lo de Abajo, buscando hacer concordar la voluntad divina con la voluntad humana.
En este sentido, Eliphas Lévi afirmaba que “la voluntad del justo es la misma voluntad de Dios, y es ley de la naturaleza”. (3)
Sin embargo, hay un pequeño problema: para convertirnos en agentes efectivos de la divinidad y para hacer su voluntad en la Tierra primero hay que conocerla, entrar en comunión con ella y eso no es posible con una mente turbada, distraída y confusa. Por lo tanto, para hacer lo que hay que hacer (y a esto le podemos llamar “Propósito” o “Dharma”) necesitamos una mente serena, sana, lúcida, atenta.
Solamente una mente clara e impeturbable podrá captar del mejor modo las señales, el sentido de las pruebas de la vida, los “guiños” de Dios expresados a través de las “casualidades” y las recurrencias.
“Labore et Constantia”. Trabajar y ser constantes. En estas dos sentencias está expresada la quintaesencia del Sendero Iniciático, donde es absolutamente necesario que hoy seamos mejores que ayer y que mañana seamos mejores que hoy. De eso se trata.
Notas del texto
(1) En el Kybalión, esto aparece expresado de esta manera: “La generación existe por doquier; todo tiene su principio masculino y femenino; la generación se manifiesta en todos los planos”.
(2) En verdad, la oración de San Francisco no puede atribuirse al santo sino que su composición data de principios del siglo XX. No obstante, en ella aparecen contenidos los principios filosóficos de amor a todas las cosas que predicaba el propio San Francisco de Asís.
(3) Lévi, Eliphas: “La clave de los grandes misterios”